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El humor es una característica vital del guitarrista

Eduardo Chocolate Morales, dedos que saben sonreír

Su visita recurrente a los escenarios, incluso en giras nacionales, ha postergado su sueño de poner una Academia del requinto. Los hijos y nietos del músico no han seguido su legado. Miguel Jiménez / El Telégrafo
Su visita recurrente a los escenarios, incluso en giras nacionales, ha postergado su sueño de poner una Academia del requinto. Los hijos y nietos del músico no han seguido su legado. Miguel Jiménez / El Telégrafo
09 de septiembre de 2015 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

Eduardo ‘Chocolate’ Morales suelta una sonrisa con una espontaneidad comparable a la de sus dedos al pasearse por las cuerdas de su requinto, ese guitarrillo al que parecen faltarle 5 trastes. El músico se sienta en un sillón de cuerina, bajo la pintura en la que un instrumento de cuerda adorna la sala de su casa de la calle Los Eucaliptos, ubicada al norte de Quito.

‘Chocolate’ tiene en los dedos la precisión necesaria para pulsar las cuerdas y ejecutar arpegios y acordes con una gracia inigualable, es el pulso que también logra un bigote bien recortado y que lo hace tan reconocible como las melodías que entona —de forma profesional— desde hace más de 4 décadas.

Cuando era un novato en esto de subirse a los escenarios con el instrumento de madera, recuerda, los nervios eran un enemigo a batir. Entonces, ajustarse el nudo de la corbata frente al espejo de un camerino improvisado debió ser un momento de reflexión antes de que un locutor anunciara su nombre y empezaran a sonar las primeras notas. En esos tiempos, “tocábamos con un micrófono, todo el grupo, ahí, apeñuscados, no había cables siquiera y aun así la gente empezaba a identificarnos como artistas”, dice.

El cariño que el público transmite a través de aplausos a los músicos como ‘Chocolate’ Morales no es algo que aparezca de la noche a la mañana. Requiere un recorrido previo en que el esfuerzo es constante, más allá del talento con el que pudieron nacer sus manos. “Llega de a poco”, dice el guitarrista. “Que a la audiencia llegue a gustarle lo que uno hace es un proceso. No es que, de pronto, uno se para en las tablas y ya”: estallan los aplausos, se cierra el telón y el músico puede volver a casa con la satisfacción de haber cumplido su misión.

‘Chocolate’ empezó su carrera en los segundos planos, acompañando a estrellas como las Hermanas Mendoza Suasti o Gonzalo Benítez. El protagonismo lo fue ganando a pulso, hasta que alguien del público lo reconocía, lo señalaba y le decía al resto de escuchas que ahí estaba un requintero al que valía la pena prestarle atención, uno que justificaba el pago de la entrada.

El músico siempre contó con un valor agregado, una característica humana que parece divina y es difícil de explicar: el carisma. No hay una receta o manual para tenerlo. Es algo que surge de forma espontánea y que te hace voltear a ver a quien lo posee apenas sube a un escenario, como si te imantara a su presencia, como si su sonrisa te anunciara que la corbata de vivos colores no es más que una distracción para la magia que los dedos de Morales le pueden arrancar a las cuerdas. ‘Chocolate’ sonríe con las manos y contagia, no importa la canción que interprete (‘Sangre ecuatoriana’, ‘Confesión’ o ‘Lágrimas y recuerdos’); hace 2 siglos, el alemán Alexander von Humboldt ya señaló esa característica de los ecuatorianos: “Son seres extraños y únicos (...) Se alegran con música triste”.

Don José Morales, padre del músico que nos ocupa, no traicionó la tradición nacional de tener una guitarra y un requinto en casa. También había un bandolín —o bandola—, aquel instrumento con forma de pera y fondo chato, cuyas 4 cuerdas dobles requieren de un plectro —púa, palillo— para exhalar melodías. El latinajo plectrum se usa para nombrar a la inspiración, al estilo poético... el plectrum musical le llegó a ‘Chocolate’ al escuchar el sonido del requinto.

Sus hermanos mayores entonaban el instrumento —más pequeño que una guitarra— y un infante Eduardo Morales se fascinaba con llegar a hacerlo igual. Tenía 5 o 6 años cuando aprendió cosas básicas, como el rasgueo: “Llegaba de la escuela y me sentaba en la salita, a ‘maniobrar’ la guitarra, el requinto, esas cosas”, recuerda con un gesto de nostalgia leve porque lo suyo es la alegría. “Me crié en el entorno de la música nacional, que me atrajo siempre. Escuchaba a Julio Jaramillo, a Olimpo Cárdenas, a los Hermanos Miño Naranjo, a Villamar o Fresia Saavedra”, dice el músico que empezó siendo autodidacta y desarrolló su técnica en épocas del colegio, imitando a los tríos junto con sus amigos de barrio, “con pura intuición, solo por el oído”. A reír con los dedos se aprende con el oído, entonando y escuchando-viendo si algo suena bien o mal, mejor o peor.

Su padre consiguió que Blanca Luzmila Dueñas, madre del incipiente músico, permitiera que él aprenda a tocar el requinto luego de decirle que se lo enseñaba como un pasatiempo, “un hobby”, recuerda con una pizca de picardía que parece acompañarlo todo el tiempo, adonde quiere que vaya.

