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El Telégrafo
Juan Montaño Escobar

Entre la suerte y la buena decisión

10 de agosto de 2016 - 00:00

Como en la canción de Ricardo Arjona: siempre (JME) hay un buen día para empezar. Y ya puede usted encontrar el modelo matemático apropiado, interpretar el cruce de los astros o el instinto básico del lunes o jueves; parece misterio, pero son razones claritas de las cinco de la mañana, análisis confirmatorios en la vecindad de una taza de café o conclusión verificada en datos técnicos. Al final, son las coordenadas resolutivas y definitivas del gobernante, del goleador o del ajedrecista.

Este jazzman también compra lotería, no tiene talismán y respeta la oralidad de la ‘mala o buena espalda’, o sea, soy el exquisito (y no siempre eficiente) producto cultural de yo no sé cuántas vidas pasadas. Me fui con esa rumba y ese rumbo, cuando Rafael Correa, presidente de la República, se mandó aquello de “buenas decisiones y buena suerte”, en el discurso por los 196 años de la independencia del territorio de Esmeraldas. Creo que por ahí debió empezar.

El ejemplo fue el riesgo de la isla de Muisne y el ‘qué’ hacer o no hacer. Se abandonan las resoluciones al azar o se aplica el caudal de información científico-técnica. Las dudas entre suerte o decisión razonable. La amenaza natural y probable es un tsunami (ola gigantesca causada por maremoto tectónico o de otra procedencia) que aniquilaría a la población.

Del lado de la gente muisneña está la mentalidad de la pertenencia al lugar, sentimiento legítimo, y el optimismo imprudente resumido en la frase: Nunca ha pasado nada. La autoridad tiene el conocimiento científico llevado al cálculo de la probabilidad de ocurrencia del fenómeno advertido y las consecuencias fatales para miles de personas. Se tienen certezas teóricas, no hipotéticas.

La decisión gubernamental incorpora la palabra ‘inteligente’ como calificación incuestionable mientras que la suerte no es por definición lo contrario, es incertidumbre por el cambio propuesto, sus alcances y oportunidades. Dilema popular entre buena y mala suerte. La buena suerte es equivalente a la buena decisión (y al revés), presidente Correa y hermanos y hermanas de Muisne. Es política en la semántica popular del siglo XXI. La suerte es fortuna o fatalidad. Cualquier elección, comunitaria e individual, define si es mala o buena. La elección no debería ser el recorrido por un túnel oscuro, al tanteo, para nada, hay bastante información geológica (histórica y física) y geográfica sobre el suelo de la isla, su utilidad, soporte de servicios básicos y costos comparativos en construir el hábitat urbano.

No escuchar o negarse a escuchar, por desafectos políticos, perjudica al sentido común en la búsqueda y hallazgo de alternativas. La inteligencia popular está obligada a poseer la misma cantidad y calidad de información que la autoridad gubernamental; no hay pretextos para que en los discursos del liderazgo escaseen ciertos detalles científicos orientadores a los mejores resultados. Al fin y al cabo, eso es lo que importa. (O)

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