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Entrevista / Ana Esther CECEÑA / Economista y analista política

“El propio Ejército y la Policía están capacitando a gente del crimen” (Galería)

“El propio Ejército y la Policía están capacitando a gente del crimen” (Galería)
30 de octubre de 2014 - 00:00 - Federico Larsen

“El caso de Guerrero es gravísimo”.   Así lo afirma la economista del Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y referente del Observatorio Latinoamericano de Geopolítica, Ana Esther Ceceña, que en esta segunda entrega de una entrevista con el portal Miradas al Sur, destaca los altos niveles a los que ha llegado la imbricación entre los políticos mexicanos, las instituciones estatales y el crimen organizado en el país azteca.

El caso se remonta al pasado 26 de septiembre, día en que 6 personas murieron, 25 resultaron heridas y 43 estudiantes desaparecieron tras enfrentamientos con la fuerza pública. Todos eran alumnos de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, estado mexicano de Guerrero. Por estos hechos, las autoridades de Guerrero, pertenecientes al Partido de la Revolución Democrática (PRD), fueron sindicadas como cómplices del crimen organizado que azota el Estado y la sociedad civil salió a manifestarse para pedir la aparición con vida de los jóvenes y la renuncia de los mandatarios locales.

En su momento llamó la atención que las autoridades involucradas fueran miembros del PRD, que se presentó en los últimos años como un contrapeso progresista a la corrupción generalizada...

Es el sistema político en su conjunto. Por supuesto hay matices, pero que en estas circunstancias son menores. Ya no hacen diferencias. El caso de Guerrero es gravísimo en ese sentido, es muy elocuente. Porque el Gobernador, que ha sido reiteradamente señalado por una actitud de arrogancia e impunidad y atropello, está sostenido por el PRD. La cúpula le ha sostenido su apoyo y está entonces involucrada en lo que está sucediendo ahí. El Gobernador dijo que él no intervino cuando supo lo que estaba sucediendo con estos muchachos porque llamó al Alcalde de Iguala y no le contestó el teléfono, por ejemplo.

¿Entonces no hay ninguna alternativa?

La situación es difícil porque realmente ha escalado muchísimo. Los niveles a los que ha llegado esta imbricación entre la política, las instituciones y el crimen organizado son muy altos. Pero la sociedad está movilizadísima, incluso en estas circunstancias que son tan difíciles, de tanto miedo. Tenemos jóvenes en las calles de todas las ciudades importantes del país todo el tiempo reclamando. Y eso es algo muy sentido por los jóvenes. Porque la verdad es que esto es una guerra. Una guerra social en que la gran parte de los afectados son los jóvenes. Se mata a los migrantes jóvenes, se desaparecen jóvenes que son llevados a fincas y se les hace trabajar como esclavos. Están ocurriendo cosas gravísimas que no salen tanto a la luz y que involucran, sobre todo, a la población joven, que ya está golpeada por el neoliberalismo, por una situación económica difícil, que no tiene muchas perspectivas de futuro y, además, es la principal víctima de estos criminales. Creo que ha llegado el momento de que, si de por sí van a vivir asustados porque les puede pasar de todo, es el momento de tomar la rienda y salir a levantar sus voces. Y se están organizando, se están movilizando. Algo muy curioso es que en este caso tenemos jóvenes de universidades privadas, de las que forman los cuadros de la burguesía, que se han movilizado y han hecho actos en apoyo a los normalistas de Ayotzinapa. Es decir que hay realmente una conmoción social amplia, que abarca muchos sectores de la sociedad. Pero además tenemos organizaciones de derechos humanos, más tradicionales, intelectuales, académicos, sindicatos o trabajadores que también se movilizan. Incluso organizaciones barriales. Los culpables de este asesinato son los culpables de todo lo que le está ocurriendo a esta sociedad. Es como un criminal amplio, un masacrador muy amplio que nos está golpeando a todos en todos lados. Que está carcomiendo derechos, que nos está quitando las pocas libertades democráticas que se habían conseguido. Y llegó el momento en que la sociedad no está más dispuesta a permitirlo. No sé si esto es suficiente como para echar atrás una dinámica que ha ido corroyendo, descomponiendo la sociedad hasta tal punto, pero creo que más bien tendríamos que pensar en qué tanto se logra reconstruir los valores sociales, los valores democráticos, en un mediano plazo, y qué tanto se logra controlar a la corrupción cuando ha llegado a los niveles más altos. Esto quiere decir que las instituciones que estarían abocadas a controlar y sancionar están comprometidas con la misma corrupción. Es una situación que no se resuelve de un día para el otro. No basta con cambiar un presidente o poderes locales. Es un trabajo que va a tomar tiempo, que nos va a costar para recuperar la posibilidad de vida en este territorio. Pero mucha gente está en eso y estamos peleando como podemos y donde podemos.

Es llamativo cómo en los países con mayor presencia militar y económica de EE.UU., como México, Colombia o incluso Paraguay, se note mayormente esta descomposición y la actuación del crimen organizado. ¿Hay ahí alguna relación?

