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El Telégrafo
Melania Mora Witt

Restauración conservadora: ¿todo vale?

10 de septiembre de 2016 - 00:00

El 28 de junio de 2009, militares hondureños irrumpieron en la residencia del presidente Manuel Zelaya y lo expulsaron del país, protagonizando un golpe de Estado que sería precedente de procedimientos desestabilizadores  que, contra gobiernos progresistas, se han dado en la región. El golpe mereció el repudio de la OEA y la ONU, pero al tener el visto bueno imperial, tales acciones no tuvieron consecuencias.

El secuestro y expulsión de Zelaya fueron  realizados el mismo día en que debía efectuarse una consulta popular, que permitiría afianzar una acción que había logrado obtener el mayor crecimiento económico de la región. El gobierno de Zelaya logró la condonación de buena parte de la deuda y, a través de convenios con Petrocaribe, la reducción del precio de los combustibles y el incremento del salario mínimo vital. Su pecado fue el acercamiento a regímenes progresistas y la adhesión a la Alba.

Auspiciado por la Alianza Patriótica para el Cambio, el 20 de abril de 2008 ganó las elecciones presidenciales en Paraguay el sacerdote y sociólogo Fernando Lugo, nombre  familiar para los campesinos de la provincia de Bolívar en Ecuador, donde ejerció como profesor y párroco. Ligado a las comunidades eclesiales de base, se identificó con la doctrina social de la Iglesia. Lugo impulsó la educación y la atención a la salud; se lograron cifras récord de crecimiento económico; las exportaciones aumentaron un 14,5% -el mayor incremento en América Latina-. Las élites -herederas de Stroessner- fraguaron un complot en Curuguaty. Tal fue el pretexto para el golpe parlamentario que lo destituyó  en 2012.

Conseguir mayorías en los parlamentos se convirtió en modus operandi y así Dilma Rousseff fue defenestrada tras un proceso inicuo, en el cual sus acusadores están -en su mayoría- acusados de corrupción. Fue el de Brasil un golpe orquestado por los poderosos monopolios paulistas, entre ellos el grupo Clarín. La batalla contra los gobiernos progresistas ha sido y es sostenida por la gran prensa, acostumbrada a manejar a gobernantes débiles y obsecuentes.

En Venezuela se sigue -usando todos los métodos- el mismo camino, con el apoyo de la reacción mundial. Se busca borrar todo rastro de la herencia de Chávez.

La ‘rebelión’ de los cooperativistas mineros bolivianos fue orquestada por las transnacionales que buscan recuperar el dominio de los recursos naturales del país. El viceministro Illanes, que se ofreció como mediador, fue brutal y cobardemente asesinado. Se busca la desestabilización del gobierno de Evo, llegando hasta el crimen.

Ecuador vivió el 30-S una conspiración que buscaba el asesinato del presidente Correa. La oposición tiene su aliado en la gran prensa y hoy forman parte de ella militares en servicio pasivo y algunos en servicio activo, que promueven la insubordinación contra el Primer Mandatario. Hay muchos pretextos, pero la verdad está en la confesión de uno de ellos, que al acusar a la Comisión de la Verdad muestra claramente una ideología conformada en la Escuela de las Américas. (O)

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