La mujer está concentrada en su celular, mueve sus dedos con agilidad para responder los mensajes que le llegan mientras se ríe sola, lee lo que escriben y vuelve a responder.

Está sentada en una banca del parque Jerusalén, ubicado en la ciudadela Vernaza Norte, atrás del centro comercial Mall del Sol, norte de Guayaquil. Para ella el mundo parece haberse detenido. No repara en la deportista que trota por un camino de 450 metros que recorre el parque de un lado a otro, y que todas las noches, casi sin excepción, es utilizado por un grupo de damas para hacer deporte. Tampoco ve a la pareja que llega con un hermoso pastor inglés, que con su frondoso pelaje blanco y gris se roba la admiración de todos los presentes.

Bueno, de todos menos de la mujer. Todo este mundo pasa desapercibido para ella, quien se mantiene ensimismada en su celular. Y lo más grave es que tampoco repara en un niño que, a unos 10 metros, se sube a los columpios, se balancea un rato y luego pasa a la resbaladera.

El pequeño mira constantemente a la mujer, quien durante cerca de 10 minutos no levanta la vista de ese artefacto que, gracias a la tecnología, la conecta de forma instantánea con amigos que están a kilómetros de distancia, pero a la vez la separa de lo que tiene a su alrededor.

Finalmente, ella levanta la mirada, algo inquieta. Parece haberse acordado de algo y, para tranquilidad suya, el niño sigue en los juegos infantiles. Lo llama y él, obediente, acude donde su madre para marcharse con ella de la mano.

Al ver esta escena, esta madre que descuidó a su hijo para centrar toda su atención en su celular (si alguien se lo hubiera llevado, ella no se habría dado cuenta), pienso en cómo esta escena se repite en reuniones con amigos, en cenas familiares, en salidas con la pareja.

El celular reclama la atención de cada persona, que no puede evitar chequear su WhatsApp cada 10 minutos y revisar su Facebook cada 5 minutos. El celular es el nuevo invitado principal a las fiestas. (O)