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Rivera: “Maturana me dijo que era el mejor lateral de Sudamérica”

Wagner Apolinario Rivera Cortázar, exfutbolista ecuatoriano.
Wagner Apolinario Rivera Cortázar, exfutbolista ecuatoriano.
Foto: William Orellana / El Telégrafo
02 de diciembre de 2018 - 00:00 - Luis Cheme

Wagner Rivera perdió a su hijo de 4 años a causa de una meningoencefalitis. Ese episodio trágico, ocurrido en 2003, es el más doloroso que le ha tocado vivir. Wagner aún llora a solas la muerte de su pequeño.

Este suceso es más doloroso incluso que los casi 12 meses que estuvo encerrado en el pabellón Sol Naciente de la antigua Penitenciaría del Litoral por un supuesto vínculo con una banda de narcotraficantes. Es más desgarrador que la artrosis crónica de rodilla que le impidió jugar con normalidad desde los 22 años y que lo obligó a retirarse a los 28. Es mucho más desolador que la ocasión en que casi muere cuando un taxista le disparó en el pecho y la bala pasó a un centímetro de su corazón.

En el ámbito futbolístico te apodaban la “Bala” Rivera, no precisamente por tu velocidad sino porque tienes en tu cuerpo una bala que nunca te extrajeron.

Yo jugaba en el Santos FC de El Guabo y en 1992, cuando subimos a la serie B, fuimos a hacer la pretemporada a Jambelí. Cuando regresamos a Machala fui a visitar a mi novia. Yo tenía 19 años. Cuando salí de la casa de ella paré un taxi y le pregunté al chofer cuánto me cobraba la carrera a Puerto Bolívar. Regularmente me cobraban 1.000 sucres, pero me pidió 3.500. Me bajé del carro y le lancé la puerta tan fuerte que se quebró la ventanilla. El taxista sacó un revólver y me disparó en el pecho. La bala pasó a un centímetro del corazón.

Tiró a matar entonces...

El taxista se bajó del carro con la intención de dispararme de nuevo. Pero yo me fui desvaneciendo poco a poco hasta que caí al piso, lo hice para evitar que me dispare otra vez. Me tocaba el pecho para ver si me estaba desangrando, pero la hemorragia era interna. Cuando me vio en el piso el taxista volvió al carro y se fue.

¿Quién lo ayudó?

Los trabajadores de una gasolinera que estaba cerca me reconocieron y llamaron a mi familia. Cuando me di cuenta ya estaba en el hospital. Me gritaban que no me duerma. Pero cuando vi todos los aparatos médicos conectados a mi cuerpo cerré los ojos y dormí. “Ya estoy a salvo”, dije.

¿Y qué pasó con la bala?

Nunca la encontraron. Hasta hace poco sonaban las alarmas cuando pasaba por un detector de metales, pero ya no. Creo que se encarnó.

En el fútbol te conocen como la “Bala”, pero en La Lagartera, el barrio donde creciste en Puerto Bolívar (El Oro) te dicen “Papeto”. ¿Qué significa esa chapa?

Mi mamá me decía “cálmese papeto” en lugar de “cálmese papito” cuando me ponía a llorar mientras ella lavaba la ropa a la orilla del río. Cuando alguien me grita “Papeto” en la calle regreso a ver inmediatamente porque sé que esa persona me conoce desde la infancia y es de Puerto Bolívar.
¿Cómo fue tu infancia en La Lagartera, considerada zona roja en Puerto Bolívar?

Muy tranquila, pese a todo lo que había alrededor. Cuando mi mamá se separó de mi papá nos fuimos a vivir donde una tía que tenía estabilidad económica.

Tu mamá era colombiana,  de Cali para ser exactos...

Llegó a Ecuador cuando tenía 15 años y perdió comunicación con su familia durante 40 años. Recién cuando yo era futbolista se reencontró con ellos, gracias a una gestión de Radio América de Machala con Radio Caracol de Colombia.

¿Por qué salió de Colombia?

