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Incidente en un ascensor casi trunca su carrera

Miguel Puebla, el salonero veloz al que nadie le gana en las carreras

1. Miguel Puebla ganó la III Maratón de Saloneros como parte de los festejos de Guayaquil por su fundación, el martes pasado. El mesero recorrió 400 metros en un minuto y 40 segundos.
1. Miguel Puebla ganó la III Maratón de Saloneros como parte de los festejos de Guayaquil por su fundación, el martes pasado. El mesero recorrió 400 metros en un minuto y 40 segundos.
william orellana / el telégrafo
21 de julio de 2016 - 00:00 - Rafael Veintimilla Aragundi

Cuando Miguel Puebla tenía unos meses como salonero del Grand Hotel Guayaquil, en 1977, pasó uno de los mayores sustos de su carrera. Su misión era llevar una charola con comida y bebidas a una habitación en el segundo piso. Lo que no imaginó es que se dañara el ascensor en el que iba, provocando un descenso abrupto, que incluso pudo causarle lesiones graves o la muerte.

Más le preocupaba echar a perder la comida que le habían pedido. Su integridad física era secundaria. Rememora que solo se le ocurrió saltar en un mismo sitio para mantener el equilibrio de la bandeja que llevaba.

Gracias a ese incidente gana cualquier competencia para saloneros. La más reciente fue el martes pasado por la mañana en el puente zig zag, que une las avenidas Francisco Boloña y Carlos Julio Arosemena, en el norte de la ciudad, y que se realizó como parte de los festejos por las fiestas de Guayaquil. Miguel Guadalberto Puebla Redondo, quien el pasado 14 de julio cumplió 65 años, solo necesitó de un minuto con 40 segundos para recorrer los 400 metros que separan las universidades de Guayaquil y Católica, con una bandeja que llevaba tres botellas plásticas (una de agua y las otras con bebidas energizantes), más un par de vasos llenos.

La idea no era llegar primero. El objetivo era hacerlo con los envases intactos porque representa la excelencia en la atención al cliente. Vestido con pantalón y chaleco verde, más un corbatín naranja que contrastaba con su camisa blanca, se impulsaba con la mano derecha, mientras con la izquierda llevaba la bandeja. Detrás de él y a unos 100 metros de distancia iban más de 10 meseros. Todos con aproximadamente 30 años menos que él.

El Instituto Tecnológico Vicente Rocafuerte con los organismos de hotelería y turismo, que organizaron la carrera del martes pasado, le dijeron que llegara a las ocho de la mañana al parque zig zag, pero él prefirió estar por lo menos media hora antes de lo previsto.

Para eso debió levantarse antes de las seis para desayunar, vestirse y tomar el bus que lo trasladara desde la ciudadela La Floresta, en el sur de la urbe, donde reside con su esposa y su único hijo que no ha querido seguir sus pasos como salonero. Cuando llegó lo primero que hizo fue conversar con los estudiantes de gastronomía, hotelería y turismo que participaron en la categoría ‘amateur’ de la carrera.

Les relataba su anécdota en el segundo piso e incluso impartía consejos de cómo llevar la charola, posturas del cuerpo y otros secretos, aparentemente insignificantes, pero muy útiles para que compitan sin cansarse, ni desconcentrarse.

Los 39 años de labores como salonero del Grand Hotel Guayaquil, que cumplió el pasado 1 de febrero, le otorgan autoridad suficiente para aconsejar a las generaciones que vienen detrás de él y que ahora tienen la oportunidad de estudiar la profesión. Él apenas tuvo preparación académica limitada y se vinculó al hotel después de leer un anuncio en un periódico local.

Le ha tocado aprender el oficio sobre la marcha con toda clase de clientes, desde los más sencillos hasta los más exigentes y famosos. Entre ellos constan el grupo Menudo, Salserín, Juan Gabriel, Los Iracundos, Leo Dan y más. De este último recuerda mucho su sencillez en el trato; mientras que entre los deportistas tuvo la oportunidad de atender y hasta fotografiarse con los futbolistas de Barcelona, el equipo del que se confiesa hincha.

A sus 65 años, Puebla goza del estado físico habitual en un hombre de 30 años. Apenas las canas de su cabello lacio y de un bigote a medio crecer delatan su edad sexagenaria. A Miguel siempre le gustaron el atletismo y la natación. No recuerda desde cuándo nada, pero lo hace desde que tenía razón y aún vivía en su Salitre natal, a unos 40 kilómetros de Guayaquil.

En ese cantón situado al norte de la provincia del Guayas y que se caracteriza por los rodeos montubios, a Miguel le gustaba zambullirse en los ríos Jujan, Victoria y otros. Eso le ha permitido conservar resistencia física, agilidad y concentración en todas las competencias a las que ha acudido. Ha perdido la cuenta de cuántas ha ganado, pero recuerda una en particular.

Fue en el cerro Santa Ana. Allí debió bajar los 444 escalones que tiene ese sector residencial y turístico porteño. Allí la resistencia era doble, especialmente en las piernas que debía flexionar velozmente, con la mirada al frente y el riesgo de pisar en falso.

A las diez de la mañana del martes, Miguel tuvo sus minutos de fama. Flashes fotográficos, micrófonos y cámaras de video invadían su rostro trigueño. En menos de media hora todos los reporteros y curiosos se habían ido tan rápido como él recorrió los 400 metros del zig zag, minutos antes. Se fue en silencio, tal como llegó para disfrutar de su día libre de trabajo en La Floresta, su barrio. (I)

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