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La cuarentena, paso previo a ingresar a China continental, una odisea para los occidentales
Una larga travesía de 50 horas de viaje antecede la llegada al aeropuerto de Hangzhou (1200 kms al oriente de Beijing) donde se inician las estrictas medidas anti COVID, entre ellas bajar individualmente al pasajero y conducirlo por funcionarios con trajes de bioseguridad, a una máquina de scanner documental, toma de datos iniciales (unos 10 a 15 minutos), si son seguros prosigue, de no ser así es separado hasta verificar que su pasaporte no sea adulterado, algo que me pasó.
Fui conducido por un largo túnel abandonado de viajeros para pasar a la cámara de pruebas de ácido nucleico (PCR) en ambos orificios nasales y la garganta, lo más rápido del proceso, para seguir con la migración policial y aduanas. Allí fue el segundo tropiezo al no registrar nuevamente el pasaporte, pues los sellos de seguridad no convencían a las autoridades. Luego de llenar formularios en chino e inglés, con el motivo de la visita, lugar de residencia y demás procedimientos, me tomaron las huellas de cada dedo y el reconocimiento facial en máquinas de scanner, que tampoco reconocían, lo que sin duda me generó nerviosismo y más estrés del ya recorrido en Ámsterdam, con 3 pruebas PCR y toma de temperaturas antes de abordar vuelo.
Una hora de preguntas en chino traducidos por una máquina, explicando en mi inglés ecuatoriano, logré convencer a las autoridades de mi viaje y la invitación del Centro Latinoamericano y del Caribe de Prensa Chino (CLACPC). Solo allí pude ir por las maletas y continuar en el autobús que condujo a los 130 pasajeros que arribaron conmigo al hotel de cuarentena.
Una hora de viaje extenuado. Llegamos al hotel donde otra requisa sanitaria volvió a los mismos procedimientos anti COVID. Nadie hablaba inglés así que a señas entendí que debía alojarme en el piso 16 del lujoso hotel de 5 estrellas Honglou, en una suite con vista al río.
Tras 32 horas sin una ducha, pues el tránsito de Ámsterdam no hubo acceso a un baño completo, pude mental y físicamente aliviarme. No había comido nada desde las 12 del mediodía en el avión y ya eran las 22:00. Toda la tensión y el cansancio me abrieron el apetito con ansiedad, así que eché mano de las latas de atún y chifles tortolitos que habían en la maleta, como precaución para estas emergencias.
Iniciaron así 14 durísimos días de cuarentena estricta, con visitas diarias de una médico con su traje “espacial” quien me tomó muestras PCR cada tarde y con su chino me hacía señas. Las tres comidas se dejaban en la puerta del aislamiento, así que me adapté, aunque debo reconocer que fue lo más duro de afrontar, no solo por la cantidad de arroz insípido sin sabor en el desayuno, almuerzo y cena, sino a lo picante de salsas con verduras calientes en la mañana con una especie de panes con textura de esponja, casi incomibles. Pero todo era parte de la adaptación y sus hábitos alimenticios, sin olvidar los famosos palillos, único instrumento para comer.
Al día 10 de cuarentena, una ansiedad me alteraba el sueño y los nervios, intenté solicitar al administrador café o algo que se pareciera, pues en la ciudad y la provincia no hay el hábito de su consumo y por ende no existe, incluyendo en el hotel 5 estrellas. Con mucha suerte el encargado encontró dos cajas de la marca Nescafé, en chino, pero pude identificarlas pues era lo único en idioma occidental legible. Ya con 24 bolsitas de instantáneo, me prepararé un café con agua de la tetera, un triunfo en medio de las restricciones.
El acceso a plataformas occidentales como Google y otras redes, están bloqueadas desde la guerra comercial con EEUU en la época de Trump, así que tuve que instalar el llamado VPN (virtual private network) a fin de saber cómo estaban en el otro lado del mundo y tener mensajería como Telegram o navegar en Twitter.
China funciona a través de códigos QR para todas sus actividades, desde la compra de alimentos y bienes, pasando por las transacciones financieras, educación, transportes y, por supuesto, salud. El llamado Health Kit que para el caso mío lo administra la municipalidad de Beijing, mi destino final. El mismo se actualiza las 24 horas, con la prueba PCR que se hace diariamente y se debe presentar en la calle a los inspectores o al ingresar a cualquier lugar público (almacenes, mercados, transporte, edificios, oficinas, etc.) y por supuesto el infaltable tapabocas, cuya desobediencia puede acarrear duras sanciones.
La ciudad Hangzhou donde hice mi cuarentena, es capital de la provincia de Zhe Jiang (12 millones de habitantes) y tiene importancia estratégica para el comercio por su línea de trenes y transporte fluvial que conectan a las regiones centrales y con el gran puerto de Shanghái (120 kms de distancia) donde circula un 30% del comercio chino. Solo puede disfrutar de la vista de esta gran ciudad desde la ventana de mi habitación que da al río y que por las noches, ilumina los grandes edificios con luces multicolores y en movimiento.