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El Telégrafo
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Un adolescente infractor es una biografía compleja

Un adolescente infractor es una biografía compleja
08 de enero de 2012 - 00:00

“Muchos no tenemos ni siquiera papá, el mío nos dejó cuando yo era chiquito y de plano solo mi mamá se hizo cargo (...), y así por los problemas económicos yo me salí  de la casa y luego de la escuela. Comencé a vender fruta en la calle, después ya me hice de amigos y nos pusimos a robar cosas para luego vender. Otros venden droga y eso”.

Este es el relato de alguno de los menores que han pasado por uno de los 11 Centros para Adolescentes Infractores (CAI) que existen en Ecuador. Se trata de un cuadro común para todos los muchachos, que se inicia con una suerte de ruina familiar, que luego, obviamente, se vuelve económica... y esa ruina, esa desesperanza, es al mismo tiempo tierra fértil para el delito.

En el 2010, de los 500 adolescentes detenidos, aproximadamente 138, de entre 12 y 18 años de edad, recibieron sentencia. A los CAI llegan algunos  con detenciones provisionales por 24 horas, hasta aquellos con sentencias de seis años, las mismas que pueden ser reducidas por buen comportamiento.

De los adolescentes que ingresan a los CAI, apenas un 0,4% no tiene ningún tipo de instrucción, pero solo el  20% de aquellos entre 12 y 14 años ha terminado  la primaria.    

Sara Oviedo, secretaria ejecutiva del Consejo Nacional de la Niñez y la  Adolescencia (CNNA), explica que la  temprana juventud es una etapa en la cual se construye un proyecto de vida, probando todas las opciones que están cerca, y “en ese proyecto hay buenas y malas elecciones”. Es enfática al concluir que lo que  los adolescentes están recibiendo hoy, tanto de la familia como de la sociedad, es desconfianza.

“No se puede vivir sin dinero, en mi caso mi familia podía dármelo, pero no me tenía confianza porque andaba en la calle, entonces me tocó robar... comencé con teléfonos, tarjetas, luego camiones de comida o electrodomésticos y droga; nunca pensé que podían quitarme la libertad”, se justifica un muchacho, un tanto dubitativo.

Farith Simon, catedrático de la Universidad San Francisco, explica que la adolescencia es un momento, inevitablemente, de vulnerabilidad. Sin embargo, puntualiza que al mismo tiempo hay crecimiento y desarrollo de aptitudes. El joven va asumiendo una autonomía progresiva. Por eso cree que los sistemas de justicia que trabajan en temas de infancia deben tener especificidades, “pues no es lo mismo, evidentemente,  tratar a un ser humano de 15, de 30 o de 80 años”.

Un testimonio más, desde la sensibilidad de otro adolescente: “Yo una vez le falté el respeto a mi madrastra. Le alcé la mano porque ella me pegaba mucho, me daba latigazos. Yo soy de Azogues. Mi papá salía el domingo y venía el viernes, solo pasaba un día en la casa. Yo tenía envidia de mis hermanastros porque mi papá les daba de todo. Entonces, comencé a sentirme mal, me salí de la casa y me dijeron drogadicto fumón”...

Según datos de la CNNA, un 45% de estos muchachos vive en hogares en condiciones de pobreza, 24% en extrema pobreza y un 27,4% de adolescentes  de 6 a 17 años declararon ser agredidos físicamente.

Otro menor toma la palabra: “Mi casa era la de la violencia, yo veía que mi papá salía y tomaba, le pegaba a mi mamá y no podía hacer nada hasta que  fui creciendo y cuando  tuve 11 años  le dije a mi mamá que esperara nomás. Mi papá llegó y comenzó a pegarle. Yo le empujé y le dije: ya nunca más le vas a pegar así. Cogió un palo de escoba y me pegó. Yo no sé de dónde saqué fuerzas y le empujé... Entonces mi mamá y yo hicimos las maletas y  nos fuimos, le dejamos”. 

La ministra de Inclusión Económica y Social, Ximena Ponce, en la página web del CNNA, enfatiza aquello de que  una de las incidencias o factores comunes en los adolescentes infractores es, evidentemente, la pobreza, lo que genera una propensión a la delincuencia, pero hace hincapié en un detalle que no es menor: la mayoría de la veces, el beneficio de estos actos delictivos lo “cosechan” adultos.  

Un interno de unos 14 años se refiere a su  relación temprana con la calle, de espaldas a la familia: “Todos nosotros nos salimos  de la casa porque necesitábamos el dinero para las cosas, yo pasaba vendiendo todo el día, y así vendía unos 25 gramos, por porciones de cinco, de diez, o de dos dólares...”. 

Del total nacional de adolescentes detenidos, 26 lo están por el delito de asesinato. Esto representa apenas el 0.002% de 1’964.293 adolescentes de 12 a 17 años. 

Compromiso a pesar del dolor

César Pérez es un ciudadano que sufrió  el asesinato de su hermana a manos de un joven; se trata de la periodista Cecilia Pérez, quien fuera una de las promotoras de los derechos de los niños en la provincia de Imbabura.