Lo que está ocurriendo en México tiene que ver con este reacomodo territorial y disciplinario que corresponde al siglo XXI. Nosotros hablamos aquí de que estas guerras, como la que está ocurriendo en México, son las guerras del siglo XXI. Que no son propiamente una guerra. No es una dictadura. Eso tiene principio y fin. En el caso de lo que nos está ocurriendo a nosotros es el crecimiento rampante de una situación de guerra. Una situación de guerra que se instala y que, como no tiene un principio claro, tampoco tiene un fin claro. Va poco a poco transformando las formas de vida. Por un lado con ese disciplinamiento que requiere el capitalismo a nivel internacional. Para nosotros, EE.UU. es el ‘hegemón’ principal de este sistema capitalista, por más que haya disputas hegemónicas. Y para nosotros, que vivimos al lado, que tenemos una frontera enorme con ellos, que tenemos 17 millones de mexicanos viviendo allá, que tenemos vínculos muy fuertes con ellos, la política de EE.UU. es la que se asume como representación del capitalismo mundial. Para ellos, el siglo XXI ha sido un siglo de muchos desafíos porque el capitalismo como tal está siendo fuertemente cuestionado en todos los lugares del planeta. Y poblaciones incluso chiquitas se levantan contra las políticas capitalistas. Y eso está ocurriendo en tantos lugares que se ha vuelto un elemento de desafío a los planes de impulso de la acumulación capitalista.

Las empresas son fuertemente contestadas, se buscan recursos legales o de movilización para evitar que las mineras destrocen territorios. Entonces el desafío ha implicado que en este siglo XXI se ha estado pensando estratégicamente un reordenamiento de las disciplinas en el territorio. Por disciplinas entiendo la aceptación de un modo o de otro de la dinámica del sistema capitalista y su modo de acumulación. Para hacer este reordenamiento, evidentemente, uno de los brazos fuertes ha sido el militar.

La militarización en América Latina solamente en el siglo XXI ha hecho pasar el número de bases en un continente donde hay una situación relativa de paz, donde EE.UU. tiene muchos recursos diplomáticos y económicos para tener el control de la situación. Que se ha dado a través de las bases militares, pero también en las modificaciones en el comportamiento militar.

En las reglas de control de las sociedades. Por ejemplo, los cambios en los códigos penales y las leyes relacionadas con la seguridad. La introducción por ejemplo de esta idea del enemigo terrorista en todos nuestros países. Y lo que hace eso es colocar a la población como sospechosa. El terrorista es un enemigo difuso, que no se sabe dónde está y por dónde va a salir, que generalmente se parece mucho a la gente sencilla, que actúa desde su casa haciendo, por ejemplo, un arma biológica. Entonces todo poblador de estos países es un sospechoso. Cambió el estatus. Nosotros antes éramos siempre inocentes hasta que se probara que somos culpables. Hoy es al revés. Hoy somos culpables hasta que se demuestre que somos inocentes. Y esto hace que las políticas de seguridad se hayan modificado muchísimo. Hoy en todos nuestros países, incluido EE.UU., nos pueden detener sin orden de aprehensión, pueden catear nuestros domicilios sin orden. Simplemente con la justificación de que podríamos ser terroristas. Esto ha provocado situaciones que, llevadas al extremo, son las que tenemos en México. Aquí tenemos un enemigo claro que se marcó cuando inició la guerra contra el narco, que eran los carteles de la droga. Pero hasta donde nosotros sabemos han sido tocados muy levemente. El negocio de la droga sigue siendo un negocio boyante en el país. Los carteles controlan territorios, vías de comunicación, siguen teniendo altísimas ganancias y la sociedad es la que está siendo afectada. Es decir, aquellos que de algún modo eran afectados por estas actividades ilegales también están siendo afectados por aquellos que supuestamente las están combatiendo. Pero esto no es propiamente una guerra. No hay una declaración de guerra ni una dictadura. Es un país supuestamente democrático. Pero todo el sistema político valida estas cosas, y parece como que esto es una anomalía. Cuando crece la criminalidad nos debemos preguntar cómo todas las instituciones la han estado auspiciando. Hay cosas que hacen que son terribles. Han creado una cantidad de cuerpos de seguridad en estos años que realmente da risa. Porque cuando crean uno, capacitado, de alto nivel, que se ocupe de combatir al crimen organizado, al cabo de un año lo sacan porque todos se corrompieron y crean otro. Empieza a ocurrir que el propio Ejército y la Policía están capacitando gente que en realidad está trabajando para el crimen organizado.

¿Cómo reaccionan las sociedades ante este proceso?

Yo creo que hay como dos sociedades paralelas acá. Esta sociedad sórdida del crimen, donde matar ya no es un problema, donde lo que está en cuestión no es si uno mata, sino cómo mata. Y otra sociedad que ya no sabe muy bien dónde está parada, que es la que se quedó con la idea de que estábamos en un país con ciertas reglas democráticas, con cierta posibilidad de acudir a ciertas instancias de regulación jurídica, que tenía cierto tipo de valores para la cual matar sigue siendo inadmisible. Pero esa parte va quedando un poco colgada del aire. La descomposición social en México está siendo muy profunda. Porque lo que ocurre en la sociedad realmente existente es que lo que se está instalando es una situación de guerra que no es una guerra. Es un cambio de modalidades de vida. Tal vez a modalidades de muerte.

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