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Mientras haya pueblo, habrá música nacional

Mientras haya pueblo, habrá música nacional
04 de octubre de 2013 - 00:00

La felicidad no conoce edades. Ellos, encogidos de estatura por los años que llevan encima, bailan avivados al ritmo de música popular. Ahí va el pasito. Para adelante y para atrás. Separados y sin mirarse a los ojos, como se debe danzar este tipo de melodía. Ella levanta los brazos al cielo, él da un giro en dirección de las manecillas del reloj. Se encuentran de nuevo cara a cara. Sonríen. Coqueto, él toma la mano izquierda de su compañera y le hace dar media vuelta.

Se llaman Teófilo Luna y Clemencia Mota. Son esposos. Aunque es de noche, ella lleva gafas y él gorra. ¿Qué importa la moda a la hora de la diversión? Bailan al ritmo del ‘Canchis canchis’. Sí, ese atrevido pasacalle que deja al descubierto los beneficios carnales que posee una pareja estable como ellos, y que en alguna de sus estrofas reza: “Mi abuelita con mi abuelito, de vez en cuando canchis canchis”.

Están en el teatro José de la Cuadra, de la Plaza Colón, disfrutando de la voz en vivo de Héctor Jaramillo, de su energía escénica. Este ícono de la música ecuatoriana tiene un temple que asombra a más de uno. Con 82 años de vida, no hay concierto que lo tumbe. Disfruta tanto como sus fanáticos y más en días como este, en que se celebra una edición más del Festival del Pasillo.

Gustavo Enrique dejó su faceta salsera para cantar un par de pasillos.

El Señor del Pañuelo Blanco, como se lo conoce por una canción que popularizó hace años, no asimila para sí ese cliché que demanda guardar distancia prudencial en la relación artista-público. Él se convierte en uno más, baila sanjuanito, zapatea, se mueve de un lado a otro, se acerca a sus fans, mujeres de todas las edades que, en una que otra ocasión, danzan a su lado emocionadas, cual quinceañeras que tienen de cerca a uno de sus emblemas musicales.

No pasa de moda. Él es ya un clásico en este tipo de encuentros. No se conforma con cantar y bailar, también tiene preparado un repertorio humorístico que suelta entre canción y canción: “Estaba con mi mujer viendo un canal de creyentes y escucho que dicen: ‘Ponga una mano en el televisor y la otra en la del enfermo que quiere que sea sanado’. Me llevé una mano a la entrepierna y mi esposa me dice: ‘Héctor, es para sanar a los enfermos, no para resucitar a los muertos...”.

Carcajadas sonoras se dejan oír de ese pueblo  que repleta el auditorio en esta fiesta. Es 1 de octubre, es el día de Julio Jaramillo y del pasillo. Héctor Jaramillo hace a un lado su fiestero repertorio para dar paso a su emblemático ‘El pañuelo blanco’. A viva voz, sus fans corean junto a él: “Porqué no me dijiste cuando me fingías para no adorarte…”.

Al final de su estruendosa presentación sorprende a los jóvenes de encuentro cultural. Este octogenario tampoco conoce de límites a la hora de hacer suyos géneros musicales. Se pega un rap al estilo AU-D: “Hola mis amigos, yo soy Héctor Jaramillo, me presento ante ustedes, con el más grande cariño…”. Para ponerle su toque tiene como coro: “Pobre corazón, entristecido…”. El público se avivó más. Así es Héctor. Navega entre melodías festivas y románticas, sin que se afecte un ápice la pulcritud su puesta en escena.

La de Héctor es la presentación más destacada entre los artistas que esta noche actúan en el festival. La cita la anima el conductor radial Jacinto Fajardo. Al salir Jaramillo de escena, este dice una verdad innegable: “Mientras haya pueblo habrá música nacional”.

A eso podría agregarse: habrá música nacional mientras haya exponentes que hagan prevalecer el género. Sacando la cara por las propuestas jóvenes aparece en escena Gustavo Enrique. Su fuerte es la salsa, pero esta noche se abre paso entre el requinto para rendir homenaje a ‘El Ruiseñor de América’. Hijo de Mary y sobrino de Irma Arauz, a este cantante no puede negársele el crédito en este festival.

Recuerda con música sus inicios en los escenarios, pues antes de cantar el género tropical acompañaba a su madre en las presentaciones que tenía en radio Cristal, y pese a que luego se inclinó por la salsa, él se crío entre pasillos. Esta noche no deja duda de esto. Canta a capella ‘El aguacate’ y con pista, entre otras, ‘Nuestro juramento’, que el público le ayuda a entonar.

Las de Gustavo son canciones que complementan la presentación folclórica que al inicio ofrece el Christian Jaramillo, uno de los hijos de JJ.

Otra de las apuestas jóvenes es la de Joe Vicente. Arriba con un clásico: “Ódiame sin piedad, yo te lo pido”. Su canto saca de nuevo la fuerza vocal de los asistentes. Decide viajar melódicamente a México para entonar ‘Mujeres divinas’, con la que fue ovacionado. La gente disfruta por más de tres horas de un espectáculo gratuito. Lo hace ncluso en el tiempo en que Lya Salazar arriba con una mala noticia: “Dicen que no lee el pendrive”, aparato en el que tiene su lista de pistas.

No se complica. Con fuerza escénica revive clásicos de Rocío Durcal, de Selena y hasta canta a capella ‘Guayaquileño, madera de guerrero’, un tema que sin duda sirve de excelente apertura para las fiestas octubrinas, como lo hace este festival.

IRMA ARÁUZ PROPONE EL FESTIVAL DEL PASILLO PARA INMORTALIZAR LA MÚSICA ECUATORIANA

La cantante Irma Aráuz es quien coordina a los artistas en este Festival del Pasillo. Esta cita ya lleva ocho ediciones y la artista asegura que se trata de una propuesta cultural que tiene como único objetivo hacer prevalecer la música popular entre los ecuatorianos, así como demostrar el trabajo que realizan sus exponentes.

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