La trajeron unos padrinos. Le gustó Ecuador y se quedó cuando los padrinos fallecieron. Nunca pudo regresar a Cali.

¿Cómo influyó en tu carácter  el hecho de crecer solo con  la figura materna?

Yo le tenía miedo a las inyecciones y mi mamá tenía la costumbre de que cada vez que me enfermaba me inyectaba. Pero un día me dijo: “¡Ay mijito, si la vida fuera como ponerse una inyección!”. Ahora entiendo sus sabias palabras. Ella me dio mucho amor y me educó intelectualmente.

Me enseñó a leer un buen libro y gracias a ella sé quiénes son Octavio Paz, Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Mario Benedetti, Gabriela Mistral y Julio Cortázar. Gracias a ella me gustan los boleros de José Tejedor, Domingo Lugo y Roberto Faz. Aunque mi favorito es Facundo Cabral. Yo crecí viendo peleas con cuchillo en las esquinas y esquivando las balas en La Lagartera. Todo eso me dio fuerza para hacerle frente a la vida.

¿Incluso para soportar los casi 12 meses que estuviste en la Penitenciaría del Litoral por un supuesto vínculo con una banda de narcotraficantes? ¿Cómo ocurrió ese incidente?

Un dominicano cayó en Estados Unidos con 300 kilos de cocaína. Yo lo había conocido en un bautizo acá en Guayaquil porque unos amigos me lo presentaron. Nos tomamos una foto y cuando cayó en Estados Unidos, para beneficiarse de una pena menor, me nombró en una de sus declaraciones. Un día caminaba a dos cuadras de mi casa cuando tres carros me cerraron y se bajaron agentes antinarcóticos y me apresaron sin ninguna investigación previa.

¿Cómo transcurrieron los días  en la antigua penitenciaría?

El hecho de haber sido futbolista y haber jugado en Barcelona hizo que pasara tranquilo. Primero estuve dos meses en la Policía Judicial, después me pasaron a la “Peni”. Estuve en el pabellón Sol Naciente.

¿Sufriste bastante?

No tanto como sufrí cuando se me murió un hijo de 4 años en 2003. Una meningoencefalitis me lo mató.

¿Y es cierto que en la penitenciaría recibiste a Álex Bolaños, quien estaba preso por provocar la muerte de una persona en un accidente de tránsito?

Él no debía estar en la “Peni” porque su problema era de tránsito. Pero lo recibí bien. Solo estuvo dos días.

En la antigua Penitenciaría del Litoral pasaban cosas fuertes.  ¿Qué te tocó ver?

(Silencio prolongado). Vi mucho, pero son cosas delicadas de las que prefiero no hablar.

¿Cómo hiciste para salir de la  cárcel y desvincularte del caso?

En principio me dijeron que iba a estar tres meses mientras duraran las investigaciones. Como yo era inocente, estaba convencido de que saldría pronto. Pero la abogada que había contratado no estaba agilizando el trámite. Un día llegó a visitarme un amigo con un abogado reconocido de la ciudad y me dijo que quería ayudarme. Ofreció sacarme de la cárcel en 15 días. Y así fue. Nunca pudieron demostrar mi vínculo con esa banda. Mi abogado me sugirió que demande al Estado, pero yo solo quería salir del encierro.

Concentrémonos ahora en tus inicios en el fútbol. Antes de unirte al Santos FC de El Guabo eras un gran jugador de índor y habías sido campeón nacional juvenil con la selección de El Oro...

Yo llegué al Santos FC en 1991, después de que el presidente Euclides Palacios compró mis derechos deportivos. Yo era puntero izquierdo en esa época. Palacios me compró para ayudar al equipo a subir a la serie A, ese era el proyecto que se había trazado la dirigencia. Se armó un equipo fuerte que quedó campeón de la zona de ascenso, logró el título del torneo de la serie B y luego subió a la A.

Pero ese equipo que ascendió a la serie A perdió fichas importantes, empezando por el técnico paraguayo Rubén Garcete, que dejó el club para fichar por Aucas. ¿Cuánto influyó eso para que Santos FC regrese a la serie B una temporada después?

