Viernes 24 de agosto en el Centro Binacional de Atención Fronteriza (Cebaf) de Huaquillas. Un contingente mixto de policías, burócratas y socorristas aguardan el arribo de buses con migrantes venezolanos que aspiran a llegar a Perú.

En medio de ellos pasea Luis Torres, un abogado de aproximadamente 40 años y tez trigueña, con algo de barba y poco cabello, nativo del estado de Barinas, ubicado al noroeste de Venezuela. Su aspiración es llegar a Chile donde lo espera su familia materna y, para ello, busca obtener unos cuantos dólares vendiendo cigarrillos a sus compatriotas. Sabe que algunos llegarán con esa necesidad. “Fumar ahora en mi país significa jugarse casi una quincena”, afirma Luis.

Carga como equipaje una maleta grande con ruedas color negro y sobre esta un saco de yute cargado de naranjas y mandarinas que compró en Huaquillas. Al hombro lleva un bolso en el que guarda los cigarrillos, su documentación y un letrero que indica, en inglés y español, su profesión y objetivo.

Cae la noche sobre el paso fronterizo y aún no llegan los buses. Para pasar el rato, Luis saca un pitillo. No termina de fumarlo y extrae una mandarina de su equipaje para pasar el hambre que le despierta un puesto de canguil.

Mete la mano a su bolsillo derecho para repasar las pocas monedas obtenidas durante su viaje, el cual comenzó hace un mes. Solo ha parado horas en cada localidad de todas las que ha recorrido, tanto en Colombia como en Ecuador. En ellas se ha aprovisionado de productos para vender en el camino.

Sus ojos se humedecen cuando recuerda la razón por la que tuvo que salir de su patria, dejando a su mujer e hijos en Colombia, para que se reúnan con familiares en el país cafetero.

“Lo juro por todo lo sagrado que hay en mi vida que si ahora viniera la OTAN a reclutarme no lo pensaría dos veces...”, lo dice como un lamento, como una muestra de impotencia, mientras su voz se quiebra. (I)