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Diana Taylor propone "más teorías de retaguardia que de vanguardia"

Por los cinco continentes, Diana va detrás de actos tan artísticos como contestatarios, con especial interés en temas de memoria, cuerpo o desaparición forzada.
Por los cinco continentes, Diana va detrás de actos tan artísticos como contestatarios, con especial interés en temas de memoria, cuerpo o desaparición forzada.
Foto: Paula Mónaco Felipe
01 de noviembre de 2016 - 00:00 - Paula Mónaco Felipe

Diana Taylor recorre el mundo buscando conexiones entre arte, política y discurso. Hace más de 25 años y con un radar interno siempre calibrado, se mete en protestas de movimientos sociales, hurga en archivos de prensa, enfrenta discusiones académicas, mapea escenarios teatrales y sigue pistas hasta dar con quienes realizan acciones performativas, sean grupos consolidados, organizaciones o cualquier individuo.

Los performativos –en lenguaje coloquial performance– son las expresiones capaces de convertirse en acciones y transformar la realidad,   definió el filósofo estadounidense John L. Austin durante una conferencia en Harvard, en 1955, y se convirtió en la piedra fundacional de una prolífica corriente académico-artística que en nuestros días tiene en Diana Taylor a una de las principales expertas.

Ella es profesora de la Universidad de Nueva York (NYU); directora y fundadora del Instituto Hemisférico de Performance y Política; autora de 3 libros sobre el tema, coautora de 4 y editora de 5 volúmenes de ensayos críticos sobre dramaturgos latinoamericanos. También escribe un sinfín de artículos en las principales revistas especializadas.  

Por los cinco continentes Diana Taylor va detrás de actos tan artísticos como contestatarios, con especial interés en temas relacionados a la memoria, el cuerpo, la desaparición forzada, las tecnologías, el género y las identidades indígenas. Además de analizarlos, organiza encuentros donde rompe con distancias establecidas: por varios días cruza a los académicos con los artistas, a los teóricos con los activistas. Son los llamados ‘encuentros hemisféricos’, donde se ponen a prueba conceptos y se tienden redes que luego sueltan brotes por países lejanos entre sí.

En octubre, Taylor dictó un seminario en la Universidad Nacional Autónoma de México –la principal del país– y una conferencia como cierre. Cientos de personas, entre estudiantes, académicos, jóvenes y no tanto, asistieron a escucharla en su disertación ‘¡Presente! La política de la presencia’. Desde el estrado, ella instó a optar por “más teorías de retaguardia que de vanguardia” y también a dejar a un lado la soberbia de la academia sabelotodo: “Aceptar la vulnerabilidad del no saber, de esperar”.

Quien ha trabajado siempre en el cruce de disciplinas, se pronunció por ir aún más allá: “por un movimiento hacia la posdisciplinariedad” para salir de las cajas negras académicas. Enlazó conceptos de filosofía, artes, política y también biología y física. “Quiero hablar con gente diferente, de otras disciplinas, de otras partes del mundo”, respondió a provocadoras preguntas del politólogo Benjamín Arditi.

Aun con décadas de experiencia, Diana Taylor admite que le faltan palabras y conceptos para el presente. Busca cómo nombrar a un catálogo de situaciones que en su opinión no pueden generalizarse dentro de una sola etiqueta de acto performativo o performance.

“En tiempos de cuerpos capaces de hacer más cosas, necesitamos más vocabulario. Por eso tengo que inventar palabras”, dice con su acento mitad estadounidense mitad mexicano. Lanza, entonces, su propuesta: llamar “animativos” a aquellos actos que se resisten a un mandato performativo que proviene de una institucionalidad y lo hacen a través de una negación –no necesariamente buena ni políticamente correcta–, con un fuerte componente de emocionalidad.

Su ejemplo es un hecho casi desconocido en la historia política mexicana: la desobediencia de cientos de funcionarios públicos del régimen del expresidente Gustavo Díaz Ordaz. El 28 de agosto de 1968, en tiempos de rebelión estudiantil y albores de la represión que terminó en la Masacre de Tlatelolco, los burócratas fueron obligados a participar en “un desagravio a la bandera” y acto de respaldo al régimen que se realizó en el Zócalo, la plaza principal del país.

Relatos de historia oral luego narrados en versiones diferentes por Paco Ignacio Taibo II y Elena Poniatowska, indican que al momento de la ceremonia los funcionarios dieron la espalda al presidente represor y berrearon como borregos. Fue una provocación porque en el léxico político mexicano ‘borrego’ es quien acude a respaldar ciegamente y sin conciencia de postura, muchas veces por soborno económico.

Para Taylor, actos como ese “descalifican al performativo (oficialista), lo hacen fracasar”. Los define animativos porque “los cuerpos políticos son cuerpos amplificados por la emoción que los anima (…). Los afectos son intensidades viscosas que circulan dentro de los seres humanos”.

Del 68 pasa al presente: la desaparición forzada de 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa y múltiples manifestaciones en torno de ese caso, con un nuevo renacer de la consigna ‘Vivos los llevaron, vivos los queremos’, tantas veces usada en Latinoamérica.

-¿Por qué estás trabajando sobre estas ideas?-, pregunto más tarde.

- Porque todos estos actos de autoridad y resistencia pertenecen a un mismo escenario en el cual actores políticos tratan de avanzar sus intereses o ideales. El ejemplo del 68, los borregos de Francis Alÿs y los 43 en el Zócalo iluminan cómo las luchas están ligadas en muchos aspectos políticos, simbólicos y económicos, entre otros. Como definió Austin, son palabras que hacen algo- responde.  

-¿Qué preocupaciones guían ahora tu investigar?

- Trato de explorar maneras de pensar y dialogar más allá de las disciplinas, unir conocimientos que las disciplinas tradicionales separan como el quehacer artístico y el activismo. Es parte de mi intento por entender escenarios complejos desde un marco más amplio. Me pregunto cómo dar la espalda a la autoridad y a la institucionalidad.

-¿Por qué hablar de esto en México, en 2016?  

- Por la cadena de violencia y lo que brota en el espacio público una y otra vez: ahora son los 43. (I)

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