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El Telégrafo
Orlando Pérez, Director de El Telégrafo

Cuando el dolor de tributar es más fuerte que el de solidarizarse...

24 de abril de 2016 - 00:00

Nadie puede dudar de que en estos años de Revolución Ciudadana a los grandes empresarios, banqueros y comerciantes les ha ido muy bien, por múltiples razones, motivo por el que un sector de la izquierda purista dice que no se ha hecho la revolución, ni se ha tocado la esencia del capitalismo, ni nos acercamos al socialismo. Y a pesar de ello, algunos de esos empresarios financian campañas para decir que en Ecuador hay totalitarismo, se impide la libertad de empresa y no hay condiciones para hacer negocios.

¿Qué habría pasado en estos años si hubiese de verdad existido un Estado totalitario, incautador, acaparador, y todos esos negocios se hubieran sometido a impuestos onerosos, expropiaciones, nacionalizaciones u otro tipo de medidas de corte “comunista”? ¡Cuánta plata habría recaudado el fisco!

La bonanza petrolera a la que apelan para denostar del Estado también les benefició, sin duda alguna. La diferencia -ya se sabe- es que esta vez no todo fue a parar solamente a sus arcas. Precisamente, porque de esas arcas sacaban unos centavos o unas migajas para la caridad y la beneficencia. Y así limpiaban sus culpas (sobre todo por aquello de que “es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el reino de Dios”).

De las ganancias extraordinarias destinaban un 0,001% para una “obrita” de caridad por aquí y una donación por allá, cumpliendo así con su supuesta “responsabilidad social”. Claro, para ello tenían unos diputados y unos gobernantes que les concedían exenciones tributarias por cada “donación” y por ese conjunto de caritativas contribuciones que hacían para los pobres. ¿Ya nos hemos olvidado de que por arreglar un parque los alcaldes les concedían prebendas municipales? Y encima ponían un enorme letrero con el nombre de la empresa responsable de su mantenimiento. Por supuesto, ese parque o plazoleta no quedaba en ningún barrio pobre sino en una zona vistosa para que todo el mundo admirase el rótulo y dijera: “Qué generosidad la de fulano de tal” (casi como lo que quiere hacer un alcalde azul cardenillo con nuestra capital).

Y los especialistas y/o economistas saben que ese modo de ejercer la política económica desde el sector privado, bajo el amparo de un Estado liberal/conservador, permite concentrar y reproducir el capital. Así es como se disfraza esa concentración, enriquecimiento y reproducción de un modelo sustentado filosóficamente en un judeo-cristianismo de la peor calaña. El auténtico catolicismo es justamente el que esos empresarios y banqueros no practican porque ni sus “donaciones” son anónimas, sin buscar reconocimiento, ni mucho menos buscan redistribuir la riqueza y con ello dar al prójimo lo que le quitan.

Y ojo que aquí no hablamos de filantropía, que es un concepto (amor al ser humano, sin vincular intereses o reconocimiento público o propagandístico) muy distinto al de la caridad y al de la beneficencia. El filántropo, de hecho, dona, regala o entrega parte de su propio patrimonio, no de lo que le sobra, incluso está dispuesto a perder algo de su bienestar por dar a otros.

Tras el sismo de 7.8 grados, con sus mortales y fatales consecuencias en todo el país, en particular para quienes habitan en las zonas del desastre, se han desnudado nuevamente los caritativos y los que ejercen la supuesta beneficencia. Cuando son ellos los que aparecen en la foto, abrazan a las víctimas y “donan” una parte ínfima de sus ganancias todo está bien, pero cuando el Estado interviene y pide una colaboración temporal y mínima para que la solidaridad sea efectiva para todos y entre todos, entonces desaparece la cara de ternura de sus rostros y recurren al perverso sentimentalismo liberal conservador.

Y en estos momentos utilizan los más bajos argumentos (con el acompañamiento de un sector de la clase media) para apuntalar un criterio bastante tacaño y por demás insolente: más impuestos empobrecen a todos. Yo diría que en esa medida económica planteada por el Gobierno, el miércoles pasado, el presidente de la República se quedó corto porque esas cuatro mil personas y pico que poseen más de un millón de dólares aportarán relativamente poco frente a la magnitud de la tragedia y de las necesidades. Entonces, ¿por qué no incluir a quienes tienen desde 500 mil dólares?

Lo de fondo es otra cosa: en tiempos de banalidad, exhibicionismo, farandulería y un sinnúmero de falsas virtudes en el sector conservador de derechas e izquierdas, la imposición de medidas económicas los revela en cuerpo y alma. Ni siquiera políticamente porque ya sabemos qué quieren. ¿Acaso no pasó con Argentina? ¿No tenemos ahí un espejo para evidenciar cómo se comporta la derecha multicolor, supuestamente humanista y democrática apenas le dan el mando de un Estado? ¿No tenemos por acá a un alcalde que a través de la gestión municipal ha beneficiado a los grupos empresariales, bajo el paraguas de la concesión, la tercerización y un sinfín de figuras, como las fundaciones, mientras los problemas estructurales de su ciudad son intocados? Si quieren de verdad seguir “donando” hay que revisar qué parte de esos aportes son producto de lo que les sobra tras mandar la plata a paraísos fiscales, pues los ‘Panamá Papers’ se han quedado en letra muerta en Ecuador. En realidad las crisis, del tipo que sean, muestran a la sociedad, a sus grupos de poder y de interés económico. Y al exhibirse también nos muestran hasta dónde son capaces de violentar el humanismo del que hacen gala sin vergüenza alguna. (O)

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