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El Telégrafo
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Un analisis del nuevo álbum de Fito Páez

RRR: El (des) amor después del amor

RRR: El (des) amor después del amor
14 de septiembre de 2014 - 00:00

Santiago Clemente
Tigre, Argentina 

El año 2013 fue especialmente prolífico para Fito Páez: después de mantener un ritmo de cinco discos de estudio por década, rompió su propia marca al lanzar tres álbumes: El sacrificio, Dreaming Rosario y Yo te amo, todo en 365 días.

Se sabe que la excesiva fecundidad conlleva el riesgo de caer en el agotamiento creativo o en altibajos (Andrés Calamaro es el ejemplo por antonomasia), y Páez no ha sido la excepción: después de dos álbumes con temas descartados -compuestos entre 1988 y 2013-, el tercero tenía un sonido pop tan soft que rayaba en la cursilería y la pereza creativa, lejos de joyas como El amor después del amor (1992) o Circo Beat (1994).

Haciendo una clasificación muy arbitraria (y sólo a efectos prácticos), el público de Páez puede dividirse en tres grupos, que corresponden a tres etapas de su carrera: los más intransigentes, que prefieren el sonido oscuro y furioso de Ciudad de pobres corazones (1987) y que abominaron del éxito comercial de Páez en los 90; los que consideran la etapa de éxito comercial como una continuación de la oscuridad ochentera; y los que siguen al Fito más contemporáneo, ese que empezó en algún momento (la línea es difusa) entre Enemigos íntimos (1998) y Naturaleza sangre (2003).

Dejando de lado las cuestiones de gustos, es evidente que por lo menos desde Rey Sol (2000), los discos de Páez han adolecido de cierto "ablandamiento", de cierta complacencia en el lugar común, repitiendo tópicos y abusando de ciertos recursos estilísticos característicos de sus letras, las cuales también han perdido mucho poder y lirismo, a pesar de lo cual sigue siendo capaz de sacar trabajos muy escuchables: el rockero Naturaleza sangre, el acústico Rodolfo (2007), algunas canciones de El mundo cabe en una canción (2006) y Confiá (2010). 

 

En este contexto, Rock and Roll Revolution representa un acierto considerable, probablemente el mejor trabajo de Páez desde Rodolfo. A esta altura esperar algo novedoso o rupturista de parte de Fito es poco menos que utópico. Con todos sus pros y sus contras, el álbum contiene los mismos tics que todos sus discos de los últimos quince años: autorreferencias, homenajes a sus influencias, letras confesionales, citas literarias y cinematográficas, etcétera.

El regreso a un sonido más poderoso sin duda atraerá a los adeptos del Páez visceral y furioso de Ciudad de pobres corazones y Ey! (1988), que tuvo una suerte de regreso con El sacrificio, aunque se echa en falta la habilidad y la capacidad lírica de esos trabajos.

El álbum pretende ser un homenaje a Charly Garcia, reconocido maestro de Páez y figura vernácula del rock argentino, pero lo cierto es que, con la excepción de tres temas (incluyendo un cover), apenas se encuentra algo que remita al bigote bicolor.

La mayoría de las canciones vuelven sobre el tema del (des)amor en todas sus facetas, desde la despedida dulce hasta la diatriba furiosa. Al igual que El sacrificio y Dreaming Rosario, es posible pensar en Yo te amo y Rock and Roll Revolution -como álbumes complementarios entre sí- recogen las dos facetas (lo "duro" y lo "suave") de la carrera de Páez. Si aquellos se componían de canciones descartadas compuestas a lo largo de los años, estos tienen como leitmotiv el amor, en sus dos caras: la luminosa, positiva, alegre, en una; y la oscura, decepcionada, violenta, frustrada en la otra.

 

El análisis a cuentagotas

El disco abre con el tema homónimo, una canción con una melodía muy pesada y poderosa, con el pulso rockero alto. Lamentablemente también tiene una de las peores letras de Páez, no por ser violenta sino por su vulgaridad y su impostura.

Fito critica la postura de los sectores de la sociedad que optan por una opinión maniquea, cómoda e hipócrita (“algunos quieren volver a golpear cuarteles, otros se hacen los Guevara sin laureles”), reivindicando el rock and roll como una actitud más auténtica y sincera frente al cinismo de la sociedad. El problema no pasa porque las acusaciones sean o no ciertas, sino porque después de una carrera tan exitosa y respetable, y siendo uno de los mejores y más importantes compositores de rock argentino, ver a Fito caer en el estereotipo del rockero con canas con actitud antisistema y rebelde es cuando menos inverosímil, cuando no ridículo.

Con Muchacha bajan las revoluciones y nos encontramos con una típica canción de amor de Fito, con una melodía dulce y algo triste, y una letra (esta sí) dirigida a su ex, mezcla entre reproche y comprensión, guiño a Garcia incluido (habla de “la grasa de las capitales”). Una notable mejoría después de la poderosa pero ridícula apertura.

