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Rock al Parque y los derechos culturales

Rock al Parque y los derechos culturales
23 de agosto de 2018 - 00:00 - Tomás Quevedo Ramírez

El festival más grande de América Latina celebró la semana pasada su edición número 24, que convocó cerca de 54 bandas en tres jornadas. El día dedicado al metal, rockeros y curiosos lucieron su estética urbana: camisetas con calaveras, cabellos largos y tatuajes.

La expectativa estaba dirigida al show de los españoles Angelus Apatria, debido a la fuerza de su thrash y a la presentación de su último disco, Cabaret De la Guillotine; a la banda colombiana Masacre y la celebración de sus tres décadas; a los norteamericanos Cattle Decapitation y sus líricas enfocadas en las múltiples extinciones que han provocado los humanos y al poderoso death metal de los veteranos Suffocation. Además de Dark Tranquility y Dark Funeral o los nombres colombianos con amplia trayectoria: Implosion Brain, Tears of Misery, Vobiscum Lucipher, Skull... Repertorios, manejo del escenario y ejecución de instrumentos mostraron la experiencia de estos músicos. La gente cabeceó y desencadenó toda su furia en el pogo, el cual no pararía hasta agotada la última nota del día domingo con la banda Suicide Silence.

En Rock al Parque intervienen empresas privadas, que auspiciaron diversos espacios dedicados a la recreación de los asistentes, como los concursos de air guitar (simular ser un músico sin instrumento) o la batalla de duetos de cuerdas y batería, entre otras experiencias sonoras. Los productores de camisetas, discos y demás iconografía rockera también tuvieron su espacio, así como la comida y descanso cercanos a los tres escenarios (Plaza, Lago y Bio).

Según lo señalado por las redes oficiales del festival, se estima que el día sábado asistieron 73 mil personas. Cifra que permite pensar en la relación entre política pública y escena musical, pues los metaleros son actores en ejercicio de sus derechos. No se habla de minorías, ni de tribus urbanas, ni de sub-culturas. Tampoco el concierto surge como política de reparación, sino de un gran público integrado al conjunto de las expresiones culturales de la sociedad colombiana compuesta por niños, jóvenes y adultos.

En Bogotá, cada año, se democratiza la música, se pone en valor a bandas nacionales y sobre todo se piensa en el metalero fuera del estereotipo de vándalo/violento/víctima, situándolo como actor en uso del espacio público. (I)  

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