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El Telégrafo
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Se habla de la muerte, pero muy poco de los que luchan por estar vivos

Se habla de la muerte, pero muy poco de los que luchan por estar vivos
28 de agosto de 2011 - 00:00

En una entrevista con El Telégrafo, el doctor Emiliano Lucero narra algunas experiencias vividas en África.
“Soy médico de terreno. Trabajo desde hace tres semanas en el campo de refugiados de Dadaab (Kenia), pero antes presté ayuda en otros países. Dadaab tiene tres subcampos: Dagahaley, Hagadera e Ifo. Es importante conocer que Dagahaley es un campo que no es nuevo, sino de hace 20 años, pero todo el contexto de la sequía agravó la situación.

El problema de Somalia es de larga data, entonces hay gente que lleva varios años acá, y otra que ha entrado este último año. Mi trabajo lo reparto entre la oficina y en terreno con mis pacientes. Atendemos por día en el consultorio a 300 personas, y por mal nutrición a 400. Esta es una zona desértica, con mucho polvo.

Ahora hay viento y hay personas que han venido caminando desde Somalia desde hace cuatro semanas o más. Entonces el gran efecto de esto es la desnutrición, sobre todo el de los niños, más las diarreas y las enfermedades respiratorias. Entre la población hubo un señor cuya esposa se había muerto el día anterior y tres días atrás su hijo por mal nutrición y sarampión. O cuando haces una entrevista a una madre, se le pregunta cuántos hijos tiene, y ella responde que varios, y te entrega la lista de todos los que han fallecido.

Se mueren en el camino, acá en el campo también, por eso hay muchas organizaciones que vienen a ayudar acá con agua, saneamiento y medicinas. Sin embargo, se habla mucho de la muerte, pero muy pocas veces de los que están vivos y necesitan de ayuda para seguir viviendo. Cuando se habla de desnutrición, siempre se escucha, por ejemplo en Latinoamérica, de chicos que les va a ir mal en el colegio porque están en la edad del desarrollo.

Bueno, acá el niño que sufre esta enfermedad, muy probablemente no vaya a la escuela, sumándole otras cosas, como que, quizás, la madre también esté desnutrida. Yo siempre hablo de que nosotros les damos otra oportunidad, pero para realmente salvar a estas personas hace falta el apoyo de todos y no solamente echarle la culpa a la sequía.

Nosotros nos encargamos de todo el tema de lo que son las comidas terapéuticas que son unos alimentos parecidos a una pasta de maní que sirve para los pequeños desnutridos. También atendemos partos; nuestro hospital asiste 20 al día y si la madre está  desnutrida, le damos otra variante a la pasta de maní o una mezcla de cereales fortificada con vitaminas y minerales.

Es difícil lo que se vive acá, pero tengo la experiencia de haber trabajado en otros países (Angola, Sudán, Uganda y Etiopía), en otro contexto, donde se ven cosas duras, por eso no sé si uno se acostumbra o el impacto es de otra forma. Pero lo que nunca había visto es la cantidad de gente que hay. Cuando entras al campo observas un mar de carpas en medio del polvo, de la arena. Las personas se organizan la vida como pueden y caminan hasta fuentes en busca de agua. Dadaab es un mar de refugiados.

Es una ciudad de 400 mil personas, pero con tiendas y no con edificios. Es necesario también tener un tiempo de descanso, porque sino, no funcionaríamos. Nuestro trabajo termina en la noche. Tenemos nuestras carpas, duchas y siempre tratamos de hablar de otras cosas para distraernos un poco porque es duro, muy duro.  

Uno no se termina de acostumbrar, por más que digo que uno en cierta forma se acostumbra, creo que no del todo. Aparte de tanto ver esto, uno se pregunta ¿por qué seguimos en lo mismo?”.

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