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El hombre de la casa se quitó la vida al no hallar solución al problema de sus vástagos

“Mi mami guardaba plata y ellos nos dejaban sin comer a todos”

La mujer cuenta que su esposo quería tener muchos hijos y ahora ella se queda a cargo de 12 de ellos. Karly Torres / El Telégrafo
La mujer cuenta que su esposo quería tener muchos hijos y ahora ella se queda a cargo de 12 de ellos. Karly Torres / El Telégrafo
09 de septiembre de 2015 - 00:00 - Karla Naranjo Álvarez

Geoconda se sienta en la única cama que hay en su casa, donde dormía con su esposo Renzo, y admite sentirse decepcionada y desesperada. Su cónyuge se suicidó porque no soportó ver a 4 de sus 15 hijos consumiendo y lentamente muriendo por la droga conocida como ‘H’.

Después de 48 horas de la muerte, el cuerpo de Renzo no era sepultado por falta de dinero, aproximadamente $ 300. Aún era velado en la vivienda que la pareja construyó hace unos 14 años en el bloque 1 de la cooperativa San Francisco, cerca de las cárceles, en el norte de Guayaquil.

Hasta la mañana de ayer varias personas llegaron a ese inmueble para ayudar a la familia. Así recabaron más de $ 250 por donaciones.

La casa es pequeña, asentada en un terreno inestable, en una especie de montículo de tierra, con bases de cemento, piso de madera y paredes de caña. La iluminación es escasa y hay pocos muebles. En las noches se ponen colchones en el suelo para que duerman todos.

Sumada a la preocupación de no poder inhumar a su esposo, recibió una noticia que la sintió como un golpe seco en el pecho, otros 2 de sus hijos empezaron hace poco con el vicio de la droga.

Los vástagos de Geoconda tienen entre 5 y 30 años de edad. Además está a cargo de 3 de sus 22 nietos. El de 20 años fue el primero que empezó a inhalar heroína, cuando cumplió la mayoría de edad, y paulatinamente los demás siguieron sus pasos como en una especie de ‘contagio’.

Ninguno ha recibido tratamiento y abandonaron sus estudios. Sus padres no sabían qué hacer. “Mi hijo de 8 años comenzó a consumir hace 3 meses. Yo le daba suero oral para que se recupere y lo hizo, pero tal vez al ver a sus hermanos recayó”, sostiene.

“Tengo un hijo que ya se me queda en la calle. Tiene 14 años y hace 2 empezó. Él está muy delgado. Mi esposo les decía a los chicos que no se dejaran vencer, que si alguien les ofrecía, dijeran no, no quiero. Después me dijo que estaba hostigado. Juntos habíamos buscado mucha ayuda”, recuerda.

Geoconda vende caramelos y canta en los buses de transporte urbano, algunos de sus pequeños la acompañan y ayudan en ese trabajo. Su esposo vendía artículos usados en la calle Pedro Pablo Gómez, en el centro de la ciudad.

‘Javi’, uno de los chicos, de 16 años, asegura que él no consume drogas y que le apena ver cómo a sus hermanos el cuerpo les cambia para mal. “Están delgados, ojerosos y débiles. Lo que más me duele es que en sus ansias por seguir inhalando se llevan las pocas cosas o el poco dinero que se reúne. A veces mi mami guardaba plata para comprar comida y ellos nos dejaban sin comer a todos”, confiesa el adolescente.

Los amenazaron para consumir

‘Juan’, otro de los vástagos, de 13 años, siempre anda con los ojos bien abiertos y se enoja si lo miran mucho, más aún si alguien se atreve a cuestionarle por qué se droga. “¿Tú sigues consumiendo?”, le pregunta una de las personas que llegó al velorio de Renzo.

“¡Contéstale!”, le exclama una tía que lo observa a unos 2 metros de distancia. “Sí”, responde a regañadientes el menor. “¿Por qué lo haces?”, le vuelve a preguntar, pero no obtiene una respuesta del muchacho que anda descalzo y no mide más de 1,50 m de estatura. Su peso evidentemente está por debajo de lo normal. “¿Vas a dejar de hacerlo luego de ver lo que pasó con tu padre?”, le insiste con firmeza la visitante. “Sí, lo voy a intentar. Ya no quiero drogarme”, contestó y agachó la mirada.

“Si no consumo, me siento desesperado, me duelen los huesos”, explica uno de los afectados por esta adicción, quien además revela que los sobres con la sustancia se la venden a $ 2.

‘Jessenia’, una sobrina de Geoconda, cuenta que uno de los muchachos “me dijo que un microtraficante le obligó a meterse ‘H’, que realmente él no quería, pero fue amenazado. Luego le daba dosis gratis hasta hacerlo vicioso”.

La indignada mujer relata que en esa zona es normal que eso ocurra. Los traficantes se aprovechan de que los padres no pueden estar todo el día con los niños, porque deben trabajar, y los obligan a consumir los estupefacientes. “Si no lo hacía lo cerraban a puñetes. Lo amenazaban y le regalaban la droga”, menciona otra familiar.

¿Por qué Geoconda y Renzo tuvieron tantos hijos? Casi todos le preguntan lo mismo. “Él no permitía que ella se cuidara. Quería más y más niños”, revela Sara, una cuñada de la fémina. “Hace poco me dijo que le diera otro hijo, pero yo no acepté porque ya tengo 42 años y es peligroso”, asegura Geoconda.

Llegó a encadenarlos

Geoconda narra que meses atrás se vio obligada a encerrar a sus hijos y encadenarlos para asegurarse de que no salieran. “Cuando Renzo se dio cuenta, se puso muy triste de escucharlos llorar y me dijo que por favor los suelte, que ellos no eran unos animalitos. Él confiaba en sus hijos, pensaba que podrían salir por sí solos de la adicción, pero después empezó a desesperarse”, expresa.

Una semana antes de quitarse la vida, Renzo, sentado en una silla de plástico junto a la cama, le señaló un palo que atraviesa la habitación y le dijo que de ahí se colgaría con una sábana. “Pensé que bromeaba, siempre lo hacía. Pero lo notaba cada vez más deprimido”, refiere.

La madrugada del domingo 6 de septiembre, una de las hijas se levantó al escuchar un fuerte sonido en el techo y vio una sombra que se mecía junto a la cama de sus padres. Asustada levantó a otro de sus hermanos y éste para mostrar valentía le dijo que nada pasaba, que no se asustara. A lo mejor eran los gatos que cada noche corren por los techos. Sin embargo, se quedó viendo la figura alumbrada por la luz que entraba por las hendijas de la pared.

El chico se levantó del colchón donde descansaba para sacar una gaseosa de la refrigeradora en el mismo dormitorio y se sorprendió al ver a su padre muerto. ¡Mamá, mamá!, gritó, ¡míralo a mi papi!. La mujer, sin encender el foco vio hacia el suelo pensando que se había caído, pero su vástago le dijo que estaba guindado. Geoconda reflexiona sobre el caso: Para mí es muy extraño, porque él siempre decía “cobarde el hombre que se ahorca”. (I)

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