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El Telégrafo

Ellos y nosotros. Hacia la hegemonía posneoliberal

20 de abril de 2014 - 00:00

Hacia la hegemonía posneoliberal. El movimiento de gobiernos progresistas en América Latina vino para superar y dar vuelta a la página del neoliberalismo. Tuvieron un comienzo en que se fueron sucediendo, conforme fueron fracasando los gobiernos neoliberales.

Han atacado los puntos más débiles del neoliberalismo: la desigualdad social, la centralidad del mercado, los acuerdos de libre comercio con EUA. La derecha de cada país y Washington perdió capacidad de iniciativa.

¿Qué iban a decir sobre políticas sociales que disminuyen la desigualdad, la pobreza, la miseria y la exclusión social, producidos por sus gobiernos a lo largo de tanto tiempo? ¿Qué podrían argumentar en contra de la acción del Estado para resistir a la recesión producida en el centro del capitalismo?

¿Cómo garantizar derechos sociales y desarrollo económico, sino impulsados desde el Estado, todavía más en época de recesión? ¿Qué argumentos podrían tener en contra de la intensificación del comercio con China, del comercio regional –dos de los únicos sectores dinámicos en una economía mundial recesiva? ¿Qué pueden argumentar en contra de la extensión del mercado interno de consumo popular, que amplía el acceso de la gente a bienes fundamentales de consumo, a la vez que abren espacios de realización para la producción nacional?

Las derechas latinoamericanas, donde se han instalado gobiernos progresistas, han quedado reducidas a la inacción, a la oposición sin alternativas. Basta con decir que en los países en que se han aprovechado de gobiernos todavía débiles, para recuperar el poder -como en Honduras y Paraguay-, aun ahí lo han hecho por la vía de golpes blancos, hiriendo la misma institucionalidad construida por ellos.

Pero un revés de esa dimensión, propiciado por tantos gobiernos progresistas a la vez en América Latina, aislando como nunca a los EUA, no podría dejar de tener contraofensivas de parte de las derechas locales y de Washington. Las primeras reacciones fueron netamente golpistas, de que el intento de 2002 en Venezuela fue el ejemplo más expresivo y que cerró el período de intentos golpistas de viejo estilo.

Enseguida vieron otros intentos, más diversificados. Una modalidad que se repite siempre es el intento de tildar a los gobiernos de ‘corruptos’, que se asocia la idea de que los partidos de izquierda se apropian del Estado para sus fines y de que toda fuente de corrupción viene del Estado. La ofensiva en contra del gobierno de Lula en 2005 es el mejor ejemplo de esta modalidad.

En Bolivia la retomada de iniciativa de la derecha tuvo como tema la reivindicacion de autonomía de provincias en contra del gobierno central de Evo Morales. Posteriormente, el tema ecológico fue utilizado por la oposición para apoyar marchas en contra del Gobierno.

En Argentina la ofensiva de 2007 en contra del gobierno de Cristina Kirchner se centró en la elevación de impuestos
-otro tema permanente de la derecha- a la exportación de la soya. Posteriormente, temas vinculados a la inflación y al desbastecimiento –al igual que actualmente también en Venezuela– son los centros de las campañas opositoras.

La cuestión de la violencia y la seguridad pública es regularmente utilizado por los sectores conservadores en la perspectivas de sembrar pánico en la población y de demandar siempre actuación más dura –en lo policial y en lo penal– de los gobiernos y de los Estados.
El listado podría ser más largo y debiera ser especialmente más detallado. Sin embargo, nos basta para que podamos, en primer lugar, constatar que lo que la Cepal llamara, en su momento, de un período ‘fácil’ de acumulación, ya fue superado. Las derechas se recomponen y contando, con Estados Unidos, buscan recuperar iniciativa. No tienen propuestas alternativas de gobierno, oscilan entre afirmar que harán lo mismo, pero ‘mejor’ o en formas distintas de retroceso a políticas neoliberales –de que las oposiciones brasilenas son el ejemplo más claro, reivindicando el equipo económico del gobierno de Cardoso.

Lo que es cierto es que hoy los gobiernos posneoliberales han logrado un gran apoyo popular, centralmente por sus políticas sociales, determinantes en el continente más desigual del mundo. Los discursos políticos logran la consolidacion de esos apoyos –lo que significa hegemonía–, pero cuando hay fallas en las políticas sociales, directamente por problemas en las áreas correspondientes o, indirectamente, por ejemplo, cuando procesos inflacionarios quitan capacidad de compra de los salarios, se pierde apoyo de la población.

Las políticas sociales, por esenciales que sean, permiten formas de consenso pasivo. De ahí las sucesivas victorias electorales, aun en medio de los monopolios privados de los medios de comunicación. Pero el paso de los consensos pasivos
–aquellos en que, consultadas, las personas se pronuncian a favor de los gobiernos, por sus politicas de carácter
popular– a consensos activos, en que la gente dispone de argumentos a favor de esas politicas, de valores corespondientes a las formas de vida solidarias, y se dispone a organizarse y a movilizarse en su defensa, requieren estrategias específicas, de construcción de hegemonías alternativas.

Esos análisis tienen que tomar en cuenta el marco general de la hegemonía conservadora, incluyendo las formas de vida y de consumo exportadas por EUA, y asumidas por amplias capas de la población, el monopolio de los medios de comunicacion y los otros factores que componen el período histórico que vivimos en América Latina.

Hay que denunciar siempre las maniobras de la derecha y de su gran aliado, el Gobierno de EUA, pero hay que tener conciencia de que, cuando logran retomar iniciativa y logran imponer reveses a las fuerzas progresistas, es porque han encontrado errores de esas fuerzas. Es hora de un balance de las trayectorias recorridas por esos gobiernos, desde el triunfo de Hugo Chávez en 1998, pasando por todos los avances y los tropiezos desde entonces, en la perspectiva de la formulación consciente de estrategias de hegemonía posneoliberales, llevando en cuenta las fuerzas propias y las de los adversarios, así como nuestros objetivos estratégicos.

Ellos siempre actuarán conforme sus intereses y objetivos. Nos toca tener los nuestros claros, hacer balances constantes y actuar de forma coordinada en la perspectiva de nuestros objetivos.

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