Es domingo de fútbol. Dos horas antes del partido, los alrededores del estadio Monumental están abarrotados de comerciantes y a dos kilómetros del escenario ya aparecen los primeros revendedores. “General, general, tengo entrada a general”, vocifera un hombre delgado y de suelto caminar, quien viste la camiseta de los “toreros”.

Consultado sobre el costo de la entrada, contesta: “Solo te cobro 50 centavos más, lleva a $ 5,50”. Recibe $ 20, saca un fajo con al menos otra centena de billetes de diferente denominación, entrega el cambio y sigue: “Generales, generales...”.

La hilera para entrar es larga, pero se mueve con celeridad, seguramente porque la Sur Oscura está por hacer su ingreso y nadie quiere esperar cerca de la barra.

A media fila los medios deportivos empiezan a fotografiar a los fanáticos. Al primer grupo que se detiene a posar no tardan en lloverle burlas. “¡Avanza, farandulero!”, “¡sacando lengüita, mijita!”, son algunos de los ejemplos más decentes que se pueden citar.

Finalmente, antes de la puerta del escenario, se encuentra el último cerco de seguridad. Detectores de metales, perros policía y cacheos personales deben ser sorteados para ingresar.

Aquí, un hombre detiene la fila, discute con un gendarme porque le exige que se quite el cinturón para permitirle el acceso. “O sea, ¿tanto dicen que quieren que vivamos la fiesta del fútbol en paz, retiran las rejas de los estadios y tanta huevada, pero no puedo venir al estadio con correa? No me la voy a quitar, es cara”, reclama con firmeza el ya furibundo hombre.

Luego de unos momentos aparece un miembro de la Sur Oscura, quien astutamente se había adelantado toda la fila, se detiene unos segundos para entender la situación y exclama: “Así mismo es, llave, por chiros nos tratan como delincuentes. Anda pregunta si le hacen lo mismo a la gente que va a suite”.

Finalmente, el hombre optó por encargar el cinturón por $ 1, para ver la victoria 2-1 del “Ídolo” ante El Nacional. (I)