El reciente tiroteo en el club Pulse (Orlando, Estados Unidos) en el que fallecieron más de  50 personas y otras 53 resultaron heridas, nos llama a reflexionar sobre la violencia, el odio y las tecnologías de destrucción en las sociedades contemporáneas.   Se ha pretendido explicar dicho acontecimiento como el resultado de una ‘perturbación personal’ o por su vinculación con grupos extremistas. Sin embargo, el tema de fondo es la violencia latente que existe en las ‘sociedades democráticas’, los crímenes de odio hacia diversos grupos sociales, la tenencia masiva de armamento entre la sociedad civil, entre otros.     ¿De dónde proviene tanta violencia? ¿Es el síntoma de una problemática social de larga data? No hay que perder de vista que EE.UU. es el país con la tasa más alta de posesión de armas de fuego a nivel mundial (¡hay más rifles que personas!) y, según las cifras, cada día se registra más de un asesinato a causa de tiroteos civiles.   Aquí resulta pertinente recordar el texto Sobre la violencia, de Hannah Arendt, publicado en 1969, año memorable por varios acontecimientos: invasiones armadas por parte de EE.UU. a varios países, pruebas atómicas, agitados procesos de movilización estudiantil y social antisistema, alunizaje, Woodstock,  la aparición del Arpanet, entre otros.   Una frase sintetiza el espíritu del texto, Arendt escribe: “Por obra de la enorme eficacia del trabajo científico en equipo, que es quizá la más sobresaliente contribución americana a la ciencia moderna, podemos controlar los más complicados procesos con una precisión tal que los viajes a la Luna son menos peligrosos que las habituales excursiones de fin de semana; pero la supuesta ‘mayor potencia de la Tierra’ es incapaz de acabar una guerra, claramente desastrosa para todos los que en ella intervienen, en uno de los más pequeños países del globo”.   Desarrollo tecnológico, guerras entre potencias mundiales, guerras internas por problemáticas sociales, odio a las diversidades. No es casualidad que en esa misma época la  homosexualidad estuviera  catalogada como una enfermedad mental. De esta  forma, el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM I por sus siglas en inglés) la definía como “una desviación de la sexualidad encuadrada dentro de las conductas sociopáticas”.   Recién en 1973, la Asociación Americana de Psiquiatría eliminó a la homosexualidad del catálogo del ‘desorden mental’. Por su parte, la Organización Mundial de la Salud (OMS) demoró hasta 1990 para retirarla de su vademécum. Evidentemente, más que una iniciativa propia fue a causa de fuertes procesos de movilización social.   Por otra parte, es importante recordar que en América se introdujo un marco normativo (proveniente de la doctrina inglesa y española)  de prohibición y criminalización  hacia los ‘actos contra natura’. En el caso ecuatoriano, por ejemplo, hasta 1997 la homosexualidad era considerada delito; así en el  art. 516 del Código Penal de Ecuador se establecía que “las relaciones homosexuales consentidas entre adultos serán castigadas con reclusión de cuatro a ocho años”. Como se puede apreciar, existe una estrecha relación entre el discurso médico, los marcos normativos, la aplicación penal y los prejuicios sociales. El teórico Michel Foucault dedicó gran parte de su obra para descubrir los distintos dispositivos de poder para la ‘estandarización de la vida’, algunas con carácter represivo y otras, en cambio, abanderados de ‘libertades’, con el fin de administrar la vida y la muerte de la población (’hacer vivir, dejar morir’).    ¿Pero cuál es la realidad hoy en día? Las cifras muestran que la violencia es generalizada contra la población GLBTI. Aún existen algunos países en los que la homosexualidad es castigada con pena de muerte, prisión y otras sanciones. Pero aun en los Estados en los que está legalizada la unión entre parejas del mismo sexo se registran asesinatos colectivos (’glbticidios’) como el del club Pulse. En pleno siglo XXI siguen existiendo clínicas que tienen por objetivo la ‘deshomosexualización’ y que utilizan todo tipo de torturas y abusos para sus fines.    Tal vez en un futuro se incorpore la ‘belicomanía’ y el ‘trastorno neoliberal’ en los manuales psiquiátricos. O quizás, en los códigos penales se sancione la venta libre de armas y los ‘productos culturales’ que incitan al odio. Y en esos mismos cuerpos normativos se endurezcan las penas para los expertos en el dejar morir, los corruptos, los concentradores de riquezas ilegítimas, los generadores de desigualdad. Hoy más que nunca resulta necesario escuchar las demandas de los movimientos sociales y de las nuevas generaciones. De lo contrario, se puede cometer serias injusticias en nombre de un saber disfrazado de tecnicismos. (O)