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El Telégrafo
Jaime Galarza Zavala

¿Qué son los paraísos fiscales?

28 de julio de 2016 - 00:00

Una buena pregunta, que aquí se la hace medio mundo, especialmente la gente que vive lejos de todo paraíso, por no decir en el infierno de la exclusión, la miseria y el abandono. Para decirlo de modo sencillo, un paraíso fiscal es un sitio del globo terráqueo a donde van a parar las fortunas acumuladas por quienes evaden el pago de impuestos fiscales, que las leyes y la moral pública obligan a pagar. En esos paraísos fiscales los dichosos (o dichosas) pueden depositar cualquier cantidad de plata sin que el banco donde lo hacen le pregunten el origen de sus depósitos, mejor para ellos si son 100 millones o más.

Esa plata puede provenir de la evasión de impuestos fiscales en el país de origen, de la defraudación aduanera, del narcotráfico, del tráfico de armas, del lavado de dinero, del sicariato que acumula fortunas como pago por asesinatos. Esos depósitos pueden originarse también en el saqueo de la caja pública o municipal, en las quiebras bancarias fraudulentas, en la estafa a ingenuos socios de planes de vivienda, y claro, en el pillaje de fondos de los bancos estatales por parte de funcionarios o compadres favorecidos con préstamos jugosos y escabrosos.

Ahora bien, ¿cuáles son los beneficios que reciben tales depositantes de los paraísos fiscales? Primero, el sigilo bancario; es decir, la garantía del secreto a fin de proteger el nombre de aquellos contra todo intento de investigación o castigo legal en los países de origen. Luego, las facilidades para transferir los depósitos de un paraíso fiscal a otro, hacer fáciles inversiones y conseguir protección política y diplomática de quienes gobiernan en esos paraísos. Centuplicada su fortuna por estos medios sucios,  los dichosos (y las dichosas) podrán retornar a su país de origen a participar en elecciones presidenciales, parlamentarias o municipales, y si triunfan, volver a las andadas, a cargar nuevos sacos de oro rumbo a los paraísos fiscales. Por eso cabalmente se llaman paraísos, y por eso se llaman fiscales, porque la principal razón para llevarse la fortuna fuera del país es para evitar pagar los impuestos que la ley y la moral pública determinan.

La ley en algunos casos es demasiado bondadosa y permisiva, dando lugar a que los dichosos (o las dichosas) saquen grandes cantidades de dólares en forma legal, especialmente donde no existe un poder popular que los limite y controle. En cualquier caso, apelar a los paraísos fiscales resulta inmoral, puesto que los actores de estos movimientos corruptos previamente se han beneficiado de los servicios de toda índole que les brinda el país, han explotado a sus empleados y trabajadores, han empobrecido a los campesinos y pequeños agricultores, han prostituido la política, han contribuido al deterioro ambiental y a la contaminación a través de sus carros de lujo y su vida suntuosa; en suma, han resultado nefastos para la sociedad.

Y todo para terminar llevándose sus capitales, frecuentemente mal habidos, a los paraísos fiscales de Panamá, el Caribe, Japón, Estados Unidos u otros sitios, donde el capitalismo salvaje acumula fortunas a costa de los pobres y las naciones menos favorecidas. De allí que sea absolutamente justo que se prohíba -como debería hacerse- que quienes poseen fortunas en paraísos fiscales lleguen a ser candidatos para ocupar las altas funciones de un Estado. Y si llegan, deben ser juzgados y destituidos. (O)

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