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Rosero: “Tenía vocación de militar; fui futbolista por accidente”

El “Emperador” da instrucciones a los integrantes de la escuela de fútbol que lleva su nombre y funciona en las canchas sintéticas de Hooligans, en la ciudadela La Garzota. También tiene una sucursal en la cabecera cantonal de Daule.
El “Emperador” da instrucciones a los integrantes de la escuela de fútbol que lleva su nombre y funciona en las canchas sintéticas de Hooligans, en la ciudadela La Garzota. También tiene una sucursal en la cabecera cantonal de Daule.
Fotos: Lylibeth Coloma | et
17 de febrero de 2019 - 19:11 - Elías Vinueza

Doña Rosa Isabel Rosero debió enfrentar la vida a cargo de 5 hijos. Los recursos no sobraban en casa y por ello su cuarto hijo, de 5 años, no tuvo uniforme para la inauguración de las olimpiadas de su escuela. Tras la ceremonia, la tristeza del niño se convirtió en llanto porque su equipo estaba a punto de jugar su primer partido. Solo la presencia de su madre con la indumentaria en las manos le podían cambiar el semblante. Y así fue cómo sucedió.

Ese fue uno de los tantos sacrificios que hizo la señora Rosero para que Julio cumpliera cada uno de sus sueños, incluso, siendo adulto.

La etapa infantil de él se resume en el sector de El Tejar, en Quito, donde estaba ubicado el parque Hermano Miguel, que ahora es el centro comercial Ipiales. Ahí, Julio jugaba con amigos y chicos que se sumaban en el momento, pero siempre respetando las obligaciones que le creaba la mamá. Los estudios no eran negociables. El esfuerzo debía ser valorado.

Julio comenzó a destacar no solo en el fútbol, sino también en el baloncesto (terminó siendo seleccionado de Pichincha) y el ecuavoley, en la época colegial. Y en busca de una explicación genética de sus condiciones deportivas, pensó que a lo mejor la procedencia de su madre fue clave. “No tengo familia con pasado en fútbol, pero soy pariente lejano del ciclista Juan Carlos Rosero (+), mi mamá es de allá (Carchi)”.

El “Emperador” da instrucciones a los integrantes de la escuela de fútbol que lleva su nombre y funciona en las canchas sintéticas de Hooligans, en la ciudadela La Garzota. También tiene una sucursal en la cabecera cantonal de Daule. Foto: Lylibeth Coloma | et

¿Quién se percata de su talento y lo induce a probar suerte en el fútbol? 
Estaba en quinto grado (tenía 10 años) cuando el “Pelado” Alcázar, que recorría escuelas y llevaba a los mejores a El Nacional, me dijo para ir a una práctica. Fui una sola vez y no pude regresar porque no había quien me lleve, así que seguí jugando en la escuela y en el barrio. En sexto grado entré a un colegio militar, al Instituto de la Policía Nacional. Realmente fui futbolista por accidente, mi vocación era ser militar; tengo amigos que son generales y coroneles del Ejército y la Policía. En esa época para aspirar a oficial había que tener dinero, pero por ser buen estudiante me gané media beca.

¿Qué cosas cambiaron para que se alejara de la carrera militar y terminara pateando un balón?
No me gustaba hacer ejercicio. Cuando tocaban las pruebas físicas en el colegio me escudaba con los brigadieres y los profesores para hacer poco. Mis compañeros me decían que la parte física era importante y me di cuenta de que no estaba dando todo de mí pese al esfuerzo de mi mamá. Decidí vincularme a un equipo para prepararme físicamente. Recuerdo que Walter Pinillos, arquero de Aucas, quería llevarme a su equipo o a otro para que me probara. Para mí los estudios y la carrera militar eran lo primordial. Fui a probarme al Deportivo Quito un martes al complejo de Carcelén, pero el profesor Carlos Sevilla había elegido un día antes a los jugadores que integrarían el plantel, ahí lo vi a Álex Aguinaga.

El Nacional un día, Deportivo Quito, igual, ¿qué vino después?
“El América está probando gente en San Carlos”, me dijo un primo. Él me llevó y había cerca de 500 jóvenes con aspiraciones de llegar al fútbol nacional. El técnico era el paraguayo Carlos Gutiérrez, quien daba solo 10 minutos para mostrarse a 22 jugadores.

