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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

El amigo del chuzalongo

14 de diciembre de 2017 - 00:00

Un día el abuelo Juan José decidió viajar para mirar el mar de sus mayores. Estaba obligado a pasar por Mojanda, donde
-según decían- estaban los Puchos Remaches que hacían fritanga de los humanos, para después servirles en espléndidas viandas a los incautos viajeros. Pero antes, había que pasar por Atuntaqui, donde eran famosos los arrieros, quienes emprendían largas caravanas y debido a la peligrosidad de los caminos hacían testamento.

Los arrieros eran gente honorable, decía el abuelo. En las largas jornadas estos hombres le contaban al abuelo muchas historias, como de la temible Caja Ronca y el diablo. Los arrieros ya no existen, pero quedan aún esas voces que se han transmitido para contarnos sus mitos. Y no solamente ellos, también los abuelos andinos nos relatan sus visiones del mundo: los aya humas, el cuichi, los chuzalongos (especie de duendes) son parte de una identidad del cantón Antonio Ante.

Aquí uno de esos relatos: Por encima del cerro anda el cuichi, dice Rosario, señalando con su mano las estribaciones del monte Imbabura. Hay quienes cuentan que le agrada ir hasta las vertientes o pogyos, como dicen los abuelos.

Se lo mira con su vestido de colores mientras -a la distancia- viene la lluvia. Más arriba hablan de que el cuichi persigue a los runas (hombres) que llevan ponchos rojos con franjas verdes. Pero lo peor es para las mujeres: si el cuichi atrapa a una, queda inmediatamente embarazada; y en lugar de cría, le nacen renacuajos y lagartijas. Por eso hay que estar prevenidos cuando se pasa cerca de una quebrada, cuando llovizna.

Es que, además, si el cuichi envuelve a una persona enseguida le crecen sarnas. Hay un remedio infalible: que un yachac -o brujo andino- bañe a la víctima con abundantes orines, además de envolverlo en denso humo. Por eso es mejor estar precavido y mirar bien hacia el monte Imbabura y hacia el cielo.

A veces, el cuichi se apodera de las vestimentas puestas a secar, cuenta Rosa Lema. Las eleva por los suelos en un ruido vertiginoso y solo el auxilio de varios hombres ha podido arrebatarle la ropa, antes de que la lleve a la cascada. Hay dos clases de cuichis. Aquel que aparece con sus siete colores, como un arco entre las colinas, y otro que es blanco, pero que se recuesta en el suelo como una gran manta.

Este último también se llama Gualambari y dicen que tiene tratos con los brujos. El cuichi es el arco iris, que anda como quiere por Imbabura. (O)

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