La salida de Garcete fue determinante, pero no fue la única. Con él se fueron los paraguayos Santiago Retaino, que era el 10; Hugo Rivas Mendoza, que era el 9; y Marcelino Blanco, que era el central. El “Charro” Aguilar también se fue con Garcete. Los hermanos Jauch se fueron a Liga de Loja y Jimmy el “Chivo” Jiménez, que había sido prestado por Barcelona, fichó por Delfín.

Un año después dejaste el Santos FC para fichar por Espoli. ¿Es cierto que te fuiste siguiendo a tu gran amigo Jorge el “Charro” Aguilar?

Un día nos reunimos en Machala y me dijo que tenía dos posibilidades: quedarse en Espoli o volver a Aucas. Yo le dije que iría a probarme en el equipo que él eligiera. Él eligió a Espoli y yo fui atrás de él.

Y allá te encontraste con el temperamental Carlos Sevilla, el estratega contratado para afrontar la primera experiencia de Espoli en serie A en 1994.

Llegué a la Escuela de Formación de la Policía donde entrenaba el equipo y me ubiqué entre los jugadores que estaban a prueba. Al otro lado estaban figuras como Carlos Enríquez, quien llegaba del Deportivo Quito; Ángel Vinicio Buenaño, Gabriel Yépez, Jorge Ballesteros, entre otros. Era un equipo muy fuerte. Yo estaba en el grupo de prueba cuando Sevilla me llamó y me preguntó si yo era el marcador izquierdo del Santos de El Guabo.

Entonces sabía quién eras  y te había visto jugar...

Me vio en un partido entre el Santos FC y Green Cross, en Manta. Sevilla era técnico del equipo manabita, yo marcaba la banda la izquierda y en ese juego anulé por completo al argentino Miguel Ángel Tizios. Después de eso Sevilla había pedido referencias mías. Ese día en el entrenamiento me preguntó mi nombre. Le dije que me llamaba Wagner Rivera y me respondió: “Sí, tú eres”.

Apareciste como caído del cielo y Espoli pagó 30 millones de sucres por tus derechos deportivos...

Sevilla habló con la dirigencia para que me compren. Le pagaron 30 millones de sucres al Santos de El Guabo, que hacía unos años me había comprado en 400.000 sucres. A mí no me dieron ni un sucre.

¿Sevilla era igual de temperamental como ahora?

Una vez llegó por sorpresa a mi casa. Abrió la puerta de mi cuarto y empezó a buscar si había algo encima del clóset, en la cómoda, debajo de la cama. Quería asegurarse de que no tuviera botellas de trago escondidas. Hacía lo mismo con todos los jugadores.

Pese a ser su primera experiencia en serie A, Espoli realizó una gran temporada. Se ubicaron primeros en ambas etapas y llegaron con dos puntos de bonificación a la liguilla de 1994, pero al final quedaron penúltimos. ¿Qué pasó?

Nos pasó factura el hecho de tener en la plantilla a jugadores que pasaban los 30 años y que habían sido desechados de otros equipos: Jorge Ballesteros, que había sido despedido por El Nacional. Gabriel Yépez llegó con la carta pase que le había entregado el Deportivo Quito. A Manuel Uquillas Barcelona le había regalado también sus derechos deportivos, al igual que los hermanos Teodoro y Guillermo Jauch. Alfonso Obregón era uno de los pocos juveniles.

Espoli era favorito, pero se desinfló. ¿Qué enseñanzas les dejó esa experiencia?

En 1995 llegó Fernando Rodríguez Riolfo en reemplazo de Carlos Sevilla, quien fichó por Liga de Quito. Manuel Uquillas, nuestro goleador del año con 25 tantos, regresó a Barcelona. Y así tuvimos que afrontar la temporada.

Pese a eso quedan campeones del torneo apertura y se clasifican a la final contra Barcelona, que ganó el torneo clausura...