Después de tres horas el “profe” estaba cansado, faltaban 50 personas por probarse y había mosquitos. “Son los últimos 22 que voy a ver”, nos informó. Cuando comenzó a elegir, mi primo me empujó y el técnico dijo: “Tú, que te paraste, ven”. Me había percatado de que él anotaba a los que más tenían la pelota, así que en esos 10 minutos la tuve mucho tiempo y toda falta que había la cobraba. Me quedé.

¿Cuánto tiempo pasó hasta el debut en primera?
Era enero y al poco tiempo comenzaron a llevarme como juvenil. Y recuerdo tanto que el 20 mayo de 1984 (estaba por cumplir 19 años) debuté profesionalmente contra el Manta en el estadio Olímpico Atahualpa. Fue tan anecdótico que entré faltando 15 minutos para que se acabara el partido y en la segunda pelota que toqué me fracturé la clavícula. La medicina no estaba tan adelantada y aparte el doctor del equipo era un pediatra. Me colocaron un chaleco de yeso y mi aspiración de ser oficial de la Policía se truncó. Después de casi 3 meses y medio volví a jugar y me rompí la nariz, ahí fue cuando dije: esto no es para mí. Me recuperé y me iban a buscar a la casa y me escondía. Aparte estaba estudiando Ingeniería Textil en la universidad.

El fútbol le dio algunas oportunidades...
Al año siguiente, estaba jugando con mis compañeros de la universidad en el parque La Carolina y me alcanzó a ver el preparador físico del América. Se acercó y me convenció de regresar. Jugué partidos amistosos y volví al profesionalismo frente a Nueve de Octubre en el estadio Chirijos de Milagro. Se lesionó el marcador izquierdo y entré a sustituirlo. Por ahí atacaban Osní de Oliveira y Raúl Avilés, jugadores rápidos y con experiencia, perdimos 2-0. Jugué tres o cuatro partidos en esa función, luego Aníbal Gutiérrez Ponce me puso de 5. En esa época llegó al equipo (el futbolista uruguayo) Rodolfo Abalde y me inculcó ser volante mixto después de ver que pateaba de media distancia. Él era un adelantado, porque el 5 en esa época solo quitaba y entregaba la pelota.

Le bastó un año para fichar  por un grande del país...
Hice un buen año en el América, por eso en 1986 me fichó El Nacional. Y el mismo año ya fui campeón con Roberto Abruzzese de entrenador. Años después en un diálogo con el capitán Xavier Paulson me contó que Barcelona también quiso comprarme el mismo año pero no lo logró por un detalle. El América pidió tres millones de sucres por mi pase y los dos clubes ofrecieron lo mismo, pero El Nacional incluyó a dos jugadores. Terminé jugando con mis ídolos, los tricampeones, crecí con ellos y eso me hizo madurar muchísimo. A los 22 años ya fui capitán del equipo. El Nacional me permitió jugar Copa Libertadores y ser seleccionado en la Copa América de Brasil 1989 y las eliminatorias para Italia 90.
No habría aprendido a jugar si no hubiese tenido a mi lado a dos monstruos del fútbol, Carlos Ron y José Voltaire Villafuerte.

¿Le costó cambiar de camiseta? 
En el 92 vine a Barcelona, pero la mayoría de los jugadores eran mis compañeros de la selección ecuatoriana: Jimmy Montanero, Claudio Alcívar, Carlos Luis Morales, Víctor Mendoza, Carlitos Muñoz (+), prácticamente cambié de casa porque mis amigos estaban aquí.

¿A quién le costó marcar más de lo normal? 
En mis inicios tenía 21 años; el paraguayo Osvaldo Aquino me soñó con un puñetazo en el estómago, tenía mucha calidad y destreza. Esas cosas te van marcando.

¿Y el mejor futbolista con el que jugó?
Tuve el honor de jugar junto a Marco Antonio Etcheverry, Rubén Darío Insúa, José Gavica y Álex Aguinaga, pero me quedo con José Villafuerte. Mereció mejor suerte; en esa época los dirigentes hacían lo que querían con los jugadores.

