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A Lisandro lo “pillaron” con el acordeón en Nochebuena

A Lisandro lo “pillaron” con el acordeón en Nochebuena
18 de septiembre de 2011 - 00:00

La Nochebuena es para muchos niños la fecha en que aguardan con ansiedad los regalos navideños. Lisandro Meza Márquez fue uno de ellos. Cada Navidad recibía una que otra cosa sencilla, entre esas, pelotas de béisbol con las que jugaba en el amplio rancho La Armenia que tenía su padre Raimundo Meza, un contratista de aserradero que tenía a su cargo  cerca de 60 peones.

Don Raimundo era un tipo tan trabajador como bohemio, que compartía con sus colaboradores, uno de ellos Pedro Socarrás a quien siempre le gustó tocar el acordeón después de sus intensas jornadas de trabajo. Cuenta el ahora setentón Lisandro Meza, que a su padre se le ocurrió festejar la Nochebuena con sus peones en una cantina que, según él recuerda, era propiedad de una tal Rigilda. Lisandro solo tenía 14 años y de vez en cuando recibía uno que otro trago de su papá.

Pedro Socarrás había llevado su acordeón a la cantina, pero el licor lo sedó. Fue el primero que se embriagó, mientras el acordeón estaba abandonado en un cuarto. Lisandro no le había perdido el rastro. Le tenía “pelado el ojo”. Se  metió al cuarto y lo tomó sin permiso.

-¡Estará loco!, si usted no toca- le dice Edison Vides a Lisandro.

Y para despejarle cualquier duda, suelta las notas de La hija de Amaranto, original de Alejo Durán, que Socarrás siempre tocaba. Eddy, como siempre fue conocido en la familia, se convenció y lo acompañó con  el güiro o la guacharaca como prefiere llamarla Lisandro.

Luego un cajero de apellido Cabarca, que trabajaba para don Raimundo, también se tiró al ruedo con la caja. La bulla era inevitable, pese a la clandestinidad que sus músicos pretendían. “Tenía miedo de que mi papá me regañara. Pero cuando nos vio me dijo: Y usted, ¿desde cuándo toca? Luego me abrazó”, recuerda el famoso Rey sin corona, que desde agosto pasado permanece en el país en el que por enésima vez ha traído su folclor colombiano, a punta de acordeón, que se refleja en Las tapas, Caballo relinchón, Mi carrito, El polvorete o La cumbia del amor.

“Lo que mi papá no sabía era que cada vez que se iba a trabajar yo tomaba el acordeón de Pedro Socarrás y empezaba a travesear con él. Ya tenía chequeadito el movimiento de sus dedos y tenía más o menos una idea de cómo tocaba”, relata el también conocido como Macho de América, quien al día siguiente, en plena Navidad recibió un acordeón nuevecito como regalo. Ya la época de las pelotas de béisbol había pasado, aunque Lisandro confiesa que si no fuese músico, hubiese sido torero o futbolista, aunque tiene su pierna izquierda más corta que la derecha y disimula bien con un taco más alto en su zapato.

“Lo mío no era estudiar, llegué hasta el segundo año de bachillerato. Me gustaba jugar pelota como wing derecho. Lo hacía a nivel barrial. Me hubiera gustado llegar al Junior de Barranquilla que es mi equipo. Lo de los toros tiene que ver con el sitio en el que me crié, en el que había corralejas (plaza en la que se enviaban varios novillos al ruedo)”, responde Lisandro, mientras se pega un sorbo de café con leche junto a la mesita en la que yace una laptop encendida. “Es que estoy escribiendo un libro con mis memorias.

Claro que empecé a hacerlo desde hace 40 años, pero nunca he tenido tiempo de terminarlo. Tendrá unas 200 páginas y se llamará Lisandro Meza: folclor y cumbia. Si Dios quiere estará listo en un par de meses con un disco en el que le pongo música a la poesía que dejó Gabriel Escorcia Gravini”.

Sostiene también que no lo ha teminado porque con el paso de los años ha guardado más anécdotas como aquella en la que sus mayores quisieron que se casara con una muchachita que amaneció en su cama cuando él tenía solo 16 años.
“Yo me había pegado una borrachera y no me acordaba de nada. Decían: este ya se la comió. Pero al final no me casé, eso lo hice tres años después con la niña Luz”, recuerda  el acordeonista de El Palmito (departamento de Sucre), que en uno de sus grupos tuvo al ahora extinto Joe Arroyo como uno de sus coristas.