Aún con la aflicción  de la pérdida, César logra  analizar y conmoverse con la infancia y adolescencia del responsable de la muerte de Cecilia. Tiene 21 años y fue sentenciado a 25 años de prisión, pero su vida fue un calvario:  abandonado a los 8, de padre alcohólico, fue testigo del asesinato de su madre. A los 12 recibió un disparo en el rostro,  lo que le ocasionó una deformación; él y sus hermanos fueron víctima de constante abuso sexual, y desde pequeño tuvo acceso a las drogas...

César  considera que, dado ese truculento panorama, la culpa no es, no puede ser  solo del joven que asesinó, sino de una sociedad indolente, que se ha preocupado poco de estas situaciones extremas. “A pesar de que esto provoca sufrimiento  y pérdida”, reconoce César, “también genera un compromiso social: el  de actuar en favor de los niños y adolescentes”...

Para la ministra Ximena Ponce, las políticas públicas para niños, niñas y adolescentes, a más de provenir del Estado, deben generarse en los gobiernos locales descentralizados. En el informe  del 2011 sobre los Centros de Adolescentes Infractores se establece que es fundamental abordar la realidad de los menores detenidos en los centros, y se puntualiza la necesidad de tratarlos de  manera diferenciada.

El Consejo Nacional de la Niñez y Adolescencia ha presentado varias observaciones al  proyecto del Código Integral Penal, que se encuentra en la Asamblea, pues considera que pueden existir algunos tipos de discriminación en relación con los adolescentes.

Por ejemplo, los derechos constitucionales establecen un sistema nacional de protección a la niñez y adolescencia, el principio es el de la atención prioritaria con corresponsabilidad del Estado y la familia...

En el artículo 175 de la Constitución, los niños están sujetos a una legislación especializada y administración de justicia con operadores debidamente capacitados que aplicarán la doctrina integral.

Se señala que la administración de justicia dividirá la competencia en una protección de derechos y la otra responsabilidad será del adolescente. El proyecto del Código Integral Penal plantea tratar a los adolescentes de 16 años como adultos, cosa que algunos han propuesto tomando en cuenta que ahora, a partir de esa edad, se puede hacer uso del derecho al voto y elegir mandatarios.

Jofre Vélez, adolescente que forma parte del Consejo Consultivo de Niños y Adolescentes, cuestiona la comparación entre la responsabilidad del voto y la de un delito, pues manifiesta que el voto facultativo que los adolecentes pueden o no ejercer es un mecanismo de formación de ciudadanía y considera que ingresar a un menor a una cárcel para adultos no contribuye a ninguna formación integral.

Varias autoridades, así como psicólogos y sociólogos que tratan temas de adolescencia, coinciden en que la mejor manera de tratar a un menor infractor es la implantación de medidas socioeducativas previstas en el Código de la Niñez y Adolescencia, lo que permitiría procesos de rehabilitación social más positivos y efectivos, que no degeneren la formación de los implicados.

El tiempo de desarrollo se ve modificado por circunstancias  como la movilidad, la migración,  el trabajo, la educación,  el número de miembros en la familia, inclusive la “inocencia” de cada etapa generacional.  En relación con las edades de los infractores aislados, el porcentaje más alto se ubica entre los 16 y 17 años. “El 42% de los chicos que entran al Centro de Adolescentes Infractores (CAI) está por cumplir los 18 años, el 25% tiene 16 y un 16% cumplió ya los 15 años”.    

Aunque hay casos en que los muchachos “se dejan agarrar” por la policía, pensando en los centros como una alternativa de refugio, éstos son una última alternativa para los infractores, si el juez ve que es necesaria la medida, después de una evaluación. Todo depende del tipo de delito, ya que existe trabajo comunitario, además de medidas de presentación ante un juez de manera periódica, sin contar con que el adolescente necesita atención médica y, sobre todo, psicológica, que es ideal que sea suministrada sin necesidad de recluirlo.

Opciones para la esperanza

Al momento, el Ministerio de Justicia, el MIES, el INFA y el Ministerio de Educación trabajan para generar condiciones adecuadas de inserción social de los adolescentes que han caído en el delito.

Uno de los ejemplos es el Centro Virgilio Guerrero, en Quito,  dirigido por los padres capuchinos. Allí se realizan evaluaciones psicológicas, los jóvenes  tienen medidas alternativas, la familia en general recibe capacitación para reforzar los vínculos, y se ofertan diferentes tipos de instrucción técnica  en oficios como carpintería.

“Aquí me siento bien, en la calle no hacía nada, ahora trabajo en carpintería; cuando uno está donde la violencia es a diario, uno también se hace violento. En algunos centros hay que pelear por la comida, por la ropa”, dice un pequeño que ha encontrado en la iniciativa de los capuchinos una nueva opción para él. 

Existen, por supuesto, diferencias entre los Centros, pues, en un principio, en el de Guayaquil, por ejemplo, el trato a los internos era muy similar al de un centro de adultos.

En los casos de robo, cuando el juez considera que el menor no debe ingresar a un centro, este debe resarcir el daño causado. En  uno de estos casos, un adolescente mostró una visible y profunda reacción frente a lo que hizo y pidió disculpas por los sucedido.

Según los psicólogos, esta es una manera positiva de interiorizar los actos, pero es apenas un primer paso...
Concluye un muchacho: “en los Centros haces amigos, luego llegas a un barrio y ya no te hacen nada porque hiciste amigos de esos lugares, pero no es nada bonito estar encerrado, lo que queremos es, sobre todo, nuestra libertad”.

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