¿Villafuerte tuvo propuestas de afuera?
Me imagino que sí, pero los dirigentes decidían, no el jugador. En esa época solo salieron Álex (Aguinaga) al Necaxa y Hólger (Quiñónez) al Vasco da Gama. Yo también tuve la oportunidad de irme a Millonarios de Bogotá, pero Colombia vivía en incertidumbre, mataron a un árbitro y se suspendió el campeonato de allá y por ende la negociación. Antes de eso había hecho una gran Copa América en 1989 y recibí premios por ser el más destacado de la selección en algunos partidos.

¿Qué condiciones faltaron para llegar más lejos? ¿O está a gusto con la carrera que hizo?
Siempre fui una persona muy disciplinada, que respetó a los demás. Todo lo hice con dedicación y pasión. Si ahora me pongo a jugar lo hago igual que antes, si debo botarme al piso me lanzo, pero sin las condiciones de antes, claro. Traté de ayudar a mis compañeros. No me gusta perder.

¿Cuál considera ha sido el mejor Barcelona? ¿El del 90 que vio de lejos, el del 92 que ya integró o...?
(Julio César no deja terminar la pregunta). Ese fue el mejor. El del 92. Con el respeto que se merecen mis compañeros campeones del 95 y el 97, y con los que llegamos a la final del 98. El del 92 era un extraordinario equipo... Teníamos a Pedro Monzón, Rubén Insúa, Ángel Bernuncio, Gilson, Carlitos Muñoz, José Gavica, los Bravo (Freddy y David), Wilson Macías, Jimmy Izquierdo (+), Claudio Alcívar... Si te lesionabas no jugabas en todo el año, así que nos acostumbramos a jugar si teníamos una lesión que no era grave. Si tocaba intervención, era imposible volver al once titular. Era un equipo muy competitivo, teníamos un gran técnico como el profesor Jorge Habegger, quien además era una persona extraordinaria. Siempre nos exigía y sacaba más de lo que podíamos dar.

Insúa dice que ese Barcelona es uno de los mejores equipos de la historia de la Libertadores...
Le ganamos (en Guayaquil) 2-0 al mejor equipo del mundo, Sao Paulo. Nos faltaron unos minutos más, tuvimos 20 malos en Brasil, horribles, los peores que jugamos, pero sabíamos la calidad de jugadores que teníamos para salir adelante, lastimosamente no alcanzó (Barcelona había caído 3-0 en la ida en Brasil).

¿Qué jugador actual tiene condiciones similares  a las suyas?
Me identifico con Pedro Quiñónez, por el tiro de media distancia, el cambio de orientación y porque no da por perdida una pelota.

Recuerdo que usted en una época vistió la camiseta número 10 del “Ídolo” y se lanzaba más al ataque, incluso se hizo gambeteador... 
Le cuento una anécdota, cuando llegué al equipo nadie quería ponerse la 10 porque decían que la habían vestido grandes jugadores de Barcelona. Yo pienso que el número no te hace, me la puse y las veces que tuve la posibilidad de llevar ese número lo hice de la mejor manera. Después jugué con el 4, el 8 y terminé con el 16. Yo ejecutaba, marcaba, tocaba, pateaba y gambeteaba de acuerdo a las circunstancias del partido.

En el partido de vuelta de cuartos de final de la Copa Libertadores 1998 contra Bolívar, usted le marcó un golazo de pierna izquierda a Juan Carlos Olave. ¿Lo considera el mejor gol de su carrera?
Fue un bonito gol, de media distancia, pero tengo uno en el América de Quito, de 40 metros. Recuerdo que como hincha de El Nacional conocía virtudes y defectos de sus jugadores, sabía que Milton Rodríguez no veía bien en la noche y le rematé de lejos. El siguiente año, cuando recibí mi primer premio (ya en el plantel militar) me lo quitó. “Pelado, dame ese billete, que por mí estás en el equipo, por el gol que me dejé hacer”.

También me quedo con el de palomita que le hice a  El Nacional en la final que perdimos (Barcelona) en el Monumental.