Yo estaba jugando un partido excelente en la final de vuelta en Quito. Estaba volcado al ataque hasta que Raúl Noriega me puso los pupos en la rodilla. Escuché clarito cómo me traqueó y me tocó salir de la cancha. El gol de Gilson de Souza lo vi desde la banca de suplentes. Perdimos 1-0 en Quito y ya habíamos caído 2-0 en Guayaquil.

¿Fue gol de Gilson o autogol de Robespierre Pinargote?

Robespierre Pinargote no era tan veloz, pero en esa jugaba alcanzó a Gilson que era muy rápido y punteó la pelota. Fue autogol. Después del partido me quedé en la cancha y vi a Barcelona dar la vuelta olímpica.

Después te fuiste a jugar con Romario y Bebeto en Flamengo, ¿cómo se fijaron en ti?

Después de quedar vicecampeones con Espoli jugamos la Copa Libertadores de 1996. Enfrentamos en el grupo 1 a Barcelona, Cerro Porteño y Olimpia de Paraguay. Me fue bien y ya había empezado a jugar las eliminatorias a Francia 1998 con la selección. Los empresarios vinculados a Flamengo pidieron referencias mías al técnico de Cerro Porteño de esa época, el brasileño Antonio López. Fue él quien recomendó mi fichaje. Yo le había hecho dos goles a Cerro Porteño en Quito. En 10 minutos le di la vuelta al partido y marqué dos goles, el primero a los 74 minutos y el segundo a los 87. Habíamos empezado perdiendo con un gol de Virgilio Ferreira. Yo tenía una oferta del Deportivo Cali, pero la de Flamengo la superaba en lo económico.

De ese partido hay una imagen histórica en la que se te ve sacándote la camiseta para celebrar y al fondo se lo ve a Rodríguez Riolfo levantando las manos al cielo...

Ese fue el mejor gol de mi carrera futbolística.

Entonces llegaste a Río de Janeiro...

Cuando llegué al complejo del club me senté a esperar el primer entrenamiento y vi que llegaba Bebeto. Inmediatamente me levanté y él se acercó a saludarme. “¿Cómo estás? Río es maravilloso y Flamengo es el club más grande de Brasil”, me dijo de entrada. Él hablaba bien el castellano porque había jugado en el Deportivo La Coruña.

Y Romario estaba por llegar...

Lo estábamos esperando. Romario no podía pasar mucho tiempo lejos de Río de Janeiro. Era fijo en el Carnaval de Río y cuando no estaba en las prácticas lo encontrabas en Ipanema jugando vóley de pie.

¿Cuántas veces saliste de farra  con Romario?

Nunca pude. Romario no tomaba, solo le gustaba el jugo de naranja y el agua de coco.

¿Y con Bebeto?

Con él tuve una amistad más estrecha. Una vez en Brasilia -después de un partido de la Supercopa Sudamericana contra el Independiente de Avellaneda del “Palomo” Usuriaga, Diego Cagna, Raúl Cascini, Jorge Burruchaga-, Bebeto me invitó a una reunión personal. Él y yo habíamos sido seleccionados para el control doping, por lo que nos quedamos más tiempo en el estadio y por ende llegamos algunas horas más tarde a la concentración. Cuando estábamos a punto de entrar al hotel, dos hombres con saco y corbata y armados interceptaron a Bebeto. Conversó con ellos un minuto y me llamó. Me pidió que lo acompañara a una cena. Nos subieron a un carro blindado y con vidrios oscuros. Bebeto iba en el asiento de adelante y yo iba asustado atrás entre los dos guardaespaldas. Después de media hora de viaje llegamos a un barrio residencial con muchas mansiones. Se notaba que era una zona de gente poderosa y adinerada. Entramos a una casa y en el patio trasero, junto a una piscina, había unas cuatro personas alrededor de una mesa. Era gente vinculada a la política, amigos de Bebeto que no lo habían visto hace muchos años.

Cuando lo vieron lo abrazaron, le decían “hijo”. Comimos hasta cansarnos y regresamos al hotel a las dos de la mañana.

¿Qué te dijeron tus compañeros al siguiente día?

