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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Tras las huellas del duende

01 de diciembre de 2016 - 00:00

Existe, como parte de la mitología de Ecuador, un sinnúmero de seres fantásticos. En cada región están los duendes, con sus claras diferencias. Por ejemplo, en Esmeraldas se llama Riviel, que va en una canoa; en Manabí, cerca de la isla Corazón, está un duende con patas al revés (para despistar a quienes lo buscan), más al sur, se encuentra el Tintín, con un enorme falo, que evoca los tiempos prehispánicos y los ritos de fertilidad.

Un trabajo interesante es el de Rosa Cecilia Ramírez que nos habla de la parte norte de Ecuador, en su libro Memorias de Mira, que sirve de base para este artículo. Dice que los duendes del Carchi son melódicos y enamoradizos: les encanta la música y son bailarines. Por eso viven cerca de las cascadas, donde permanecen en sus mágicas celebraciones hasta que un desprevenido los alcanza a mirar. Mas, viven en sitios inaccesibles y que son, según los abuelos, ‘pesados’, es decir que tienen una densidad extraña que pone la carne de gallina. Cuando alguien los ve, no pasa nada. Pero cuando un duende o una duenda mira primero, inmediatamente la persona queda ‘enduendada’.

Por este motivo, acuden a sus llamados en lo que se denomina las malas horas: seis y doce, de la mañana, tarde y noche. Aparentemente, son atraídos por la maravillosa música que entonan y los duendes -como en todo el mundo- son traviesos. Les colman de obsequios y de pasteles, pero cuando el ‘enduendado’ llega feliz a su casa, las tortas son en realidad majada de ganado, aunque el encantado siga insistiendo lo contrario.

A diferencia de los duendes de características indígenas, como el chuzalongo, que vive en la Sierra centro-norte y que es un tanto sátiro, los duendes de la zona de Mira son más bien juguetones. Su rostro no tiene verrugas y son hermosos. Las duendas, según dicen, tienen la cabellera larga. La música es de apariencia celestial, porque
-según se comenta- los duendes son espíritus. Mejor dicho, ángeles caídos en desgracia y que tocaban en los coros celestiales. Son enemigos de los perros, a los que provocan muertes misteriosas.

Les atraen las mujeres de ojos grandes y zarcos. Tienen un sombrero de ala ancha y sus trajes son de colores brillantes. Eso sí, se desplazan a varios centímetros del suelo y cuando escuchan aullidos desaparecen. Acaso, los duendecillos que viven en el Carchi se acercan más a la mitología europea que a la andina. En la Sierra los duendes que llegaron en carabela se fusionaron con las mitologías andinas, con referencia a rituales de la tierra.

Hay varios secretos para ahuyentarlos: colgar un collar de ajo a la víctima o también amarrarla a un palo. Es preciso amarrar al perseguido con un cabestro de cuero de vaca, untado con sangre. Como a los duendes les gusta llevar a sus víctimas a las cuevas, al no encontrarla sale en su búsqueda. El infortunado tiene que aguantar la paliza, pero el duende se va enfurecido y no retorna más, creyendo que le han plantado la cita. Pero como siempre, el duende tiene la sonrisa amplia y no cabe duda de que retorna nuevamente a los caminos sinuosos. (O)

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