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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

En 129 minutos Mauricio Rodas habló tanto que al final no dijo nada

11 de diciembre de 2016 - 00:00

La nueva forma de hacer política no es hablar 129 minutos en una sesión solemne ni usar la pantalla como pizarra, un iPad como ayuda memoria ni los testimonios obvios de ciertos ciudadanos como argucia de la verdad ausente; mucho menos exhibir una lista de obras. Un manejo del marketing y del escenario no hace de nadie una autoridad política y menos aún explica la complejidad de una ciudad.

Un refrán de las artes escénicas dice con mucha sabiduría que la primera condición para exhibirse en un escenario es estar dispuesto a hacer el ridículo. Y quizá el Alcalde de Quito no supo de este refrán o si alguien le hubiera advertido, habría tomado muchas precauciones antes de hacer del Teatro Sucre una tarima electoral o un set de televisión.

Pero una cosa es estar dispuesto a hacer el ridículo y otra mentir o falsear la realidad a partir de un paquete audiovisual y una oratoria propia de vendedores de cosméticos. Con solo señalar que el 76% de las obras enumeradas por el Alcalde capitalino no es de su peculio, no las concibió, ni las planificó ni las pensó, obliga a reflexionar qué hay de verdad en todo lo dicho y cuánta autenticidad revela en esa envoltura y parafernalia de una supuesta sesión solemne.

Hay algunas perlas que vale la pena destacar: ¿de cuándo acá un Alcalde condecora a su Secretario de Cultura? ¿Algo diría la prensa municipalista si el Presidente de la República condecora a su Ministro de Cultura por haber publicado una novela? Luego de haber dudado de la realización del Metro, ahora se asume como el cuasi autor y el defensor a ultranza sin explicar por qué se volvió más cara la obra en su administración y la salida del consorcio de una de las empresas que lo integran.

Y qué decir de aquella frase deslucida y poco pensada cuando expresó que los quiteños podremos dormir tranquilos, aun en el caso de una erupción del Cotopaxi, porque el agua estará garantizada. Aludía a una obra que se adjudica como si la capital no supiera que esos trabajos (los de los canales de agua aéreos) están pensados, diseñados y presupuestados desde hace algunos años.

¿Cuándo un Alcalde sienta en la mesa directiva a su vicealcalde en una sesión solemne? ¿Lo hizo porque Eduardo del Pozo está enjuiciado y sentenciado a 15 días de prisión por la contravención tipificada en el artículo 396 del Código Integral Penal (COIP) por desacreditar la honra del presidente Rafael Correa? ¿Qué mensaje hay ahí del Alcalde que se promociona de hacer la nueva política?

Habló de su proyecto estrella (Quitocables) y mintió: según el Alcalde ese servicio beneficiará a 200 mil habitantes y en el documento del Cuerpo de Ingenieros, donde se explican las ventajas, solo se menciona 16 mil directos y 32 mil indirectos.

Pero lo de fondo: el Alcalde hizo todo eso porque está consciente de que su credibilidad y popularidad es la peor de estos 2 años y medio de gestión y busca, con las herramientas del marketing y la publicidad, revertir la tendencia.

No solo estamos frente a un fiasco político, sino ante la desesperación de no tener una autoridad con liderazgo para sostener, desarrollar e impulsar un proceso urbano de largo aliento. En los 129 minutos utilizados no dijo una sola palabra de los compromisos adquiridos por Ecuador y el mundo en el evento planetario más grande realizado en nuestro país (que lo gestionó y consiguió el anterior Alcalde) como fue Hábitat III. Ni una sola frase para hablar del derecho a la ciudad. Sí, muchas frases de las canchas sintéticas, pero ni pío del derecho al agua, cuando hoy, cuando se lea este artículo 55 barrios de Quito no tengan servicio de agua potable.

Pero hay mentiras que no se pueden dejar pasar, como eso de las obras por él supuestamente imaginadas, sino porque habla de participación ciudadana y diálogo con la gente cuando con el caso del barrio Bolaños hay una queja documentada de que el Alcalde sobre ese tema no dialoga sino que impone su proyecto y lo mismo con el caso de los llamados Quitocables. ¿Entonces cómo se entienden las innumerables marchas de protesta, concentraciones y reclamos que se observan en la Plaza Grande, frente a la oficina del Alcalde?

Quito es una capital con un sentido muy profundo de la rebeldía y el Alcalde actual usa esa condición como muletilla para decir que hará respetar la ciudad cuando los políticos quieran usarla, pero se queda callado sobre el uso político de las fiestas por parte del candidato Guillermo Lasso que sin rubor alguno usó la bandera capitalina para dar la partida en una competencia de coches de madera y recibió la pifia de los asistentes.

Por lo tanto no se trata de poses o buenos modales mediáticos sino de actitudes, acciones, políticas y resultados concretos. No tenemos claridad de qué tipo de ciudad está en desarrollo desde el Municipio, porque si se trata de llenar de canchas sintéticas, entonces tendremos una ciudad de plástico; si es un proyecto para favorecer a las empresas privadas con ciertos procesos contractuales bastante oscuros entonces mejor sería regresar al modelo de la alcaldía de Paco Moncayo donde las corporaciones y las empresas municipales hacían el mejor servicio neoliberal a la ciudad, con un alto rendimiento para determinados empresarios.

Y por último: ¿qué dejaron las fiestas de Quito para sus habitantes y los cada vez menos turistas nacionales y extranjeros que la visitan para estos eventos? Un triste y pálido reflejo de lo que la ausencia de liderazgo revela: poco entusiasmo, mucho dinero sin mayor rendimiento, discursos vacíos y poca lucidez intelectual. Todo como el sello del mayor ejemplo de escasez de la nueva política. (O)

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