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El Telégrafo
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Punto de vista

Frente al espejo: ser la misma y verse diferente

Frente al espejo: ser la misma y verse diferente
14 de marzo de 2015 - 00:00

Entendemos por madurescencia a aquel momento o movimiento del recorrido vital-existencial en el que el sujeto se cuestiona, se plantea y se orienta a la tarea de alcanzar su madurez. El trazado de la madurescencia se inscribe en la vejez temprana, período que es descrito actualmente como un tiempo de exploración y búsqueda.

Otro aspecto que caracteriza a la madurescencia femenina es el hecho de confrontar la propia imagen con el espejo. Desde la cultura, la identidad femenina está signada por la aprobación de la mirada de otro (Beauvoir, 1983; Yuni, Urbano y Arce, 2003). Esta aprobación se transforma en el cumplimiento de un ideal en lo relacionado con las pautas impartidas respecto de lo que se considera cómo debe ser y cómo debe portar su naturaleza femenina. Todos estos mandatos culturales se llevan en el cuerpo. Éste se asocia a la imagen que establecen los modelos de belleza y se regula de acuerdo con ciertos patrones de comportamiento.

Los cambios físicos relacionados con la edad producen, en la mujer madurescente, sentimientos de angustia, cierta inseguridad y cierto orgullo herido causado por el enfrentamiento entre la realidad física y los ideales sociales irrealizables. Surge el conflicto entre lo que se puede y lo que se debe. Lo que se puede está, en cierta forma, relacionado a la autoevaluación que realiza la mujer siguiendo criterios de realidad y tomando como referencia aquellos aspectos objetivables a la mirada. En tanto, lo que se debe es aquello que se ha constituido a través de los procesos de socialización -primaria y secundaria-, en donde el deber está asociado al cumplimiento de un ideal que ha sido sostenido por los padres y está establecido por aquellos aspectos a los que se debe arribar para alcanzar la promesa del amor, la seguridad, el reconocimiento y la estima.

Este ideal se transforma en un ideal del yo, que supone alcanzar ciertas metas anheladas por los padres y por la cultura, que proporcionan un enaltecimiento de nuestra sensación de autoestima. El ideal cumplido proporciona cierta valía, además de la sensación de haber cumplido con las expectativas del entorno. Pero este ideal muchas veces se torna demasiado exigente e inalcanzable, lo cual produce una sensación de frustración y de incapacidad al no poder responder positivamente a estas expectativas. Por esta razón, el trabajo de la madurescencia consiste en reestructurar este ideal, privilegiando las propias expectativas y posibilidades.

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