Lo sucedido a centenares de niños en las escuelas públicas y privadas del país es atroz. Y es aún más grave el saber que lo ocultaron, que intentaron callar para supuestamente guardar el ‘prestigio’ de los establecimientos. Y causa estupor el solo pensar que esto sucedía a diario. Y también es grave que se organicen marchas en contra de una ley que busca erradicar la violencia contra la mujer. Marchas organizadas sobre la base de la manipulación, la desinformación y la mentira. Es inconcebible que sacerdotes y pastores se junten para forjar una realidad inexistente; para desde el púlpito y las calles defender a una familia y discriminar a las demás; para generar confrontación y odio. Ya basta, la sociedad ecuatoriana debe avanzar y no retroceder siglos. La Iglesia está para acompañar a su fieles y creyentes, no para manipularlos.
Me cuesta imaginar lo que están sufriendo los niños agredidos y sus padres y abuelos. Los testimonios son escalofriantes. Nada podrá reparar las consecuencias de estos abusos sexuales. Por ello, todos estos actos deben ser investigados y, sobre todo, sancionados. Ni un solo culpable debe permanecer impune. Estos hechos revelan precisamente la necesidad de consolidar en el sistema educativo una educación sexual sin miedos, sin tabúes, sin distorsiones ni manipulaciones. Una educación sexual honesta y responsable que permita a nuestros niños y jóvenes estar correctamente informados y así tomar sus propias decisiones. Niños y niñas que crezcan en una sociedad plural y abierta; sin machismo, sin sexismo, sin violencia. Niños y niñas que acepten y respeten las diferencias y puedan transformar una sociedad patriarcal que discrimina y agrede.
Ahora sí, organicemos marchas en todas las ciudades del país, contra los abusos y la violencia sexual, contra la discriminación por las preferencias sexuales, contra la violencia de género. Marchas en favor de nuestros niños y jóvenes que día a día son violentados y agredidos física, psicológica y verbalmente. Ahora sí prediquemos desde los púlpitos mensajes de conciliación y respeto; de lucha para terminar la violencia contra la mujer. Ahora sí dejemos de mentir y desinformar. Y, sobre todo, seamos buenos cristianos y asumamos los mandatos del papa Francisco, quien en múltiples ocasiones ha llamado a no discriminar a nadie por sus referencias sexuales, ni por su raza ni por sus ideas. Y ya es hora también de investigar abusos en las propias iglesias. Ya es hora de sancionar a sacerdotes pedófilos que siguen impunes, como el propio papa Francisco lo ha denunciado en numerosos países del mundo.
Hoy, más que nunca, es necesario educar en derechos y en valores. Hoy más que nunca es impostergable la necesidad de preparar maestros capacitados para formar niños y niñas de mente abierta y sana; sin prejuicios y acorde a los tiempos que vivimos. Hoy más que nunca es necesario contar con leyes que protejan y garanticen los derechos de las mujeres, de los niños y adolescentes. Mientras ciertos sacerdotes y sectores conservadores y retardatarios de la Iglesia sigan manipulando y desinformando, continuaremos consolidando una soledad violenta y oscurantista. Y lo que es peor, nuestros niños y niñas seguirán sufriendo agresiones y seguirá, por ejemplo, creciendo el número de los embarazos adolescentes.
Una vez que se ha destapado la olla, el Ministerio de Educación -y la justicia- tienen una enorme responsabilidad. En buena hora el ministro Fander Falconí ha sido claro: "El sistema es el que tiene que generar todas las herramientas informando sobre la vida, los derechos, dar seguridad emocional, generar actorías, enseñar límites y posibilidades frente a la vida".
Formar niños y adolescentes preparados para ejercer una sexualidad activa, sana y responsable es tarea de todos: familias, Estado, iglesias, medios de comunicación y cada uno de nosotros. Y mucho me temo que no estamos haciendo bien esas tareas. (O)