Tendré que volver a amar puede escucharse como una segunda parte de Al lado del camino, quince años después. Fito vuelve a utilizar el fraseo/recitado y mezcla la declaración de principios (“yo sé que no soy nadie, no me creas tan estúpido, un tarado presumido que se equivoca sin parar, pero nunca tuve miedo a quitarme el disfraz, porque cuando estoy desnudo también siento libertad”) con la autocrítica (“el mundo me repugna y por momentos también me repugno yo, no sé lo que me pasa pero tampoco creo que lo sepas vos”) y el reproche hacia terceros (“hay que tener cuidado de los Judas, del traidor, porque te hacen sentir que el hijo de puta siempre sos vos”) y termina con un estribillo contundente: "tendré que volver a amar". La canción más densa del álbum, y una de las mejores.

Arde es un rock bailable que puede recordar a Yo te amé en Nicaragua, aunque, al igual que la canción anterior, revisitada con veinte años más encima. La letra tiene algún imagen social (“arden las ollas del comedor popular”), mete un posible guiño a Calamaro (“ya sé que nadie sale vivo de aquí”) y habla de un encuentro amoroso mientras el mundo alrededor se destruye. Muy buena.   

La canción de Sybil Vane  es la más violenta del disco, un regreso con todo al Fito más oscuro y rencoroso, con un sonido denso y una letra rabiosa, de las mejores de Fito en años, haciendo una analogía con Sybil Vane, la actriz que es amada y posteriormente rechazada por Dorian Gray en la célebre novela de Oscar Wilde. Uno de los puntos más altos del disco, sin duda.

Ella sabe todo de mí  es otra balada pop de piano y voz, con otra letra que habla de las diferencias entre él y Mengolini, en este caso refiriéndose a su ritmo de vida de estrella musical, para terminar diciéndole que “no puedo vivir sin vos, [...] me falta tu respiración, tu regazo y tu inspiración, tu sonrisa y tu corazón de niña”. Otra típica canción de Páez, disfrutable, aunque no entra entre las mejores. 

La mejor solución es un blues rock de muy buena factura, la banda suena muy bien y Fito canta incluso con un registro más grave y “pesado” una letra de tendencias suicidas (“estoy en un piso veinte, puede ser la mejor solución”). Más que a Garcia, recuerda a Pescado Rabioso. Otro punto alto.

Loco, ¿no te sobra una moneda? es otro plato fuerte y el único cover del álbum. La canción es original de Garcia, pero la grabó Billy Bond en 1978, con Seru Giran, cuando la banda no tenía todavía ese nombre. Fito le cambia un poco la letra y menciona a Spinetta, a Garcia y a Pappo, homenajea y reivindica a la generación de rockeros argentinos de los años 70, y termina agradeciendo a Garcia (“Charly, [...] yo te hago el aguante, vos hiciste que mi vida fuera esta puta canción”). Es, junto con Rock and Roll Revolution y Arde, la única canción que no habla de amor, y promete ser un tema infaltable en la próxima gira. 

Los días de sonrisas, vino y flores vuelve a un tono más melancólico desde su mismo título. Una balada rock en la que el guitarrista Gaby Carámbula hace un solo muy emotivo en medio de la canción, mientras Fito recuerda con nostalgia días mejores y lamenta no haber podido continuar con su relación, sugiriendo en este caso una marcada depresión (“sáquenme de este hotel, llamen a los músicos, digan que no pruebo, el concierto es esta noche, voy a ver si llego”). 

Que te vaya bien tiene un ritmo más bailable, que puede recordar (vagamente) a los samplers de Clics modernos. El problema, una vez más, son las letras: es difícil buscar homenajes a Garcia cuando ocho de los once temas son despedidas, reclamos y ataques a una pareja. En éste caso, se trata de lo primero: Fito le desea buena suerte a su ex y que le vaya bien en la vida.    

El álbum cierra con Hombre lobo-Yo, un acústico que podría haber estado en Rodolfo, en el que Páez vuelve a demostrar que sigue siendo un muy buen pianista. Después de diez canciones que oscilan entre la resignación y la violencia, ésta da un cierre relajado, aunque no menos dolido. Una acertada elección para terminar el disco.   

En un comunicado en el que anunció oficialmente el lanzamiento del álbum, Páez declaró que compuso el disco en dos semanas y lo grabó en otras dos, y se nota. Las letras son decididamente monotemáticas, y más que a García, este parece un álbum dedicado a su ex pareja. Esto no implica necesariamente que sea un disco malo, ya que no es la primera vez que Páez compone un álbum inspirándose en una ruptura amorosa (algo similar ocurrió cuando terminó su relación con Cecilia Roth después de once años en 2003 y lanzó Naturaleza sangre), y en el sonido se nota la mano de Joe Blaney (otro de los escasos guiños a García: Blaney fue el productor de Clics modernos, que García grabó en Nueva York). Si El sacrificio fue un regreso virtual del Fito clásico, RRR demuestra que Fito, aun con canas y barba, lejos de su época más inspirada, sigue siendo capaz de hacer buenas canciones.   

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