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El Telégrafo
Juan J. Paz y Miño C.

Corsi e ricorsi

10 de julio de 2017 - 00:00

Giambattista Vico (1668-1744), filósofo de la historia, sostuvo que el acontecer humano camina, pero no en forma lineal, sino por ciclos que implican avances y retrocesos, idas y venidas (corsi e ricorsi), en una especie de “ley”, que toma nuevo impulso para otro avance al que sucederá otro retroceso.

La concepción de Vico suele ser admitida de manera vulgar bajo la generalizada idea que “la historia siempre se repite”, algo que no es exacto. Sin embargo hay momentos de avance que provocan reacciones y tensiones, sobre cuya base puede “retornar” otro momento en que triunfa la reacción. De este modo a un momento progresista puede suceder un momento conservador. Es un fenómeno que ha sido destacado en el proceso del triunfo liberal.

Varios investigadores coinciden en que la Revolución Liberal iniciada en 1895 impulsó al radicalismo, que fue una corriente insertada en la matriz ideológica del liberalismo, pero más cercana a posiciones socialdemócratas. En América Latina surgieron partidos radicales y en Ecuador Eloy Alfaro fue el máximo dirigente del radicalismo. Su primer gobierno (1895-1901) realizó una serie de transformaciones (institucionalización del Estado nacional, obras públicas, ferrocarril, educación laica, derechos individuales, libertad de pensamiento, conciencia y cultos, etc.) que despertaron resistencias políticas incluso armadas. La Iglesia católica, los conservadores y la prensa antiradical lo atacaron permanentemente.

Pero la división del liberalismo fue temprana. Se produjo al terminar el primer período presidencial de Alfaro. El “Viejo Luchador” inicialmente apoyó la candidatura de Leonidas Plaza, pero enseguida se arrepintió temiendo un giro favorable a los conservadores. La pugna no solo fue personal, sino que definió dos fracciones antagónicas en las filas liberales: radicales y moderados. Sin embargo, Alfaro no se equivocó y, en efecto, Plaza afirmó una política de conciliación que implicó preservar los privilegios de las élites económicas y hasta la aproximación a los conservadores.

En 1905, la elección del oficialista Lizardo García agudizó las tensiones, pues acusaba a Alfaro de peculado en el contrato del ferrocarril. Otra vez Alfaro tomó el poder por las armas. Pero su nuevo gobierno (1906-1911) careció del antiguo apoyo y el radicalismo despertó nuevamente las fuerzas de la oposición que le acusaron de “tirano”, “monstruo sanguinario”, “autoritario”, y hasta de robos y peculados. Obligado a renunciar, Alfaro se exilió, pero retornó para tratar de mediar en la revolución levantada por su sobrino. Es conocido el desenlace en el trágico asesinato que el historiador Alfredo Pareja llamó “hoguera bárbara”.

Con la muerte de Alfaro el radicalismo perdió su espacio histórico. En cambio se levantó el “placismo” es decir, el liberalismo “moderado” que apartó a los radicales, contentó a las élites y levantó la hegemonía de la plutocracia bancaria, a todo lo cual puso fin la Revolución Juliana (1925).

En estos episodios bien puede observarse esa especie de corsi e ricorsi que parece contener la historia y proyectarse hasta el presente... (O)

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