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El Telégrafo
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Los trabajadores autónomos argumentan su derecho a ganarse la vida

Los vendedores informales de jugos defienden sus prácticas laborales

Los vendedores informales de jugos dicen que su actividad es una alternativa a la falta de empleo.
Los vendedores informales de jugos dicen que su actividad es una alternativa a la falta de empleo.
Foto: Álvaro Pérez/El Telégrafo
06 de mayo de 2016 - 00:00 - Luis Almeida Gutiérrez

Juan Carlos Chamba asegura que empezó a vender jugo de naranja embotellado en la calle hace un mes y medio, aproximadamente.

Se dedica a la actividad  tras perder el empleo de guardia de seguridad que tenía hasta diciembre. “Hay que ganarse la vida de algún modo. Peor sería andar robando”, dice el hombre mientras exprime una naranja cerca de la intersección de la av. Mariana de Jesús y 10 de Agosto, en el centro-norte de Quito. Chamba aprendió el negocio por un vecino que se dedica a él y se lo recomendó.

Niega la versión de la Alcaldía, difundida en una nota de diario El Comercio, respecto a que una presunta red de mafia peruana estaría detrás de este tipo de actividad.

Ayer, el rotativo capitalino publicó una versión del secretario metropolitano de seguridad, Juan Zapata, sobre que “la mafia consiste en utilizar a personas que tienen necesidades de vender, facilitarles los implementos y exigirles un porcentaje de la ganancia”.

El trabajador autónomo señala que él mismo adquirió los elementos que utiliza con un préstamo que le hizo un cuñado suyo. “El exprimidor lo compré en (Almacenes) Tía; la mesa me la hizo barata un vecino carpintero; el cuchillo es de mi casa; las naranjas las compro todos los días en el (mercado) Mayorista y las botellas las adquiero en los almacenes de venta de plásticos”.

Franklin Morocho, un vendedor informal que ofrece el mismo producto en la intersección de la av. Mariana de Jesús y Amazonas, coincide en que no tiene jefes y que todo lo que usa lo obtuvo con su propio esfuerzo y dinero.

Morocho, quien antes se dedicaba a la venta de caramelos y chocolates en la misma esquina, cuenta que desde el lunes de esta semana va de madrugada al Mayorista para comprar naranja colombiana, “porque es más jugosa que la nacional”.

Él también adquiere los envases en locales a los que denomina plastiqueras. El joven vendedor también defiende su derecho a ganarse la vida honradamente. “Tengo esposa y una hija que mantener”.

En cuanto a la versión municipal de que el 32% de las bebidas de naranja que se expenden de esa manera en las vías de Quito no es apto para el consumo, afirma que él responde por lo que hace.

Según Morocho, lava 2 veces las naranjas antes de exprimirlas y asea continuamente con un trapo humedecido en agua limpia la mesa en la que trabaja. Además, muestra los guantes con los que realiza su labor, de los que dice que usa al menos dos pares cada día.

‘Raquel’, una mujer indígena que pidió no ser identificada y se estrenó como ‘juguera’ este jueves, mostró sonriente la malla para pelo que utilizaba como muestra de las buenas prácticas de manejo de alimentos que aplica desde ayer.

La mujer exhibió también un paquete de guantes de goma y varios tachos de agua limpia con los que -afirmó- enjuagó ayer en varias ocasiones los utensilios que usa.
‘Raquel’ contó que lavó las naranjas en su casa y que volvió a hacerlo en el lugar que escogió para vender sus jugos.

“Está bien que el Municipio controle que uno tenga todo limpio y en orden, pero no debería impedirnos trabajar”, manifestó la mujer. (I)

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