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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

La restauración conservadora de la Revolución Ciudadana

17 de octubre de 2014 - 00:00

Puede que el mítico Alan Moore tenga razón. Puede que los teoristas de la conspiración teoricen sobre la conspiración por ser más reconfortante que la realidad. La realidad es caótica. La realidad es más tenebrosa, en la realidad nadie tiene control. Es un mundo sin timón.

Y en este mundo caótico de la conspiración que pudo ser, la restauración conservadora. Que no es más que decir el mundo es el mundo, que alguien cree en el liberalismo occidental y que la Revolución Ciudadana es un actor más en el limitado espectro del poder, oh, el codiciado poder.

Una restauración conservadora como manipulación a la izquierda (¿infantil? o ya cambiamos de adjetivo) que, bajo su lógica, también debería cuestionar el resto de las movilizaciones de izquierda, incluidas aquellas que se movilizaron al son del “que se vayan todos” y, no mucho después, del “una sola vuelta”. Son las mismas. El poder es el que ha cambiado de manos.  

Y es por eso que en el nuevo discurso oficialista, los movimientos de hoy son radicalmente diferentes, alineados a los intereses de la vieja derecha, consciente o inconscientemente, allanando el camino para la destrucción inevitable del proyecto político que es la Revolución Ciudadana. Los medios de la tradicional derecha se han aprovechado de estos movimientos, los políticos de la tradicional derecha se han unido en un afán de protagonismo y el deseo natural de subirse, como puedan, a nuestra histórica camioneta.

Plausible, sin duda.

O, en mis delirios, podrá ser la Revolución Ciudadana la que, a zancadas mediáticamente suavizadas, está buscando sistemáticamente alejarse de donde partió. Y no, no creo en los reportes internacionales, ni en los índices de las ONG, ni en la prensa ni en Guillermo Lasso. Creo en el Gobierno. Creo en que “pusieron a producir” el oro ecuatoriano en Goldman Sachs (aquellos que de hecho generaron ganancias en la crisis financiera, reyes entre ratas), creo en el que no es, guiño guiño, un tratado de libre comercio con la Unión Europea, creo en nuestras revigorizadas relaciones con los ‘cucos’ financieros de Bretton Wood, creo en el silencio de las mujeres más mujeriles frente al debate legislativo sobre el aborto y creo en los piadosos rosarios rezados a la voz del matrimonio igualitario.

Es toda esta idea del capitalismo con rostro humano, que suena mucho a una incrustación de Polanyi, a modelo cepalino traído de los temores de la Guerra Fría. Es decir, a una carrera por llegar al centro. Y si las encuestas no mienten, a lo mejor lo que tenemos es lo que queremos. La democracia al servicio del ecuatoriano promedio. Al servicio del que no sale a protestar. O que ya no sale. El votante medio irritando las susceptibilidades ideológicas del articulista incomprendido.

Y a este paso, en tres años el mayor problema ya no será la reelección indefinida. Lo que tendremos es un montón de candidatos de derecha peleando por el centro, los unos amigos de los tirapiedras, los otros recordando diez años de propaganda y obras. Entonces, ahí sí que estaremos jodidos.

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