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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Fernando Bustamante, villano y villano

18 de diciembre de 2015 - 00:00

La objeción de conciencia de Fernando Bustamante lo ha puesto de villano y villano. Villano para su bancada. Villano para la oposición.

Desde la oposición nadie cree en su sinceridad. O cree que llegó muy tarde. Creen que la objeción de conciencia después de ocho años de alineación partidista es poco consecuente con el resto de ‘abusos’ del Gobierno por los cuales votó, o permitió, o calló. José Hernández, en su blog, no dejó de cuestionar los valores de Bustamante, desde “los atropellos sistemáticos a los derechos humanos” hasta “ese monstruo que ha ayudado a forjar”. Es, palabras más, palabras menos, lo que mayor parte de la oposición expresó.

Pero ese es el discurso que la oposición ha manejado de manera bastante consistente en relación a cualquier acción política o no que sea generada desde un estamento del Estado.

Lo impresionante fue la reacción desde el oficialismo. Bustamante sabía que tendría sanción. Sabía que los desplantes a la disciplina partidista son sancionados y sabía que si lo iba a ser, debía hacerlo él mismo, no de la ausencia que significa el voto de un suplente. No es el primero en objetar la línea partidista: cuando tres asambleístas apoyaron la propuesta de despenalizar el aborto en caso de violación, fueron sancionadas. Y aceptaron su sanción sin presentar mayores objeciones. Tampoco hubo mayores comentarios desde Alianza PAIS luego de impuesta la sanción.

Con Bustamante la sanción ha significado reacciones más fuertes por parte de sus compañeros de bancada. Fue calificado de ‘traidor’, según el propio Bustamante. Es la vehemencia incapaz de confrontar el disenso con ideas. Es como si el presidente Correa en 2015 llamara ‘traidor’ al presidente Correa de 2010, el que no creía en la reelección indefinida. Y la respuesta de Bustamante es concisa, pero reveladora, frente a los mecanismos internos de debate en PAIS: “Existen mecanismos internos, (…) sin embargo, esos mecanismos, más de una vez, han probado ser insuficientes para procesar discrepancias y a muchas personas les ha pasado que tienen la sensación de estar haciendo algo que va a contrapelo o de su más profunda convicción o de compromisos que tienen con sus conciudadanos”.

Más reveladora aún cuando Marcela Aguiñaga sostiene que la “elección de los asambleístas de PAIS no se debe tanto a méritos individuales (…), sino al hecho de pertenecer a un movimiento político de contenido ideológico y de enorme popularidad”. Es decir, los asambleístas se deben a la organización, porque los ciudadanos votaron por ella. Pero eso es solo parte del proceso electoral. Si creyéramos que los candidatos son indistinguibles de su partido, entonces no habría necesidad de tantos asambleístas. Bastaría con un solo bloque de partido sin representantes más que el porcentaje de votos que recibieron.

Pero por más de la preferencia del voto en bloque (que es una legislación de Estado y no necesariamente una preferencia ciudadana), también se asume, desde el votante, la discreción del asambleísta. Un asambleísta que ha alzado un crítica, buena, mala, deshonesta, creíble, limitada, pero una crítica al fin, de lo intransigente que se ha vuelto el proceso interno de PAIS, y de la incapacidad de ver a las críticas como eso, como críticas, más que como ataques. La valoración del partido por el ser del partido. El valor de la homogeneidad por sobre el del debate. Una homogeneidad que puede responder a los intereses del partido, pero que habrá que repensar si responde a los intereses ciudadanos. (O)

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