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La UMO es abusiva y desproporcionada en el control del orden

La UMO es abusiva y desproporcionada en el control del orden
03 de abril de 2019 - 00:00 - Mario Valiente Velásquez

Domingo 3 de marzo, primer día de carnaval. Los que prefirieron quedarse en la urbe disfrutan de los pocos sitios de diversión nocturna que se aventuraron a abrir sus puertas. 

En el centro de Guayaquil solo un par de ellos se mantienen abiertos hasta la hora permitida. Diez minutos antes de la hora tope, una patrulla aparece para apresurar a los negocios a desalojar a la gente.

Todo transcurre en calma hasta que aparecen los motociclistas de la Unidad de Mantenimiento del Orden (UMO), quienes llegan con una actitud desproporcionada; brutal, dirían algunos.

En un pestañear, suben sus motocicletas a la vereda, rodean la puerta de un bar, iluminan todo el lugar, suenan las bocinas incesantemente y hacen tronar los escapes, provocando ese sonido que en muchas ocasiones ha sido confundido con disparos.

Algunos agentes en motos cruzan la calle y amenazan con atropellar a los ciudadanos. Las aceleran, las dejan andar unos pocos centímetros y paran abruptamente.

Quienes van saliendo de los bares no se muestran violentos o problemáticos -más allá de uno o dos borrachines pasados de copas- sino más bien asustados.

Algunos se quedan unos pocos minutos en los exteriores a terminar su cerveza y se alejan, otros organizan dónde seguir la fiesta y otros tantos solo aguardan un taxi.

Durante esa espera, los policías vuelven a arremeter. Un hombre, quien espera su taxi con la aplicación abierta en el teléfono, se acerca y se dirige a uno de los policías.

- “Estoy esperando mi taxi, pueden dejar de sonar la bocina -ya llevaba unos dos minutos de escándalo- no escucho por dónde viene el carro”.

-”Tuviste tiempo de sobra para llamar al carro mientras chupabas, después si te roban, te quejas”, le contesta el gendarme.

- “¿Me estás diciendo que si me roban es mi culpa?” - “Sí, es tu culpa...”, le responde el policía antes de que el hombre lo deje hablando solo. 

Mientras, un extranjero que observa todo desde lejos solo apunta a decir “qué violentos”, y se marcha. (I)   

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