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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Ibarra: 400 años de espera por el mar

22 de septiembre de 2016 - 00:00

El próximo 28 de septiembre Ibarra cumplirá 410 años de fundación. Fue levantada en la antigua heredad de los caranquis, el señorío étnico que floreció de 1250 a 1550 y que fue casi exterminado durante la invasión incásica en la laguna de Yahuarcocha (antes tenía el nombre de Caranqui cocha, según Espinoza Soriano).

Como parte de su historia está el relato de su fundador. Porque largo fue el camino recorrido por el capitán Cristóbal de Troya -al año siguiente de levantar la villa- buscando el mar por Esmeraldas, motivo de la nueva Villa de Ibarra. Al mando de 20 arcabuceros llega hasta el añorado mar y escribe en su diario:

“Al anochecer nos juntamos todos los compañeros, pusimos las balsas y canoas en tierra. Aquella noche estuvieron más de 340 indios en tierra. Nos parecía que harían amistad.  A ellos, por medio de un intérprete que llevaba, les ordené que ninguno echara ni canoa ni balsa en el puerto, porque al que no cumpliere lo mataríamos con un arcabuz. Al efecto, se pusieron guardias. Los indios, con todo cuidado, cumplieron la orden (...). Por la mañana de aquel día me quedé en la playa, a la ribera del mar...”.

Pero esta vía -soñada por las élites quiteñas que desean exportar sus productos- tiene más obstáculos que las selvas tropicales. Guayaquil, con su puerto, y Callao, se oponen tenazmente para defender sus intereses mercantiles. Rocío Rueda Navas devela una realidad:

“Los ricos españoles y encomenderos asentados en las que ahora son las provincias de Carchi, Imbabura, Pichincha, Cotopaxi, se habían dedicado, principalmente, a la creación de obrajes dedicados a la producción de textiles de buena calidad como bayetas, jergas, frazadas y paños que se vendían muy bien en el exterior. Ellos vieron en la apertura del camino, que incluyera un puerto, “… la posibilidad de incrementar sus beneficios”, pues los obrajes se encontraban localizados “en el eje económico longitudinal, en el circuito hacia Nueva Granada, por Quito, Pasto Popayán, Santa Fe, Cartagena”.

Nada pueden hacer, sucesivamente, los presidentes Ibarra, Morga, Lizarazu, De Alcedo y hasta Carondelet, a inicios del siglo XIX, contra la voluntad de los Virreyes de Lima y el monopolio de Guayaquil, con el argumento de que abrir una vía de Ibarra a Esmeraldas habría de afectar el comercio con Panamá, Centroamérica, e incluso México. No encontraron mejor aliado que el virrey, Francisco de Borja y Aragón, quien imaginaba que por la senda entrarían los piratas y hasta se tomarían las costas. Sí, corsarios como Francis Drake, que asolaron los farallones del Guayas, según los comentarios e intrigas de los comerciantes porteños, apoyados por el Cabildo de Guayaquil.

Y no solamente Borja, gentil hombre de la Cámara del rey Felipe III, tenía esta opinión. Su juicio contagió al presidente Montúfar y al virrey Eslaba, quienes creían que “lo inculto y poco traficable de los caminos de esta América es su mayor resguardo”. Ibarra tuvo que esperar 400 años para encontrar el mar y, obviamente, aún no tiene un buen puerto. Ni hablar del eje San Lorenzo-Ibarra-Manaos-Belén do Pará. (O)

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