“Yo lo llevé con Julio Ernesto Estrada, ‘Fruko’. De hecho, fui yo quien le puso ese apodo. Lo que pasa es que él se parecía mucho al personaje que promocionaba una salsa de tomate que precisamente se llamaba Fruco (pero con “c”)”, afirma el ex integrante de Los Corraleros de Majagual, Conjunto Sabanero y su Combo Gigante (en el que estuvo Arroyo), mientras saca  su Hohner Corona II del estuche. Mueve sus dedos y suelta las notas de Estás pillao, esa que popularizó en 1982.

-Yo soy folclorista, de lo que hoy conocen más como vallenato. Pero yo sé de folclor, de la cadencia de ritmos como el son, el porro, el paseíto. Son diferentes. ¿Quieres que te toque uno para que notes la diferencia- dice el músico que viste de blanco inmaculado y luce un sombrero que delata su cercanía con los pueblos y su origen mismo.

Hasta el nombre de su actual grupo tiene una historia. “Yo recién había salido de Los Corraleros de Majagual y estaba buscando un nombre para mi nuevo grupo, hasta que un día fueron a mi casa en Los Palmitos a buscarme para tocar. Yo me había ido de viaje a Medellín. Mi esposa Luz los atendió, mientras mis hijos estaban tocando. Como no estaban los contratistas dijeron: ‘nos llevamos a los hijos de la niña Luz’. De ahí surgió el nombre Lisandro Meza y los hijos de la niña Luz. En esa época tocaban Estela, Lina y Chane. Las dos primeras ahora son médicos, mientras que Chane es el subdirector de la banda. Él me acompaña aún. Su hijo Lisandro Arturo también es acordeonista”, refiere el Rey sin corona, quien ha procreado 14  hijos, siete de ellos con Luz. “Los he reconocido a todos”, aclara.

Y aquello de Rey sin corona también tiene su anécdota. “Lo que pasa es que en 1969 yo participé en el festival de Valledupar y no gané, pese a que para el público yo merecía un premio. Para mí el reconocimiento de ellos fue mi galardón. Cada apodo me lo han puesto, según como estén de moda mis canciones. Por ejemplo, El macho es un  tema en el que digo que las mujeres son las machistas porque les gustan los machos. Y cuando la mía pega, no lloro”, bromea el folclorista colombiano que el 26 de este mes cumplirá 72 años y recuerda que visitó Ecuador por primera vez en 1983 cuando Mi carrito y Las tapas sonaban con mucha fuerza.

“La primera vez fue en Quito, en el coliseo Rumiñahui, que aún existe. Ahí conocí a Elizabeth Amores, una periodista esmeraldeña que vivía en Quito y tenía un programa en el que hablaba sobre autos. Siempre ponía mis canciones, entonces le dediqué una canción que se llama Elizabeth”, recuerda Lisandro, quien también tiene historias amargas como aquella de hace cinco años cuando estuvo detenido durante cuatro días.

“Conocía de algunas irregularidades de las autoridades del departamento en que nací. Los denuncié en una canción que se llama Se mamaron la plata. En 2008 me vincularon con una funcionaria del Registro Civil (Isabel Pérez), quien luego fue asesinada en 2001. Yo apenas había tratado con ella, hasta me asociaron sentimentalmente y con su asesinato. Estoy seguro que fueron los políticos a quienes denuncié con la canción.

Pero Dios es grande y siempre hace justicia, cuando salí mataron a uno de los que me acusaba”, sostiene el cantante, quien revela algo que muy pocos conocen, pese a las canciones que interpreta, mientras señala con su mirada la Biblia que está en una repisa cercana en el apartamento que lo acoge por el momento al norte de la ciudad.

“Empecé a leerla hace 20 años, a entenderla y aplicarla. Aunque no lo creas tengo canciones con contenido cristiano. Una de ellas es El amor de Jesús, que compuse hace cuatro años”, dice, mientras la toca.

Es casi el mediodía del miércoles 14 de septiembre. Lisandro recibe la visita de dos de sus músicos. Debe salir, debe almorzar. Chequea su laptop en la que a diario escribe una o dos páginas sobre su vida, una con su inseparable acordeón.

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