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El Telégrafo
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Crónica a pie

Carmen rompe estereotipos entre obreros de la limpieza

Carmen rompe estereotipos entre obreros de la limpieza
Foto: Carina Acosta / El Telégrafo
01 de septiembre de 2016 - 00:00 - Wilmer Torres Peña. Periodista Sección Quito

Segundo Catota recuerda que empezó desde abajo hace 17 años, cuando se encargaba de recoger la basura de los sumideros y alcantarillas en el Distrito Metropolitano. Hoy es el inspector de las obras de limpieza.

En ese tiempo ha visto de todo: animales muertos, plásticos, ropa, comida, material de construcción, sobre todo. Sin embargo, un artefacto llamó su atención y de la cuadrilla hace 1 año en el sector El Recreo, en el sur de Quito.

“Encontramos una bomba y la verdad, nos asustamos. Supimos manejar la situación y llamamos a la Policía Nacional, que se encargó de retirarla del sumidero. Este fue un caso excepcional”.

Él es parte de los 40 obreros que se encargan de limpiar los 177.000 sumideros que existen en la ciudad. En el sur se mantienen 160 cada día.

Fabricio Zambrano, subgerente de Saneamiento de la Empresa de Agua Potable del Municipio, indicó que la inversión en estos trabajos asciende a $ 800.000. Tres contratistas se encargan de limpiar la ciudad (norte, centro y sur) todos los días.

La jornada inicia a las 08:00 llueve, truene o relampaguee. El pasado martes, en la calle Martha Bucaram, sur de Quito, el sol acompañó todo el día a los obreros. Por ser un trabajo de riesgo, pesado y cansado, los hombres se encargan, en su mayoría, de efectuarlo. Pero también hay mujeres que rompen esquemas y estereotipos.

Carmen es una de ellas. Su equipo de trabajo se encarga de realizar la extracción de la basura de la taza del sumidero, material sólido que es conducido por medio de unos “tarros metálicos” a la volqueta. Luego es llevado a las escombreras.

Arriba de este transporte pesado se encuentra esta quiteña de 22 años, quien empapada de residuos sólidos, se encarga de recibir esos “tarros”. Dice que ese oficio le permite alimentar a su hijo de 2 años.

Cuando empezó hace 3 años le costó acostumbrarse a usar botas punta de acero, overol azul marino, casco, guantes, chaleco y mascarillas. Ahora sabe que esa indumentaria es, fue y será parte del diario vivir, “es necesaria para trabajar con normalidad, aunque a veces hace calor”.

Este oficio ha estado presente en su familia, pues su padre, sus tíos y sus primos también se encargan de limpiar las alcantarillas en otros puntos de la urbe.

En cambio, Rocío y su cuadrilla recorren detrás de la volqueta. Por medio de un tanquero con agua, limpian a presión la alcantarilla, rejillas y sumideros. Posteriormente esparcen un líquido (agua y cloro) para desinfectar el sitio.

Esta mujer de 45 años trabaja desde hace 12 años. Afirma que esa labor no es difícil, pues se siente orgullosa de pertenecer al “equipo que se encarga de que Quito esté aseado”.

A pesar de soportar grandes olores, asegura que hasta el momento no ha tenido enfermedades respiratorias. Uno de sus secretos para ello, dice, es contar con la protección de la virgen de Guadalupe, imagen plasmada en sus aretes de oro.

De vez en cuando se dan tiempo para descansar. Por ejemplo, José Ilbis, de 23 años, lidera la limpieza de la alcantarilla, actividad que le lleva 15 minutos. Tras efectuarlo toma un mínimo descanso.

En ese lapso, José, así como sus otros compañeros aprovechan para hablar de temas puntuales: chismes, fútbol y realidad nacional. Mientras lo hacen, otro equipo de obreros, donde está Carmen, se encarga de subir la basura a la volqueta y más atrás, otro grupo efectúa las labores de limpieza con agua.

Ilbis dijo que ellos tienen una gran responsabilidad: evitar que Quito se inunde en el invierno. Durante sus cinco años de experiencia ha encontrado en medio de alcantarillas celulares y cadenas, sobre todo.

Afirma que hay un problema que dificulta las labores de limpieza: el hurto de rejillas. La actividad delictiva provoca en la temporada invernal el taponamiento de las alcantarillas, lo que puede provocar inundaciones.

Según Zambrano, hace falta 5.000 rejillas en Quito, producto de actividades irregulares. “Para reponerlas necesitamos una inversión de $ 1 millón”. Otra medida para evitar los hurtos es la fabricación de rejillas con hierro dúctil, material que no es atractivo para los delincuentes.

Una parte del trabajo lo ejecutan las tres contratistas a través de sus 40 obreros. Para Zambrano el resto le compete a la gente. “Si ubicamos la basura en su lugar, el trabajo de estas tres contratistas será mínimo”.

La jornada finaliza a las 16:30. Los obreros reconocen que con un “duchazo” las cosas vuelven a su normalidad, “borrón y cuenta nueva”. (I)

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