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El Telégrafo
Roberto Follari (*)

Deporte y juegos olímpicos, ese imponente negocio

12 de agosto de 2016 - 00:00

No es que ya no exista pasión. El deporte siempre implica competencia, y con ello lucha por superar a un rival o muchos rivales. Y cuando esto se combina con las identidades nacionales, como sucede en los Juegos Olímpicos, hay un enorme caudal de sentimiento ligado a los símbolos patrios, a los colores de cada país, a la tradición y el nombre del sitio al que se representa.

Además, hay aún muchos deportes amateurs, o que casi lo son. Los futbolistas ganan millones, algunos tenistas también, pero muchos de los practicantes de los deportes olímpicos hacen esfuerzos sin grandes ganancias, o sin ninguna; sobre todo -por supuesto- en los países del capitalismo periférico, siempre empobrecidos desde el poder absorbente de los países del capitalismo central o hegemónico. Pero todo ello está, en nuestra época, bajo el paraguas del negocio.

De los anunciantes, de las empresas promotoras, de las que tienen los derechos de televisación. Las sumas en juego son impensables. El deporte está colonizado por el mercado, por el dinero. Desde las construcciones de los estadios a los gastos que se hacen en viajes y turismo para concurrir a los juegos, en un periplo deportivo como el de los Juegos Olímpicos, la circulación monetaria es enorme, y el enriquecimiento de unos pocos, también.

Lejos nos queda la nostalgia del fútbol de potrero, del tiempo en que se jugaba por gusto y pasión como el primer motivo: hoy, algunos padres venden a sus hijos a clubes europeos cuando los chicos tienen apenas 10 o 12 años, los desarraigan y pierden, en la esperanza de hacer dinero con ellos. También hoy, deportistas y vedettes hacen curiosas parejas para gusto de los programas de chimentos en televisión: lo que los une es la fama y la ganancia, nunca un objetivo genuino en común.

En tiempos en que los latinoamericanos vemos retornar las derechas a algunos gobiernos (Brasil y Argentina, los dos más grandes países del Sur del continente), no cuesta advertir que esos gobiernos pro-empresariales son los que representan la lógica del mundo social colonizado por el mercado; donde la ganancia de los más poderosos es lo que importa, y el salario de los trabajadores es bajado, pues se lo considera como un ‘costo laboral’.

Esa lógica implacable es la que ha infestado también el mundo del deporte; en Argentina, por ej., se está devolviendo la televisación del fútbol a grupos privados, y a mediano plazo se contempla cobrar la visión de partidos por TV, como ya se hacía en anteriores tiempos neoliberales. Así, se convierte cada vez más la pasión genuina por los colores del propio club o del propio país, en motor para el negocio y la ganancia privada de unos pocos grandes empresarios que, si cuentan también con las riendas de los gobiernos, no tienen límites a su poder de imposición. (O)

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