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Hacia un Estado plurinacional

13 de agosto de 2012

Desde el retorno a la democracia representativa, la lucha de los movimientos indígenas se caracterizó por denunciar a un Estado uninacional, blanco y mestizo. Muchas fueron las formas de la denuncia y la exigencia de que la Constitución dé cuenta de un Ecuador diverso, intercultural, multiétnico, plurinacional.

Sin embargo, esas luchas fueron abriendo caminos entre quienes defendían las luchas por un reconocimiento etnojurídico y quienes exigían un reconocimiento, no solo identitario y cultural, sino en términos de la redistribución de la riqueza, como de la urgencia histórica de un profundo proceso de reorganización de la propiedad de la tierra.

En ese marco, las sucesivas Constituciones fueron gradualmente dejando en claro que ese Ecuador diverso existía y que las instituciones debían ponerse a tono con el mandato constitucional. Sin embargo, el país poco cambió con las declaraciones jurídicas o culturalistas. Muchas organizaciones pensaban que solo bastaba enunciar la diversidad para que el Estado la reconozca o que las exigencias y negociaciones políticas en las instituciones políticas del Estado harían del país una sociedad diversa y menos racista.

Pero eso no ocurrió y aún al Ecuador le falta caminar muchísimo para lograr un Estado plurinacional. Uno de los primeros obstáculos es la propia idea y constructo de un país-república; desde esos fundamentos la sociedad se ve enfrentada en sus propias cosmovisiones.

La república como eje central de la organización de la diversidad en América Latina, ha sido, precisamente, el instrumento de sometimiento, de desindianización de las sociedades, basta recordar que lo indígena -como lo negro, lo afro- ha sido tratado como un problema por las élites y las clases, estamentos y castas que han vivido de la explotación masiva de pueblos y nacionalidades. La noción étnica como problema ha ocultado un problema grave de fondo en el armado de nuestro país: el racismo y la racialidad.

El racismo impregnó el funcionamiento de la sociedad ecuatoriana, pero desde la lógica de la república, este ya no es tan funcional, de ahí que la racialidad permite todo tipo de exclusiones e invisibilizaciones, enmascarada en las formas más tiernas y dulces. Quizás, la forma más perversa de racialidad es la naturalización de las condiciones de vida; el quitar el carácter histórico y de disputa a las clases sociales, pero sobre todo la despolitización masiva.

Se podrá decir lo que se quiera de este nuevo tiempo político, pero es innegable que la mayoría de sectores sociales está tomando posición política, aunque aún falte fortaleza, coherencia y racionalidad en las argumentaciones.

Un Estado plurinacional no se construye desde el pensamiento único del liberalismo mercantilista que ha predominado en el Ecuador. Hoy más que nunca hay que disputar todos los lugares del poder, no solo del Estado, sino de las clases y estamentos neoconservadores que han levantado una nueva cruzada privatizadora de la política.

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