Que por gusto había salido con Bebeto porque era muy sano (risas).

¿Te divertiste bastante en Brasil?

No mucho. Había que jugar miércoles y domingos. Además, ya estaba lesionado y solo pensaba en recuperarme.

Tenías artrosis en la rodilla...

Sí, pero no sabía. Pensaba que era un problema de meniscos. Cuando llegué a Flamengo no me realizaron ningún examen para detectar esta lesión. Mi llegada coincidió con un partido de Flamengo en Salvador de Bahía. En Río de Janeiro se había quedado para recibirme el jefe del departamento médico del club, un señor de unos 70 años. Me examinó la vista, me vio la columna para ver si estaba recta y me revisó las rodillas para ver si tenía alguna operación. Pero nunca me hizo una resonancia; si me la hacía seguramente salía que tenía artrosis y mi fichaje se caía.

¿Qué pasó después?

El doctor me dijo: “Vaya, está listo para jugar”. Ellos se confiaron porque yo ya estaba jugando las eliminatorias con la selección y lo que no sabían era que el cuerpo médico, por pedido del técnico Francisco “Pacho” Maturana, me preparaba con 20 días de anticipación para jugar los partidos. Hacía pesas y me infiltraban.

Y en Flamengo, para disimular los dolores, te tomabas dos Voltarén diarias...

Sin saberlo me estaba dañando la flora intestinal porque tomaba muchos antiinflamatorios. Alternaba las pastillas con inyecciones. Le pedía al cuerpo médico que me inyectaran un “cóctel” compuesto por Neurobión y Voltarén, a esa mezcla la conocíamos como “juguito de mora”, por la apariencia rojiza.

¿Cómo se dio cuenta Flamengo  de que estabas lesionado?

Porque terminaba los partidos cojeando. Y seguía cojeando al siguiente día en el entrenamiento.

Entonces el club decide no comprar tus derechos deportivos y vuelves a Ecuador para jugar en el Barcelona presidido por Abdalá Bucaram, quien también era Presidente de la República...

Flamengo iba a pagar  $ 600.000, pero se echó para atrás. La negociación fue directamente entre Bucaram y la dirigencia de Espoli. Mi intención era hacerme operar porque “Pacho” Maturana me necesitaba para la selección.

Pese a esa lesión formaste parte del Barcelona campeón nacional  en 1997 y vicecampeón de América en 1998...

Cuando llegué me enteré de que me había pedido el técnico Salvador Capitano. En la temporada 1997 jugué poco, era alternante de Luis “Chino” Gómez. En la Copa Libertadores también jugué poco. No podía pelear el puesto porque estaba mermado. Pese a eso jugué unos minutos en la final en Brasil frente a Vasco da Gama por una lesión del “Chino” Gómez.

¿Cómo era Rubén Darío Insúa?
Desconfiaba mucho de sus jugadores y de sus colaboradores. Era muy cabalero (de cábalas), esa historia la conocemos todos.

¿Había algo más aparte de la camisa mostaza y el jean que siempre utilizaba?

Siempre pedía una botella de agua, la abría, tomaba un poquito y la dejaba en la esquina izquierda de la visera de la banca de suplentes. En una ocasión un jugador intentó coger la botella, pero Insúa pegó un grito fuerte para que se detuviera. Nadie podía tocar esa botella de agua. Alfaro Moreno también era muy cabalero.

¿Qué hacía?

Una vez estábamos almorzando y me pidió que le alcanzara la sal. Yo quise dársela en la mano, pero gritó: “¡Nooooooo! Me dijo que deje el frasco en la mesa y de allí lo tomó.

Después de esa primera experiencia en Barcelona te fuiste a Santa Rita, donde no trascendiste. Pero sorpresivamente en 2005 volviste al “Ídolo” con 33 años...

Me hice una limpieza en la rodilla gracias a la dirigencia de Audaz Octubrino y me mandaron a Guayaquil para que me vea el técnico Juan José Peláez. Me vio y le pidió a la dirigencia que me inscriba. Así pude jugar la segunda etapa.

