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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

El discurso del Rey y la ‘renovada monarquía’

22 de junio de 2014

Para Felipe VI la monarquía parlamentaria es el mejor de los mundos posibles, aunque deja claro también que el ejemplo es un valor fundamental, pues sin mencionarlos hizo referencia a sus parientes cercanos envueltos en actos de corrupción.

El pasado jueves dijo: “Hoy, más que nunca, los ciudadanos demandan con toda la razón que los principios morales y éticos inspiren —y la ejemplaridad presida— nuestra vida pública. Y el Rey, a la cabeza del Estado, tiene que ser no solo un referente sino también un servidor de esa justa y legítima exigencia de todos los ciudadanos”.

Quizá esto fue lo más sentido de su discurso. Más allá de eso queda claro que el sistema republicano debe esperar, no solo por el reinado que se aferra sino porque los partidos PP y PSOE son su vital parte orgánica (¿súbditos?). ¿Por eso, Felipe VI dijo también que aspira a una “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”?

No. Esa frase ha sonado como un campanazo en el desierto: nadie atina a explicar cómo y dónde se realizarán las reformas para una posible renovación y a qué se refiere con tiempo nuevo, si el de la realeza es un devenir infinito, como queda claro en la constitución española. La suerte de la democracia de ese país, además, pasa porque un sector muy importante de su población (la catalana) propone la separación política porque asume una perspectiva histórica desde su condición —como se diría en Ecuador— de otra nacionalidad.

Lo rico del debate del reinado en España, con la asunción del nuevo monarca (un joven con miradas y conceptos que más hablan de un primer ministro), nace de la imposibilidad de Felipe VI para evitar asumirse como ciudadano contemporáneo con una corona medieval en su cabeza, sin descontar la misma dinámica democrática de su país con la más grave crisis económica de su historia. Cuando menciona la palabra transparencia, su discurso resiente a sus compatriotas al saber que no hay cuentas claras del gasto de la familia real y de las conexiones y ‘palanqueos’ en los meganegocios de los proyectos estratégicos. Y cuando termina su discurso y habla en castellano, catalán, vasco y gallego, pero llama a la unidad, sus conciudadanos regresan a ver por qué el idioma cuasi oficial es uno solo. O, cuando pide afianzar el rol de la mujer, las españolas mirarán a su esposa en funciones y hasta tareas que no sintonizan con ese pedido, pero también se preguntarán por qué su hermana Elena no es la reina absoluta si es la primogénita.

España vivió 2 épocas de republicanismo y le costó decenas de miles de muertes. Felipe VI sabe de eso. Y, como dice mi amigo Francisco Sierra, en el escenario no está descartada la posibilidad de un golpe de Estado si la fuerza política de quienes aspiran a una democracia plena choca contra los grandes intereses de las corporaciones y la ‘casta’. Si eso ocurriera no sería precisamente para defender la monarquía parlamentaria sino la compleja estructura de poder que hace posible la riqueza de un pequeño grupo y, por qué no, la misma existencia plena de la articulación con una Europa en crisis.

Entonces, el siglo XXI y el ciclo político para España han iniciado con una tensión democrática potente. Y en esa condición lo que haga o deje de hacer Felipe VI siempre será para profundizar la corriente democrática hacia el retorno a una república para este siglo. Si eso está en la agenda política del monarca, los españoles saben que todas las disputas podrían entrar en la demanda de una asamblea constituyente, como ya se han expresado distintos sectores desde las manifestaciones de los indignados. Y no solo para saldar las cuentas históricas pendientes, sino para apuntalar otro sistema de convivencia. Pero eso no será, para nada, una salida armónica y menos aún con costos menores. Para los españoles, da pena, pero hay que decirlo, hay un ejemplo a seguir: los movimientos progresistas, populares y ciudadanos de América Latina.

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