Julio Jaramillo es el embajador cultural más representativo que ha tenido el folclore ecuatoriano. El orgullo se enciende cuando suenan sus canciones: en febrero al recordar su deceso, y en octubre, al conmemorar no solo su nacimiento, sino el del Día del Pasillo Ecuatoriano, que -en su honor- el gobierno de Sixto Durán Ballén decretó desde 1993.

Con el aniversario de la independencia de Guayaquil, cada octubre, por estos lados de la patria, la fiesta del pasillo se vive por partida doble, y más si Juanita Córdova está al frente. Este año, por supuesto, no hubo excepción.

El Teatro Centro Cívico estuvo lleno ayer. Cada butaca, cada rincón, incluso los espacios vacíos que deja la estructura de fila en fila fueron aprovechados por aficionados de la música nacional, que a la voz de concierto gratis dejaron de lado la pereza y el desdén que otorgan por regla los lunes, y sin pensarlo dos veces se hicieron ver. Ver y oír, ¡porque sí que cantaron!

Mi canto, mi tierra, se llamó su show. Estuvo lleno de pasillo, sí, pero también de valses, de boleros y de otros ritmos autóctonos que enriquecen nuestro folclore, y que se vieron amenizados con presentaciones artísticas del colectivo Altadanza Internacional.

Luis Gálvez, hijo de Juanita y director del espectáculo, se impuso en la apertura con dos canciones inéditas, Del trovador y Guitarra, que representaron un abre boca sutil de todo lo que esa noche estuvo programado.

Más adelante sorprendería al público con una sobria interpretación en quena de El aguacate, con la voz del auditorio como acompañamiento. Con una trayectoria artística admirable, Gálvez Júnior se presenta desde ya como una de las jóvenes promesas de nuestra música.

Su hermano, Pablo, con quien forma el grupo Yacuñán de los hermanos Gálvez, también mostró su vena artística con Sombras. Ellos heredaron de su madre el amor a la música, y fue su padre, el actor, libretista y radiodifusor Lucho Gálvez, quien los instó en vida a llevar la bandera ecuatoriana a partir del micrófono: “Adonde quiera que vayan, canten un pasillo”, les decía el chileno, quien a juzgar por la prensa cultural, fue más ecuatoriano que ningún otro.

La noche fue para la música nacional y el cartel continuaba con Las Hermanas Moncada Álava, a dúo, y con ese toque de dramaturgia que tanto las caracteriza, Irlanda y Gloria llegaron con su arte en coro, vestidas de negro gala y con pose de poetas, trajeron al Centro Cívico un emblemático Pañuelo blanco, que imploró entre las melodías del requinto: “Por qué no me dijiste / cuando me fingías / para no adorarte... / por qué no me dijiste / que no me querías / para así olvidarte...”.

Encendida ya, la fiesta se intensificó aún más cuando César Augusto Montalvo llegó al escenario. Revivió a Julio Jaramillo también. Romance de la niña guayaquileña, Niégalo todo y Acuérdate de mí se escucharon en su voz y en la del público, que desde que se inició el concierto no dejó de corear.

Cristhian Naranjo hizo sonar al pasillo nítido en su requinto, le puso música a todo el show junto los Gálvez: Germán, Josué, Pablo y Luis, en guitarra, bajo, vientos, percusión y coros. La banda no hizo esperar halagos, cuando Liliam Suárez llegó al escenario entre aplausos y ovaciones, destacó la participación del grupo: “¡Qué lindo tocan! ¡... Y son tan jovencitos todos!”.

De su voz se oyó Ángel de luz, Sendas distintas, perfectas para la previa del homenaje que Juanita tenía preparado. Una canción a JJ que sirvió de antesala al cierre de este espectáculo, que terminó con todas las voces juntas en Chica linda, ese emblema histórico que deja inmortalizado Carlos Rubira Infante en la voz de tantos talentos locales.

Mi canto, mi tierra es un show para recordar, que disfrutó el público anoche, que ahora usted, con los audios de esta crónica, también protagoniza, y que -en palabras de Marigloria Cornejo- también JJ aplaudió desde la región sutil en la que nos aguarda.