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Oralidad y literatura se juntan en festival de Loja

El grupo cubano Teatro de la Rosa puso en escena Las venas abiertas de Latinoamérica en el Teatro Bolívar.
El grupo cubano Teatro de la Rosa puso en escena Las venas abiertas de Latinoamérica en el Teatro Bolívar.
Foto: Lylibeth Coloma / El Telégrafo
23 de noviembre de 2016 - 00:00 -

La noche del último domingo, el grupo colombiano La Candelaria presentó su versión de El Quijote en el teatro Benjamín Carrión, en el marco del primer Festival de Artes Vivas de Loja (Fiavl).

Antes de la función, la dramaturga y actriz Patricia Ariza recordó que el fundador de La Candelaria, Santiago García, “siempre decía que con esta obra buscaba rescatar el lenguaje de Cervantes”, uno que es eminentemente popular. Otro interés era rescatar el humor y la oralidad. “En esa época, las obras se hacían para ser leídas en voz alta, porque no había mucha gente letrada”, agregaba. Pero sobre todo, la obra está ahí “para rescatar la utopía”, que es —dice Ariza, integrante de La Candelaria— “lo que más necesitamos en nuestra América”.

La obra está llena de palabras del Siglo de Oro. Al inicio, Don Quijote decide abordar “aquesta barca”, ubicada en el centro del escenario.

Entre relecturas como una Dulcinea en forma de títere que aparece como fantasma cada vez que Don Quijote la nombra, o la llegada de un duque que le cuenta que ha leído sus aventuras, relatadas por un tal Cervantes, transcurre esta obra en la que el ‘Caballero de la triste figura’ es elevado a ‘Caballero de los leones’ luego de que uno de estos animales lo despreciara como comida por ser muy flaco.

Algunas preguntas sobre la oralidad, que tan importante fue al momento de crear El Quijote, se las han hecho otras de las agrupaciones invitadas al Fiavl y las posibilidades han sido variadas.

El grupo Contraluz, por ejemplo, prescindió de la oralidad. En su obra Cletasinergia —presentada la mañana del domingo en el parque Jipiro— este colectivo de Portoviejo cuenta sus pequeñas historias sin usar palabras, solo pedales.

Los actores llevan a escena las costumbres de su pueblo: un grupo de vacas se rebela ante su dueño; dos gallos y dos gallinas se pelean; el fotógrafo, el mono y el lanzacuchillos de un circo de pueblo hacen su número con gente del público. Y lo hacen siempre subidos en bicicleta (de ahí el nombre de la obra).

Rubén Darío Romero, uno de los actores de Contraluz, dice: “Quisimos rescatar el uso de la bicicleta como medio de transporte. Como vivimos en un valle, mucha gente la usa”. Los integrantes de Contraluz, que tienen una trayectoria de 15 años, trabajan en parques, casas, centros comunales o habitaciones de amigos.

La tarde del lunes, el grupo cubano Teatro de la Rosa puso en escena Las venas abiertas de Latinoamérica en el Teatro Bolívar. Un cuadro de Eduardo Galeano es velado en el escenario mientras dos actores y músicos, Alejandro Yera (piano y violín) y Juan Manuel Campos (clarinete), leen fragmentos del libro del autor uruguayo del que toma el nombre el espectáculo.

La obra narra pequeñas historias como la de Julia, una mujer de Colombia que por pensar en rojo se vio obligada a vivir con un chaleco antibalas al que llenó de adornos para no estar vestida “tan feo”. Cuando intentó prestárselo a un amigo suyo, este no quiso porque se veía muy femenino. Entonces le quitaron los adornos para que se lo pusiera. “Esa noche lo acribillaron con el chaleco puesto”, recitó Pineda.

Tal como para La Candelaria, la utopía es central en esta obra. Hay un fragmento sobre el escritor mexicano Juan Rulfo, en el que se cuenta que no escribía porque su trabajo como burócrata no le dejaba tiempo: “... y uno no puede ir al médico y decirle: Me siento muy triste, porque por esas cosas no dan licencia los médicos”.

Aquí la utopía se presenta también en forma de música. Entre cada fragmento, Roxana Pineda, cantante y narradora de la obra, entonaba temas de autores latinos de corte revolucionario como ‘Te recuerdo Amanda’, de Víctor Jara, o ‘La maza’, de Silvio Rodríguez. A lo largo de la presentación, los intérpretes fueron aplaudidos tres veces.

La noche del lunes, en el Centro Cultural Municipal Alfredo Mora Reyes, el grupo quiteño La Mestiza puso en escena Ñucanchik Antisuyu Riman (en español, Habla nuestra selva), una obra basada en el libro El país de la canela, del escritor colombiano William Ospina.

Ahí cuentan cómo Gonzalo Pizarro se adentró en la Amazonía con la intención de buscar canela (una de las especias árabes que buscaba Colón cuando descubrió América), porque un indio le había dicho que el sabor era el mismo del ishpingo, una planta que crece en la selva.

La puesta en escena incluye proyección de videos y canciones en kichwa tocadas con instrumentos autóctonos (que fueron cantadas también por el público). Más que una obra teatral convencional, esta es una narración oral que ganó un premio en la reciente Fiesta Escénica de Quito.

Después de la presentación hubo un foro en el que Franklin Martínez, el narrador, y su compañero Leonardo Santillán, contaron que para la obra se trasladaron a la provincia de Napo —donde existen carteles que dan la bienvenida al ‘País de la Canela’— para completar su investigación, que incluía preguntarles a los indígenas mestizos si estaban cantando bien las canciones en kichwa.

Ñucanchik Antisuyo Riman busca rescatar la tradición cultural de la Amazonía, una región que a menudo es vista como un cúmulo de materias primas, como el petróleo, la madera y el café, pero pocas veces como una fuente de productos culturales, “de los que tiene una cantidad exorbitante”, dice Franklin Martínez. (I)

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