¿Es hincha de El Nacional o de Barcelona?
Mitad y mitad. Quiero que siempre estén bien, lastimosamente El Nacional ha pasado por una crisis muy dura, tanto en la parte dirigencial como en la económica. Ha sufrido una transición muy difícil, pasó de ser un equipo donde estaban los mejores jugadores nacionales y contar con divisiones formativas muy importantes a tener malas administraciones. Barcelona también vivió una etapa crítica, hubo ciertos entrenadores que no hicieron nada y algunos jugadores de mala calidad. Recuerdo que un técnico dejó al equipo en sexto lugar y destacó que lo dejó en un torneo internacional, cuando estamos acostumbrados a que sea campeón y juegue Copa Libertadores. También soy muy agradecido del América, aún me recuerdan, y del Deportivo Quito.

¿Hubo grandes diferencias entre Vasco da Gama y Barcelona en la final de 1998?
Llegamos en una etapa muy complicada, ya no había estabilidad, cambiaron los presidentes. El capitán Paulson hizo un esfuerzo terrible por mantener el equipo porque era un equipo con mucha experiencia, jugadores de 32 o 33 años para arriba, pero sabíamos que eso no nos quitaba el sueño de ser campeones. Cometimos algunos errores que nos costó el partido en Brasil; dimos el mejor esfuerzo en Guayaquil, pero no se nos dio. Creo que cada uno de los integrantes de ese equipo campeón nacional del 97’ y finalistas de la Libertadores del 98’ debe estar orgulloso por lo que dejamos.

¿Vasco era igual de fuerte que el Sao Paulo?
No, creo que Sao Paulo era superior. Por ahí Vasco tenía tres o cuatro jugadores que por errores puntuales aprovecharon para marcar diferencias.

¿Qué hechos lo marcaron con la camiseta del “Ídolo”?
Me marcó mi primer clásico, en el Capwell. Era época de invierno, había una tormenta intensa, no podíamos ver a dos metros y el agua llegaba a las rodillas. Nos fuimos al hotel y a la hora nos llamaron para que regresáramos. La cancha del Capwell era una alfombra, perdíamos 1-0 con gol de Ángel Fernández y le dimos vuelta con goles de Muñoz  e Insúa. Y otro partido importante fue en el 97’ contra El Nacional en Quito. Perdíamos 2-0 con un hombre menos, el “Pipa de Ávila”, y ganamos 3-2.

Tuve que ser protagonista en el tercer gol del equipo, cuando saqué una pelota de media chilena (en la línea del arco). Siempre le digo a (Nicolás) Asencio: “Vi que estabas allá y gracias a Dios que no corriste, levantaste la cabeza, le diste el pase a Agustín (Delgado)”. Cuando metimos el gol confiamos en que a los tres días en Guayaquil (contra Deportivo Quito) seríamos campeones.

En 1994 se marchó al Deportivo Quito. ¿Por qué se fue de Barcelona?
Tuve un inconveniente con un dirigente porque decía que había dado la pelota para que Emelec nos hiciera el gol (1-0 en la liguilla de 1993). Yo tenía una marca con (Marcelo) Benítez, Héctor (Carabalí) hace una falta, la pelota viene a mis manos, se la doy al “Pepo” Morales, él la asienta, Iván (Hurtado) remata, pega en el palo, entra (Vidal) Pachito, y gol. Por esa acción hubo un reclamo con un compañero y eso quedó en la cancha, pero afuera hubo un problema con ese directivo.

Me enviaban al Deportivo Quito con tres jugadores más (Luis Gómez, Hjalmar Zambrano y Johnny Proaño a cambio de Nixon Carcelén) y el capitán Paulson, que me apoyaba, me dijo: “anda y pídeles tanto de prima y sueldo, no te van a pagar y te regresas”. Pedí más y llamé al capitán a avisarle. Me respondió que no fuera cojudo y aceptara. Ganaba más que el técnico (Óscar Malbernat), que ya me había dirigido en El Nacional.

Cerremos con una anécdota.
Cuando jugaba para El Nacional en un partido contra Deportivo Quito,  la “Colorina” Barreto me pegó una patada y un puñete. Cuando salía del estadio encontré a mi mamá con un palo. “Estoy esperando a que salga ese número 7 para darle porque te pegó”. Le tuve que decir a mi hermano que se la llevara. (I)

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