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El Telégrafo

Gualsaquí: color y vida

28 de noviembre de 2012 - 00:00

Afable y sencillo. Sin poses. Así emerge Whitman Gualsaquí Sasi (Otavalo, 1960), pintor de reconocida trayectoria. De origen familiar humilde, este personaje descuella en el escenario artístico con signo propio: el que le otorgan sus musas andinas y el encanto de la magia telúrica impregnado en la memoria común de sus días.

De ese tiempo acaso perdido, Gualsaquí redime con la paleta rostros y figuras de singular connotación visual, en aquella infatigable búsqueda de la otredad, en donde la estética se confunde con la mirada atónita de los primeros años embebidos de candidez. Para este cultor del pincel la composición pictórica acoge la dulzura de las frutas, el sentido de libertad de las aves, la esplendidez de la naturaleza y la luz de las velas iluminando la plenitud de la esperanza.

Tormentoso oficio el de Whitman, el cual es asimilado con paciencia y total entrega. Para él la ternura tiene una especial connotación: está impregnada en su obra, como rasgo profuso e inevitable, en donde, además, los colores se multiplican en el óleo como una suerte de remolino cromático. El equilibrio fija posición en la mágica ilustración de aquellos cristales femeninos silenciados en la redondez de sus angustias y temores.

Whitman devela lo esencial de la existencia humana, a través del trigo y la manzana, del lirio y la Luna, de la guitarra y el colibrí, de las manos laboriosas y las tristes miradas. Pintura que transgrede lo mundano. Que hechiza la observación aturdida del espectador/a. Que perenniza la sensualidad y los afectos. Que plasma el goce oriental a través del sofá rojo y los labios de similar color. Que rinde homenaje al Quito de cúpulas religiosas y callejones antiguos.

Marco Antonio Rodríguez, en su libro “Palabra de pintores – Artistas del Ecuador”, considera que “el dibujo posee siempre un aliento confesional y se favorece de los impulsos abiertos con que el artista fija en líneas las formas. Gualsaquí revela, desliza y acentúa o atenúa en sus dibujos: revela con tierna minuciosidad sus rostros, las hojas, las flores, las frutas, y lo hace mediante una sucesión de trazos que no tienen huella de enmendaduras (muestra evidente de sus dones para el dibujo); pero junto a estos elementos, o refundidos a ellos, desliza líneas que fluyen y entrecruzan, fomentando tejidos que nos remiten a las telas con que visten sus coterráneos; por fin, acentúa o atenúa aquellos escorzos que él consciente o inconscientemente considera axiales. Gualsaquí carece de una manera de dibujar porque su dibujo es un perenne descubrimiento”.

Y, en esa permanente revelación, también comparte sus conocimientos con sus alumnas-talleristas; ejercicio de creación y recreación, de sugerencias y distensión, de exploración y aprendizaje continuo, en aquel prolongado camino de la definición pictórica.

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