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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Angochagua, historias mínimas

12 de enero de 2017 - 00:00

Con las nuevas vías también se abre la posibilidad de que los viajeros encuentren que el país es otro. Imaginamos, por ejemplo, la cantidad de pueblos olvidados que, merced al tren de Alfaro, hallaron la posibilidad de un esplendor inusitado, como Alausí o, por el contrario, con el cierre de las vías férreas pasarán rápidamente al olvido, como sucedió con el pintoresco pueblo de Estación Carchi.

Hace unos meses se inauguró una vía asfaltada que conduce a la parroquia de Angochagua, en la ruta a Olmedo (otra de las posibilidades para llegar de Cayambe hasta Ibarra). En medio de paisajes de encanto se puede llegar hasta Zuleta, famosa por sus bordados, pero también de lugares cautivantes, como La Rinconada.

¿Cuál es su historia? La parroquia de Angochagua tiene una vital importancia porque, como ha sugerido el historiador Segundo Moreno Yánez en la Nueva Historia de Ecuador, habría sido la capital del señorío étnico de los caranquis, no solamente por contar con 148 tolas, de los cerca de 5.000 montículos que se levantaron en el amplio territorio que comprende casi la totalidad de la provincia de Imbabura y parte de Pichincha, sino porque aún esta historia debería configurar otras visiones sobre el pasado de esta población. Las tolas se encuentran en la actualidad dentro del perímetro de la hacienda Zuleta.

Según Santiago Ontaneda, “los montículos artificiales son uno de los rasgos más sobresalientes, son estos monumentos de tierra conocidos localmente con el nombre de tolas. La realidad arqueológica permite hablar básicamente de tres clases de tolas: a) tolas cuadrangulares o en forma de pirámide truncada, las cuales tienen generalmente una rampa de acceso; cuando su concentración es alta se considera que servían como templos o adoratorios, mientras que cuando su concentración era baja han sido catalogadas como centros políticos; b) pequeñas tolas hemisféricas construidas como monumentos funerarios, pues cubren un pozo sepulcral excavado a partir del suelo natural; y c) grandes tolas hemisféricas construidas para edificar viviendas en su superficie”.

Waldemar Espinosa Soriano refiere que “es bastante palpable cómo en el nombre de sus mandatarios siempre empleaban como distintivo de clase y linaje la palabra ango entre los carangues y puento entre los cayambes, tan igual como las autoridades puruháes cuando usaban los terminativos cela y lema. Tales voces tenían su propia significación: reyes o jefes máximos”.

Según Otto von Buchwald, ango deriva de aco y ago, porque la n es solo un ligero aditamento nasal. En quechua, anco y ango es soya de cuero, y angani dar cuerazos o azotar. Por consiguiente, ango es el que castiga, el que hace justicia, es decir el primer jefe o capaccuraca o rey. Muchos años más tarde, dichos angos se encontraron con la aristocracia imperial de los incas, con el objeto de obtener ventajas en la sociedad colonial. Ango es todavía una quechuización usada en el departamento de Nariño: significa nervio, tendón, vena, músculo, carne de res. (O)

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