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Isabel Muentes demostró que las mujeres son capaces de propiciar cambios sociales

Isabel Muentes demostró que las mujeres son capaces de propiciar cambios sociales
09 de noviembre de 2014 - 00:00 - Ramiro Molina Cedeño. Cronista vitalicio de Portoviejo

El pensamiento liberal florecía en Manabí, José María Urbina se abanderaba como líder de todas las causas redentoras de un país que se debatía en cruentas guerras civiles, la imposición de un nuevo pensamiento, el enraizar en la comunidad un nuevo ideal era tarea ardua, pelear en contra de un poder establecido y sostenido por siglos significaba romper con un orden, con una ley, con una costumbre de sometimiento.

La iglesia seguía erigida como hacedora de todo lo establecido, de todo lo existente; era un poder aún prevalente en toda América, más en Ecuador, en donde subsistía un sistema de explotación que agobiaba la tierra y oprimía al que la cultivaba.

Eloy Alfaro, el mestizo grande de América, nace precisamente en la algidez de esas batallas, de esos enfrentamientos que no amilanan al espíritu más bien lo engrandecen, lo agigantan; vive espacios interesantes de realidades, de contradicciones notables, de contrastes sociales y económicos.

Es un Montecristi donde se señorea lo más aristocrático de la provincia, ciudad que desplaza a Portoviejo como capital de provincia por estar arruinada, y que es crucial para el comercio por tener aduanilla y gozar del puerto de Manta que es su principal parroquia, ciudad donde aún para esa fecha subsisten los cabildos de indígenas y de blancos, y los caciques aún mantienen el linaje de su apellido y la fuerza de su autoridad, donde se denotan las diferencias de pensamientos entre indígenas y criollos españoles, donde se establece la lucha de contrarios, los principios ideológicos se presentan, se hacen visibles, se ponen de manifiesto, determinan causas, analizan efectos, y pretenden soluciones inmediatas.

En este espacio territorial, en este entorno geográfico, en esta relación social y económica, se desenvuelve la juventud de Alfaro, que toma del pensamiento de Quijije, del ideal de Urbina y los consejos sabios de José María Albán para formar su pensamiento liberal pero radical en su expresión y en sus conceptos, tomando como base las diferencias y contradicciones existentes en su mismo pueblo, entre su misma gente.

Alfaro se convierte en líder y consigue adeptos a la causa liberal, de entre sus mismos vecinos de barriada y del campo, de gente pobre y buena, todos convencidos de que la acción es el camino, de que no bastan solo las ideas, de que los sueños se cumplen cuando la gente se integra al proceso de cambio que se propone, que se gesta.

En sus primeros momentos, no fueron muchos los seguidores de ideales y de luchas de Eloy Alfaro, aunque sí fueron fieles compañeros, oriundos de Montecristi, cholos de costa afuera, entre ellos estaban Braulio Reyes, Felipe Castro, Bruno Muentes, Tadeo Piedra, Juan Feliciano Navarro, Ricardo Samaniego, Juan Muentes, Pascual Alvia, José Rosa Lucas, la mulata Martina, hija de esclavos libertos.

Entre todos, una heroína de egregia figura, de piel canela y cabellos negros, nacida en Colorado de Montecristi, de edad juvenil y espíritu alegre, de sonrisa tierna y mirada grave... es Isabel Muentes de Alvia, que al decir de Pino Icaza, en hermosa descripción que hace de ella, resalta: “Morena. La cabellera en bucles sobre el cuello. Los ojos almendrados, garzos, cargados de una sombra de dormida voluptuosidad, que le amorataba los párpados.

El cuerpo juncal y delicioso en el detalle de la cintura estrecha y el vientre sumido, destacando los senos altos y erectos, estrábicos y pequeños bajo la blusa de saraza blanca, cruzada de meridianos rojos, como dos peras de delicada dulzura. Los brazos armoniosos y delgados. Las manos finas y aristocráticas. Y bajo la almidonada pollera campesina, remate de dos piernas, que el deseo adivina largas y bien formadas, los piececillos delicados, de tobillos esbeltos, ocultos en las abarcas de toquilla: pies de cabrita saltadora, para el símil discreto de un Cantar de Cantares campesino”.

Isabel Muentes es hija de caciques, de orgulloso y bravío temple, de carácter indómito en relación a las mujeres de esa época, cuando la fuerza del hombre se impone a la ternura femenina, cuando no hay para la mujer espacio ni lugar en la expresión y expansión de sus pensamientos, es la mujer criada bajo principios católicos, cumplidora de caprichos de marido, sometida a labores caseras, a crianza de hijos y obediencia extrema.

A todo esto se rebela Isabel Muentes, que tuvo la íntima convicción de ser de las mujeres capaces de propiciar cambios sociales profundos, es ella quien participa de manera presencial en escaramuzas militares llevadas por Alfaro.

Una de estas fue la efectuada contra una compañía de 60 soldados que venían a reforzar la Plaza ante la amenaza de la formación de guerrillas montoneras, compañía a la que derrotó de manera estratégica y los tomó prisioneros en sencilla pero efectiva celada entre Los Charcos de Colorado y Mazato de Montecristi, en junio de 1864, y a los que dejó marchar llevando consigo la indignidad de la derrota de soldados profesionales y proferida por un grupo de milicianos sin preparación alguna y armados de escopetas y cuchillos largos.

Es Isabel Muentes la que da el tiro de alerta para iniciar el ataque, aunque al siguiente día, a pesar de haber participado de las reuniones y programación, se queda al margen y no participa del evento que se programa por su alto riesgo y por su estado de gravidez, porque esta acción representaba un serio peligro para todos, existía el temor de que la estrategia trazada fallara y hubiera que enfrentar a las fuerzas de gobierno que eran muchas y bien armadas, de que los enfrentamientos fueran cuerpo a cuerpo, entre rebeldes y gobiernistas, los unos gozando de sueldo y los otros acariciando y abanderados de sus ideales, lo que los hacía fuertes, invencibles, con coraza de conciencia y convencimiento de que el futuro promisorio estaba cerca y les pertenecía.

Todo un plan esbozado y que se lleva en contra del prepotente y siniestro general Francisco Salazar, gobernador de la provincia, que en audaz maniobra es tomado prisionero dentro de la misma ciudad y llevado a Colorado, donde por 2 días y noches permaneció bajo custodia revolucionaria, mientras una comisión de vecinos de Montecristi negociaba la libertad del plagiado, teniendo por fundamental propósito obtener un salvoconducto que garantice la vida de los complotados y la salida del país de Eloy Alfaro.

El acuerdo se logró, aunque finalmente el gobernador Salazar no respetó el tratado y murieron fusilados Pascual Alvia y Bruno Muentes, esposo y hermano de Isabel, en su orden respectivo; Braulio Reyes y luego Tadeo Piedra en Jipijapa, mientras José María Albán sería preso en la serranía quiteña.

Alfaro tomó rumbo a Panamá hasta su nuevo regreso, mientras la mulata Martina “evocaba entre sollozos de rabia, la figura del caudillo”, y en Colorado Isabel Muentes esperaba la llegada de un hijo que engrosaría las tropas montoneras.

Este hecho significativo ocurrido en junio de 1864, marca los inicios del montonerismo liberal alfarista, del principio del fin del conservatismo tradicional y ruin, de las limitaciones y restricciones que se le imponen a la iglesia como forma de poder divino y supremo, el término del sistema feudal imperante hasta entonces y la apertura al sistema financiero que señala los inicios del capitalismo ecuatoriano.

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