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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Esa izquierda que es de derecha

05 de diciembre de 2014

La política es un juego de posiciones: como el ajedrez, pero con muchos jugadores por vez. Es un espacio de estrategias relacionales, donde el lugar que se ocupa depende a su vez del que ocupen otros.

En este sentido, triste papel juegan algunas izquierdas latinoamericanas actuales. Ello ocurre especialmente en los países donde hay gobiernos que no son neoliberales y que han fortalecido el Estado, redistribuido en parte la riqueza, y ensanchado el acceso al goce de derechos para la población mayoritaria. Uno supone que las izquierdas debieran mirar con simpatía a estos gobiernos, en todo caso asumiéndolos como un tanto limitados en sus logros. Pero no es así: la relación que se asume con esos gobiernos es, a veces, peor que la que tienen con los gobiernos de derecha. ¿Por qué? en ese juego relacional, asumen que esos gobiernos les quitan clientela. A veces es peor: suponen que tales gobiernos que alivian a la población de males sempiternos deben ser considerados ‘desviacionistas’ de caminos idealmente sostenidos hacia la ortodoxia del socialismo, o indicados desde los manuales revolucionarios del marxismo-leninismo.

De tal manera, administraciones que mejoran en lo efectivo la vida de sus pueblos (no la mejoran acorde a ideas ‘deshistorizadas’ ni con utopismos imposibles) no son apoyadas por aquellos que debieran serles ideológicamente cercanos. Todo lo contrario, lamentablemente: a menudo tales izquierdas se llevan mejor con las derechas oposicionistas a esos gobiernos -derechas que en el fondo desprecian rotundamente a estos aliados de ocasión- que con los que debieran ser sus compañeros de ruta (y que solo como tales debieran ser sometidos a examen crítico y exigencia superadora). Vaya paradoja. Izquierdas que parecen desconocer que no son una alternativa real de poder, de modo que si desplaza a estos gobiernos, vendrán otros que sí serán neoliberales y rotundamente depredadores. En el juego relacional hay que saber con quién se hace alianzas, y a quién se favorece desgastando a estos gobiernos nacional-populares. Así tuvimos un Capriles en Venezuela, absurdamente seguido por una minoría de izquierda, y sostenido mayoritariamente desde la derecha ideológica, multinacional y empresarial. Fue la izquierda furgón de cola, convidada menor del banquete oligárquico. Lo vemos en Argentina, en Ecuador, en Bolivia. En vez de plantear un acompañamiento crítico desde la autonomía ideológica, se elige plegarse al gran concierto reaccionario de los que atacan a estos gobiernos, ya sea por vía de la política o por la de los medios masivos de comunicación.

Hoy en Argentina, ‘Pino’ Solanas, otrora feliz de tanto ir a la televisión privada y ultraopositora para ser mimado por el gran oligopolio mediático de ese país, ya no le sirve a sus mentores. Se acabó el romance. Esa derecha mediática, que siempre lo usó a su propio servicio y provecho, ahora ve en él un obstáculo. Últimamente lo humillan en público, lo maltratan y provocan, y él -desconcertado, acostumbrado a las previas mieles- no sabe cómo reaccionar. No advierte aún que jugaron con él, que jamás lo han respetado, y que mucho menos lo han seguido o aprobado. Es el destino de estas izquierdas derechizadas, hijas dilectas del aparato mediático opositor, felices de alguna vez tener gran prensa, con sus utopías domesticadas por un craso oportunismo que las pone como abanderadas menores de las decisiones del capital concentrado.

Claro, son izquierdas a las que les suele faltar el pueblo, así como el apoyo de los pobres en las urnas. No importa, para algunas de ellas, plantadas en una inconsciencia que puede ser fatal: ya podría venir nuevamente un gobierno de derechas contra el cual -como algunos ironizaban respecto del franquismo- esos militantes de izquierda pudieran ‘vivir mejor’, oponerse mejor, haciendo su protesta a pleno gusto, ahora sin matices ni remilgos.

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