¿Eres barcelonista?

Desde pequeño, pero no llego al extremo de llorar por Barcelona como lo hace Nicolás Asencio.

Hablemos ahora de la selección. Debutaste en un partido de eliminatorias a Francia 1998 ante Perú en el estadio Monumental, ¿qué recuerdas de ese día?

“Pacho” Maturana me había convocado a los microciclos y a una gira internacional que duró dos meses y que empezó en Venezuela. En ese primer partido ante la Vinotinto recuerdo que anulé por completo a Stalin Rivas, quien en ese momento era una de las figuras del fútbol sudamericano. “Pacho” me felicitó y me gané la titularidad. Pero ese día en el Monumental, cuando entramos a la cancha, la gente empezó a pedir al “Chino” Gómez. No les presté atención, en los cinco primeros minutos había desbordado y lanzado tres centros. El técnico de Perú le había ordenado a José Luis el “Puma” Carranza y a Luis Guadalupe, un defensa de casi dos metros, que me den patada, pero nunca pudieron detenerme. Todavía me están buscando (risas). La hinchada terminó ovacionándome. En el camerino Maturana me abrazó y me dijo que era el mejor lateral de Sudamérica.

¿Fueron esos los jugadores más difíciles a los que te tocó enfrentar?

Tenía que esforzarme un poco más con Alfaro Moreno, por su velocidad, y con Robert Burbano porque era impredecible.

¿Sigues en contacto con los jugadores que conformaron esa selección de Maturana?

Con Gilson de Souza aún intercambiamos mensajes por redes sociales. En las concentraciones compartía habitación con Carlos Luis Morales y con Iván Hurtado.

¿Qué te dejó el fútbol, además de grandes amigos y anécdotas?

No mucho. Nunca ningún equipo me dio ni un centavo por las transferencias de mis derechos deportivos. Solo Abdalá Bucaram me ofreció
$ 30.000 cuando llegué al equipo tras mi salida de Flamengo. Pero lo derrocaron, dejó el equipo y se fue del país. El capitán Xavier Paulson, quien asumió la presidencia, me pagó la mitad. Barcelona me quedó debiendo $ 15.000, pero nunca me pasó por la mente demandar al equipo. Yo perdí mucha plata porque no sabía negociar contratos. Yo arreglaba con los dirigentes en uno o dos minutos, mientras que otros compañeros se demoraban horas, días y hasta semanas. Yo pecaba de bondadoso. Me gustaba regalar la plata. Un día unos amigos me pidieron ayuda para irse como polizontes a Estados Unidos, les regalé dos millones de sucres a cada uno. Yo no utilizaba cuenta bancaria, cargaba la plata en fajos en un canguro. Por el vicecampeonato con Espoli me gané 16 millones de sucres. Al que me pedía le regalaba. A veces ni miraba cuánto daba. (D) 

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La carrera del jugador con perfil zurdo se desarrolló en medio de triunfos importantes como el título de la Copa Libertadores, dos Recopas Sudamericanas y una Sudamericana. Empezó como volante ofensivo y sin saber defender lo pusieron como lateral. Además del elenco “blanco” actuó en Rosario Central de Argentina y Cerro Porteño de Paraguay. Está felizmente casado con Silvia Pardo y es padre de cuatro niños: un varón y tres mujeres.

El exjugador guayaquileño de 41 años repasa los momentos de alegría y dolor que vivió durante sus 17 años de carrera. Se formó futbolísticamente en Panamá, su mejor temporada la vivió en Emelec y su primer y único título nacional lo consiguió con Deportivo Quito. El “Ídolo” lo tentó, pero no aceptó por lealtad a los clubes donde estaba.

El exgolero estuvo 18 años recorriendo las canchas del país en clubes como El Nacional, Universidad Católica, Liga de Quito, Deportivo Quito y Aucas. Hace 14 años entrena a nuevos arqueros y bajo su tutela pasaron porteros como Hamilton Piedra, Braian Heras y Moisés Ramírez, de la sub-20. Recuerda mucho el título “criollo” de 1992.

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