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Desde hace 20 años se dedica a esta actividad

Miguel Yuvi, el vendedor de patas por accidente

Miguel Yuvi anhela este año abrir un local para dejar se ser vendedor ambulante.
Miguel Yuvi anhela este año abrir un local para dejar se ser vendedor ambulante.
Cortesía: ULVR
04 de junio de 2016 - 00:00 - Helen Salgado y Andy Vera. Estudiantes de la ULVR

La mañana empieza a aparecer en escena. El sol incendia con sus primeros rayos. La ciudad se despereza y los periodiqueros empiezan a vocear las buenas y malas noticias.

Allá en el sur de la urbe, cerca del Camal Municipal de Guayaquil, Miguel Yuvi Chusca -de 53 años- se dedica a la comercialización de carne de res. Hace 32 años empezó como vendedor ambulante de vísceras y aunque ahora cuenta con su propio local de carnes, sigue caminando por las calles a ofrecer sus productos. Es una forma de ‘marquetear’ lo que vende y de ganar unos cuantos dólares más.

Las deudas que adquirió al recibir un préstamo para modernizar su negocio es el motivo para seguir vendiendo en las calles. Asegura que ese ingreso extra es el que le ayuda a cumplir puntualmente sus pagos.

Reconoce que desde hace 8 años vender en la calle ya no es lo mismo, por las exigencias municipales de la ciudad. Yuvi comenta que todavía se vende con un palo en los hombros, pero que son pocos quienes se  dedican a esta actividad ambulante. “Algunos han muerto y otros se dedican a distintos oficios, como la albañilería”. Destaca que son cerca de 10 vendedores los que continúan en ese trabajo.

Yuvi habita en el sector del Guasmo, al sur de la ciudad, junto a su esposa. Con ella tiene una hija de 31 años y un hijo de 29; este último lo ayuda en el negocio. Los dos se dividen las ventas. “Él coge patas de vaca, mondongo, corazón, lengua. Yo cojo patas de chancho, costilla, etc.”. Lo que le sobra lo cuelga en la denominada ‘palanca’, la coloca sobre sus hombros y se dirige a vender.

El recorrido que hace en las calles no es específico, pero menciona las que recorre con mayor frecuencia: a lo largo de las calles Ayacucho, Huancavilca, Maldonado, Portete, Coronel, entre otras. El recorrido completo es de aproximadamente 50 cuadras.

Los clientes más fieles que tiene son trabajadores de talleres, dueños de transportes públicos y a una vendedora de fritada, que usualmente le compra lenguas de chancho en las afueras del barrio de tolerancia, popularmente conocido como la 18.

“Algunas veces avanzo hasta ese sector. En las zonas populares es donde más se vende. La gente compra mis productos, no solo por costumbre, sino también porque resultan mucho más baratos”.

Cuando los clientes no tienen para pagar en el momento, Yuvi no tiene inconveniente en fiarles. “Es una forma de ayudarlos. Las personas que no tienen tanto dinero piden a crédito. Soy muy confiado y creo que quien quiere pagar, lo hace. No he tenido problemas con nadie, al contrario. Mis clientes son responsables y pagan sus deudas”.

En su vida diaria tiene dos jornadas laborales. En su local trabaja de lunes a viernes, desde las 07:00 hasta 15:00 y al culminar se dirige a las calles hasta las 20:00. Los fines de semana los dedica a la cobranza de lo que ha fiado.

Su labor resulta agotadora, por el peso que lleva sobre su cuerpo, sin embargo no le representa mayor dificultad por la experiencia que tiene. Citó el caso de un amigo que entró al negocio hace 2 semanas y que a los dos días le había dicho que se sentía muy cansado. “Es cuestión de acostumbrarse”.

Álex Coloma es uno de los clientes de Yuvi. Este habitante de Argentina y Guaranda asegura que conoce al vendedor hace 3 años y reconoce que se trata de un vendedor incansable.

“Lo he visto que sale desde el camal y avanza hasta cerca de la Comisión de Tránsito (Cuenca y Chimborazo), camina cerca de 79 cuadras al día y lo hace con mucho entusiasmo. Hasta acá llega muchas veces con pocos productos. Él gana según el recorrido que hace. Es un trabajo muy duro”.

Por culpa de una mordida

Yuvi, quien se mostró risueño durante toda la entrevista, relata que la experiencia de empezar a laborar en la distribución de carnes se la debe a la mordida de un perro. Un hecho que le puede ocurrir a cualquiera, pero en su caso lo dotó de un oficio en el que aún permanece.

Comenta que luego de haber recibido la mordida de un perro, una vecina le recomendó que hablara con el dueño del animal para que se hiciera cargo de los gastos que produjo ese accidente, sin saber que se haría amigo del señor y que un año después le ofrecería ese trabajo.

“Fue algo fortuito, yo fui a donde el señor para me ayudara a cubrir los gastos que me había ocasionado el accidente y nos hicimos amigos. Un año después me pidió trabajar con él y así inicié esta actividad”.

Su anhelo es ampliar su negocio y tenerlo más equipado. Su hija, quien es ingeniera comercial, prometió ayudarle para que cumpla su sueño. Solo en ese momento se retirará de las calles. Mientras tanto, las seguirá recorriendo. (I)

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