El instrumento que en España se define por su forma de entonarse —“guitarrillo que se toca pasando el dedo índice o el mayor sucesivamente y con ligereza de arriba abajo, y viceversa, rozando las cuerdas”— le causaba recelo a doña Blanca Luzmila porque un hermano de ella, y tío de ‘Chocolate’, Segundo Dueñas, era músico —grabó sanjuanitos con Los Nativos andinos, por ejemplo— y ser músico, en esas épocas, era ser bohemio, errante, esclavo —¿o devoto?— de la fórmula: licor, faldas y todo lo que eso conlleva. “(Por eso) mi madre no quería, ‘ni de fundas’, que seamos músicos”, ríe de forma acompasada ‘Chocolate’, quien no se ha tomado una copa desde hace 3 décadas por esa voluntad y compromiso que le allana el paso al talento, uno que también le ha labrado un lugar en la memoria de innumerables ecuatorianos.

Cuando Eduardo Morales cumplió la edad necesaria para enlistarse en el ejército, entró a grabar en los estudios de Fadisa —la fábrica de discos quiteña, equivalente de la guayaquileña Ifesa—. Las salas de grabación tenían como fin último el que sus melodías terminen en discos de vinilo y de eso ya han transcurrido 45 años, pero ‘Chocolate’ no es coleccionista, es “un poco descuidado” en aquello de tener un archivo de sus múltiples grabaciones. A veces guarda algunas placas, otras veces no.

Hace unas 3 décadas, a ‘Chocolate’ Morales, el músico de la gracia infinita que ríe sobre las cuerdas, una broma le resultó contraproducente: en el auge de la rocola, cuando había festivales que atraían multitudes al coliseo Julio César Hidalgo, los apodos entre colegas eran constantes. “Le puse a un amigo morenito el mote de ‘Chico chocolate’ y convencí a unos amigos de que lo llamaran así. Ellos me rebautizaron a mí con el nombre que inventé para otro”, relata con el requinto sobre las piernas.

Un animador acuñó el seudónimo en su historia de vida y logró una identificación inmediata en su público. Lo que al inicio fue una broma para otro músico, se convirtió en una característica de Eduardo, luego pasó a los afiches que anunciaban cada concierto suyo y pervive.

Los Hermanos Yacelga lo llamaban ‘Boricua’, incluso pusieron aquel nombre en un disco, pero eso no caló hondo. El célebre periodista Jorge ‘Chino’ Carrera también solía presentarlo como el ‘Boricua’, “pero ‘Chocolate’ lo superó ampliamente”, suelta una carcajada.

En este punto de su historia no hace falta decir que Morales es moreno y que su gracia se cuela en el ambiente donde toca el requinto como un contagio ineludible que uno quisiera ver en las aulas. “El requinto —explica— es un ingenio, un invento del famoso trío Los Panchos, de México. Funciona igual que la guitarra pero es como un instrumento recortado al que se le han cambiado los trastes, los cuales avanzan a notas agudas que no da la guitarra, entonces se produce un sonido muy brillante, diferente”.

‘Chocolate’ es de una legión de músicos que cree que el trío mexicano se inspiró en un tiple colombiano (considerado el instrumento nacional de ese país), “el cual tiene 2 cuerdas, una octava arriba, otra baja” y le dijeron a un ebanista español que le quitara las cuerdas graves y dejara solo las agudas.

La técnica para tocar el requinto nace de una forma popular, “como no hay academia, entonces yo aprendí ‘dañando’ los discos —escuchándolos hasta el cansancio—. Era la única manera en que uno iba creando, imitando a Los Panchos, a Los Tres Reyes”.

Antes, el pasillo se tocaba con vitela —nombre ecuatoriano de la púa—, “un triangulito” que ‘Chocolate’ suple con una uña al entonar el clásico ‘Sendas distintas’. “Con el requinto empezamos a digitar, con la influencia de Los Panchos empezamos a meter los dedos y una uñeta —que saca del bolsillo de su terno— que viene de México y con la que se puede obtener el efecto que se tenía con la vitela y hasta las yemas”. Una combinación de dedos que ríen (y lloran). (F)

Gracia manual sobre las cuerdas

Eduardo Morales inició su carrera artística en 1970. Sus giras han recorrido EE.UU., Cuba, Panamá, Guatemala, Venezuela y Colombia. Acompañó a Pepe Jaramillo.

Una Escuela de requinto es uno de los sueños pendientes del músico, desde hace 3 años. No hay una academia especializada en esta materia en el país. La enseñanza debiera ser desde lo popular y académico.

‘Despedida’, del maestro Gerardo Guevara, tiene una célebre interpretación en el disco Misquilla, de Juan Fernando Velasco. En esa versión, ‘Chocolate’ Morales está encargado del requinto y Samo de una de las voces.

Leyendas es la antología coproducida por Juan Fernando Velasco y Navijio Cevallos. Uno de los 3 discos que contiene está dedicado a “Lo Mejor del requinto”: Eduardo Morales, Naldo Campos, Víctor Galarza, Guillermo Rodríguez y Sófocles Coello.

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