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El Telégrafo
 Pablo Salgado, escritor y periodista

Jorge Enrique, “parasiempremente ya sintigo”

04 de julio de 2014

Aquel 3 de julio de 2009, junto a Carmen, acudimos presurosos, con un ramo de flores, a la clínica Pichincha. Pero fue tarde, ya las visitas estaban prohibidas y solo se esperaba el fatal desenlace. Conmovidos, retornamos a casa, mientras se agolpaban en nuestra memoria todos los inmensos momentos compartidos con Jorge Enrique Adoum.

Con Jorge Enrique poco a poco fuimos acercándonos. Al principio con recelo y también con cierto prejuicio (de mi parte), pues algunos decían que era pedante y vanidoso. Nada más falso. Por el contrario, era siempre amable, abierto, gran conversador y sí, firme y radical en sus convicciones. Al filo del mediodía, nos encontrábamos en El Ceviche, muy cerca de su departamento, para hilvanar entretenidas pláticas, siempre alrededor de la literatura y el arte.

Y luego, en la noche, se prolongaba la charla y se tornaba aún más amena cuando se incorporaba Nicole, su esposa, también gran lectora y notable editora. Así nos hicimos cercanos, casi hermanos, pues Jorge Enrique me decía con frecuencia: “Eres uno de los hermanos que me encontré y sin buscarlo”. Afecto que siempre guardo como uno de mis mayores bienes.

Han pasado ya cinco años, y la figura literaria de Adoum sigue viva. Sigue siendo el escritor ecuatoriano más reconocido en el exterior. En muchos casos, el único. Y eso a pesar de que poco o nada se hace por promover su obra. Y peor por preservar su legado: su gran biblioteca. Cuando existía el Ministerio Coordinador de Patrimonio se había iniciado un proceso, con la colaboración de Casa de las Américas, para catalogar y preservar todos sus escritos, manuscritos, apuntes, ensayos, ponencias, sus revistas, libros, etc., y ponerlos al servicio de investigadores de las letras.

Lamentablemente lo mismo ha sucedido con la biblioteca de Carlos Calderón Chico, en Guayaquil, mientras en México, solo por citar un ejemplo, el legado de Carlos Monsivais se convirtió en una hermosa biblioteca que ya está al servicio de todos los mexicanos.

Por ello, así como se recuperó, se puso en valor y se abrió al público la casa de Benjamín Carrión (en la calle Bosmediano), la nueva administración municipal debería también asumir la responsabilidad de preservar la biblioteca de uno de los grandes escritores ecuatorianos de finales del siglo XX, como un enorme aporte a la cultura de la ciudad y del país.

Recuerdo ahora que Jorge Enrique siempre me reclamaba por qué no usaba bufanda para combatir el frío de las noches de Quito. Quizá por ello, al día siguiente del entierro, mientras compartíamos en su departamento un güisqui para aplacar el otro frío horrible de la muerte, Nicole me llevó a la habitación de su ‘turquito’, abrió un cajón de la cómoda y me regaló una de sus bufandas, la que ahora uso en las noches y la guardo también como uno de mis bienes más queridos. Jorge Enrique, tu poesía sigue viva, no importa que nos duela estar “parasiempremente ya sintigo”.

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