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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Ambición, orgullo y vanidad

02 de abril de 2015

Generalmente, se asocia la ambición con los que tienen brillantez social, pero esto es limitarla a un solo ámbito; la ambición, como el ambicioso, está en todos los estratos y ambientes. Como aquel personaje salido de una madriguera, que conserva su puesto solo porque en él pone en práctica sus habilidades, hipocresías y perversidades abarrotadas de sentimientos y pasiones desordenadas, producto quizás de traumas en la niñez.

Citando a Oscar Wilde, José Luis Martín Descalzo retrata a este impenitente buscador de aceptaciones para mantenerse aferrado en su posición social.

Dice que todo aquel que aspira a ser algo separado de sí mismo, siempre logra lo que se propone, pero este es su castigo, porque quien codicia una máscara termina por vivir oculto tras ella.

Olvidan que con esto pierden el rumbo de alcanzar un alma noble y se alejan de la gracia de Dios. El precio a pagar por esto es que conquistan una careta, pero tienen que pasar la vida viviendo con ella puesta.

Para estos ambiciosos vale lo que Martín Descalzo refiere: “Son cadáveres obsesionados en poner cerrojos a sus tumbas para que nadie les robe los trozos de muerte que tan ansiosamente han atesorado; cadáveres que hoy tal vez recibirán el cuerpo de Cristo y serán capaces de congelar tanto fuego”.

Por el contrario, considero que la humildad es una virtud que consiste en conocer las propias limitaciones y actuar de acuerdo a tal conocimiento. Pertenece a personas modestas, característica que las lleva a realizar una acción sin proclamar sus resultados. La humildad es la virtud central de la vida, ya que brinda una perspectiva apropiada de la moral, fundamento de todas las otras virtudes. Recordemos que Jesús predicaba: “El que se enaltece será humillado, y el humilde será enaltecido”.

“La humildad es un estilo que nunca dejará de sorprendernos y ponernos en crisis: nunca nos acostumbraremos a un Dios humilde”, dijo el papa Francisco, en la homilía de la celebración litúrgica del Domingo de Ramos.

En contraposición a ese estilo al que se refirió el Pontífice, puso el ejemplo de “otra vía, contraria al camino de Cristo: la mundanidad. La mundanidad nos ofrece el camino de la vanidad, del orgullo y el éxito”.

Francisco I recordó que esta otra vía “el diablo se la propuso también a Jesús durante los cuarenta días en el desierto. Pero Jesucristo la rechazó sin dudarlo. Y también nosotros podemos vencer esta tentación, no solo en las grandes ocasiones, sino también en las circunstancias ordinarias de la vida”.

Los años nos van proveyendo las herramientas esenciales en situaciones críticas, como son: el beneficio de la duda, la observación callada y el saber escuchar.

Como corolario, debo decir que la falta de humildad nos conduce a la vanidad, que no es más que el miedo a perder el objeto de nuestra seguridad. La humildad nos ancla y nos ayuda a reflexionar sobre la vida, que es efímera. Por ello, hacer el bien y saber manejarse con prudencia es lo que cuenta al final.

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