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“Revolución inglesa de 1688 fue la primera de la época moderna”

“Revolución inglesa de 1688 fue la primera de la época moderna”
06 de mayo de 2013 - 00:00

Se habla, en términos generales, de la Revolución Francesa como el punto de partida de la época que vivimos, tanto por los cambios en los sistemas económicos, de producción y de gobierno. Sin embargo, el historiador norteamericano Steve Pincus pretende romper en su último libro, “1688”, con estas realidades hasta ahora aceptadas y sin rebatir.

Una de esas concepciones que enfrenta Pincus es la noción de que la Revolución inglesa de 1688 fue incruenta, consensuada y aristocrática, y con su obra demuestra que fue, por encima de la francesa, la primera revolución moderna.

La revolución de 1688, conocida también como “Revolución Gloriosa”, acabó definitivamente con el sistema de monarquía absoluta en Inglaterra, inaugurando lo que sería el origen de la actual democracia parlamentaria británica.

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Durante más de trescientos años, académicos e intelectuales identificaron la revolución inglesa de 1688-1689 como un momento crucial en la excepcional historia de Gran Bretaña.

Los filósofos políticos la asociaron a los orígenes del liberalismo, y los sociólogos la llegaron a comparar con la Revolución francesa, la rusa y la china.

Todas estas interpretaciones se basaban, sostiene el autor de “1688” (editorial Acantilado), en un relato de la Revolución inglesa “profundamente arraigado y muy difundido, pero por desgracia, erróneo”.

El autor ha llegado a esta conclusión tras más de una década de investigación en archivos de Norteamérica, del Reino Unido y del resto de Europa.

Frente a la versión que afirmaba que 1688-1689 es el momento en el que los ingleses defendieron su particular forma de vida, Pincus sostiene que “los revolucionarios ingleses crearon un nuevo tipo de Estado moderno”, que posteriormente “ejerció una gran influencia en la conformación del mundo moderno”.

Los textos escolares ingleses y norteamericanos parten de la “History of England”, que escribió el historiador victoriano Thomas Babington Macaulay, en la que fijó esa idea de que “fue una revolución no revolucionaria, incruenta, consensuada, aristocrática y, sobre todo, prudente”.

En ella, presentaba a los ingleses como un pueblo “comprometido con una monarquía limitada, que permitía la medida justa de atemperada libertad popular”.

Según Pincus en su ensayo, Macaulay construyó su relato a partir de una gran cantidad de pruebas; pero “en este siglo y medio hay mucho material nuevo disponible, y las nuevas técnicas bibliográficas han facilitado su localización”.

Uno a uno, refuta los asertos de Macaulay y demuestra que el pueblo inglés tenía un destacado interés por los asuntos europeos, basado en el considerable número de efímeras publicaciones que trataban sobre la política del poder continental.

Y también en que las aspiraciones y las actividades de las comunidades comerciales de Inglaterra estaban vinculadas a las políticas de finales de  XVII.

En opinión del historiador, “la Revolución de 1688-1689 es importante no porque reafirmara el excepcional carácter nacional inglés, sino porque constituyó un hito en la emergencia del Estado moderno”.

Huyendo de la historiografía maniqueísta, Pincus sostiene que la llamada Revolución Gloriosa “no fue el triunfo de un grupo de modernizadores sobre los defensores de la sociedad tradicional”, sino más bien “el enfrentamiento entre dos grupos de modernizadores”.

Contesta, asimismo, al supuesto carácter incruento y consensuado de la Revolución Gloriosa: la Revolución de 1688-1689 fue, por supuesto, menos sangrienta que las violentas revoluciones del siglo XX, pero los ingleses soportaron un grado de violencia contra la propiedad y las personas semejante al de la Revolución francesa de 1789.

“Durante el período revolucionario y por todo el país, hombres y mujeres se amenazaban entre sí, destrozaban sus propiedades y se mataban y mutilaban los unos a los otros. De Londres a Newcastle, de Plymouth a Norwich”, dice.

En la batalla de diciembre de 1688 en Reading, recuerda Pincus, murieron más hombres de las tropas leales a Jacobo II (James II) y de los seguidores de Guillermo de Orange y María que en la masacre del Campo de Marte, en 1791, uno de los acontecimientos más cruentos de la Revolución francesa.

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