Es una costumbre, algo rutinario y habitual. Forma parte del panorama matinal. Todos los días, desde las 06:00 (tal vez unos minutos más) el paradero de los buses que llegan desde el cantón Durán se convierte en un hervidero de ventas ambulantes de artículos varios, comidas preparadas y desesperados clientes que, antes de dirigirse a sus lugares de trabajo, hacen un breve paréntesis en el lugar.

Son dos cuadras de la calle José de Antepara (centro de la urbe), desde Alejo Lascano hasta Luis Urdaneta, en donde decenas de ansiosos comerciantes ofrecen una variedad de objetos: en improvisados puestos de madera o con un tendido en la acera muestran su mercancía, como sandalias, camisetas, pantalonetas, cargadores para teléfono celular, audífonos y hasta pantalones.  

No faltan aquellos que venden su variedad de “desayuno”: en botellas de plástico no retornable ofrecen jugos o coladas, con un pan embarrado con margarina y alguna mortadela; en la esquina de la calle Padre Solano, dos mujeres llaman a potenciales comensales para que se sirvan, en bandeja desechable, el habitual encebollado, o en su defecto, un “guatallarín” adornado con un huevo cocido. Todo esto a solo un dólar, como pregonan a viva voz.   

Una cuadra más adelante, otro grupo de comerciantes hace lo mismo: uno vende tortillas de maíz, otro el habitual pastel de carne o de chorizo, otro más, huevos de codorniz y, para el nervioso, el charolero ofrece cigarrillos.                  

A medida que transcurre la mañana, el ritmo es más intenso. El lugar se convierte en un jolgorio matizado con el pito de los buses y de automóviles que se movilizan por el lugar. El griterío es intenso, por ello hay quienes aceleran el paso para salir de esa zona de confusión.

La Policía Metropolitana efectúa operativos; allí los comerciantes se retiran. Pero al día siguiente, el panorama no cambia. Otra batalla se vislumbra. (I)