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Víctor Manuel cuenta su historia con canciones

Víctor Manuel cuenta su historia con canciones
29 de julio de 2011 - 00:00

Con una camisa azul oscuro y un pantalón de casimir negro, un hombre serio y formal pisó el tablado del Teatro Sucre el pasado martes, luego de 17 años. Abrió los brazos y a su abrigo se arrimaron su hijo David San José y Ovidio López. Saludaron con una venia y cada uno fue a lo suyo: David al piano, Ovidio a las  guitarras y el hombre, a su larga historia.

A sus 64, a Víctor Manuel San José las canas le pintan la cabeza y su voz ya no alcanza los agudos que sorprendieron durante la década del setenta, en los estribillos de “El tren de madera” o en “La romería”. Pero mantiene los trinos al mejor estilo de un cantaor de largo trecho andado, pues ahora son ásperos, el vibrato justo de antes ahora es portentoso y remarcado. Es la firma al final de sus canciones y el preludio de la penumbra fugaz que invita  al auditorio a aplaudir.

“Vivir para cantarlo”, alusión evidente al relato de García Márquez, es el nombre de la gira en la que el cantante de Mieres del Camino, en Asturias, España, narra su propio cuento por los escenarios del mundo. Casi 50 años de carrera artística a cuestas y una vida de denuncia, censuras, exilio y amor se resumieron en un concierto contundente por su sinceridad y por la entrega de quien deja que su obra lo defienda.

A un costado del escenario reposaba un teclado y el tradicional piano de cola del Teatro Sucre. Del otro lado estaba una silla frente a las guitarras, y en el medio otra silla más alta junto a una guitarra. Fueron suficientes para que Víctor Manuel hablara primero de su madre, de los viejos de su pueblo, de su abuelo Víctor, es decir, de sus primeros años en el campo asturiano, entre mineros: fueron sus primeras canciones.

Ese escenario mínimo e íntimo fue el matiz permanente de un repertorio que más bien mostró versiones de las composiciones originales. Más cortas, algunas de ellas con constantes variaciones vocales para acomodar el registro y el timbre de una voz cansada.

Lejos del acostumbrado formato que incluye percusión, cuerdas y coros, esta vez el cantautor español pudo derrochar honestidad y mostrar con esas imperfecciones las profundas intenciones de su música y de sus mensajes.
El éxito le fue esquivo durante sus inicios, pero llegó por fin ya entrada la década de los setenta, cuando radicado en Madrid, Víctor Manuel y el mundo eran testigos de la masacre que se perpetraba en Vietnam.

Entonces escribió  “El cobarde”, uno de los primeros temas del show. “Por quién lucho yo si en mi corta vida no existe el rencor”. La cantó con la sensibilidad que dan los años: apretando los puños y cerrando los ojos solamente para cantar, no para parpadear.

La segunda etapa de su cuento hablaba del dolor de los mineros, no solamente de los que lo rodeaban en España, sino también de los que se rompían el lomo y morían en Argentina. Así introdujo su canto lento, casi una recitación: “En la planta 14, en el pozo minero / de la tarde amarilla tres hombres no volvieron / hay sirenas, lamentos, acompasados ayes a la boca del pozo / dos mujeres de luto anhelando dos cuerpos y una madre que rumia su agonía en silencio / es el tercero...”.

Una sola agitación de las manos para terminar el tema, la media vuelta y los ruidosos aplausos parecieron dar la señal para cambiar el momento de la canción social y protesta por el humor y las anécdotas. Alguien pidió “La puerta de Alcalá”.

“En aquella época, los cantantes que teníamos algún éxito también perpetrábamos películas”, bromeó, como previniendo al auditorio de lo que vendría más adelante: “Canción para Pilar”. Con la guitarra sobre sus muslos, rasgó acordes sueltos para entonar la canción dedicada a la gran ausente de la noche, María Pilar Cuesta, su inseparable Ana Belén.

Paseando sus manos sobre el piano,  David San José lucía  su inmenso parecido con su madre, mientras su padre soltaba un canto desgarrado y sentido. No abrió los ojos hasta terminar.

Luego vino Nada nuevo bajo el sol. Para presentarla, Víctor Manuel se sentó en el borde del escenario y habló al público de su hijo David, de cuando era un niño, como si estuviera contando un secreto. “Empecé a hacer canciones para él...”,  susurró, señalándolo con el pulgar.

El recital estaba pensado para jugar con las emociones de los presentes. Hubo  alegría, nostalgia, y, sobre todo, la denuncia que permanece vigente en el canto comprometido, como cuando cantó  La madre “Ella fregaba suelos, nunca se compró ropa por darle un buen colegio multiplicó las sobras”.

Y, por supuesto, sonaron las más populares: “Ay amor” y “Solo pienso en ti”, que arrancaron lágrimas de uno que otro asistente.

Dejó para el bis “Asturias”, y después se acercó a quienes ocupaban las primeras filas para estrecharles la mano. Arriba, en el palco, aplaudían el vicepresidente de la República, Lenín Moreno, y el primer mandatario, Rafael Correa.

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